Imagen Página12 |
Observo, atraído por sus
enigmáticas actitudes, los suaves movimientos de la gata, reina y señora de
esta casa. En su mano derecha hace descansar su cabeza, vuelca el cuerpo
apoyando las dos patitas en paralelo en la alfombra en la que se ha acostado y
cierra los ojos, no sé si se duerme de inmediato o se propone dormirse; una vez
en esa postura su cola se mueve lentamente y ronronea un poco. Ha encontrado,
conjeturo, una posición cómoda pero que muy pronto va a ser cambiada por otra,
en la que va a permanecer un rato, en la misma disposición aunque variando
algunas posiciones, la mano izquierda, por ejemplo, apoyándose en el vientre
peludo, las patitas encogidas y los ojos de piedra centellante abiertos, como
si esta nueva postura no estuviera destinada al sueño aunque sí, tenazmente, a
la comodidad. Yo no me demoro demasiado en esa observación: me canso de mirarla
porque practica esas variantes posturales a cada rato. Es raro porque si lo que
busca es la comodidad uno podría preguntarse por qué no se satisface con la que
ha encontrado y en la que parece haberse instalado en cada una como si hubiera
encontrado, por fin, el lugar anhelado.
Ocupa todo el día, salvo cuando come, en buscar esa comodidad. Lo
mismo debe ocurrir con los otros gatos que hay en el mundo y también con los
otros animales, no sólo los que descansan acostados sino aun los que se cuelgan
para descansar de lo cual colijo que la comodidad no es la misma para toda la
fauna, cada animal la persigue pidiéndole al cuerpo la mejor disposición
posible de acuerdo con lo que les permiten sus miembros. Lo que en cambio se
puede afirmar es que entre buscar comida y comer y tratar de estar cómodos los
animales ven transcurrir su vida, salvo los que también experimentan el deseo
de cazar o de matar o, los más domesticados, de seguir con curiosidad y
simpatía o sentido de la vigilancia la marcha de las cosas que están en sus
entornos, ya sean sus amos, ya todo lo que irrumpe en la natural armonía del
sistema que conocen y consideran propio.
Los humanos también buscan la comodidad y de maneras parecidas; a mí,
en particular, me cuesta determinar dónde pongo mis brazos, como la gata,
cuando me dispongo a dormir y advierto que pago un precio cuando no lo hago
adecuadamente. Me imagino que todo el mundo pasa por ese instante de
perplejidad, qué hacer con el cuerpo para dormir con comodidad y, más aún, qué
se necesita y de qué se dispone para lograrla. De lo cual surge una primera
verificación: en realidad vivimos la mayor parte del tiempo en la incomodidad
y, de ahí, varios temas concurrentes y conexos, de orden económico ante todo,
porque hay que poder lograr la comodidad y eso cuesta y, también, en segunda y
principal instancia, político, porque no siendo la sociedad pródiga en
distribuir los medios para disfrutar de ella es en el orden político que se
produce una lucha de discursos, de compromisos y de realizaciones en la que ora
triunfan los que buscan la comodidad para todos (es más raro), ora ganan
quienes admiten la falta de comodidad de los otros como si la carencia, como un
resto de ascetismo, fuera un deber (para los otros desde luego).
Pero la incomodidad humana no reside únicamente en el difícil momento
de querer dormir, hay múltiples situaciones que van en el mismo sentido; la
ropa que no corresponde, porque es grande o chica o porque es vieja o porque no
es la apropiada genera ese mismo sentimiento lo mismo que estar con gente que
uno no aprecia o que no comprende o a la que no se puede poner en el lugar que
correspondería, o que el trabajo no sea gratificante o que uno se enfrente con
la pobreza de medios que implica la pobreza misma, o la invasión de discursos
mediocres o arrogantes o dominadores.
En fin, hay muchas razones para la incomodidad humana, de orden
personal y fácilmente verificables; son las que, cuando uno se libera de un
zapato que aprieta o de una persona que desprecia, siente una descarga que
deriva en un anhelado alivio, equivalente a la felina comodidad. Sea como
fuere, la mayor parte de nuestra vida transcurre en la incomodidad, la
padecemos, la comentamos, no es fácil hacerla desaparecer y convertirla en lo
contrario. Claro que no es igual la incomodidad a causa de un zapato que
aprieta a la que da lugar la falta de uno o de los dos zapatos.
Todo eso se comprende en el terreno individual pero también se puede
decir que es registrable en determinados momentos en la más amplia instancia de
lo social, cosa que quizás ocurra también en la sociedad animal, cuando hay
maltrato, persecución y sequía, por enumerar lo más general. Sólo que respecto
de la animal podemos ser generosos y proteger a las especies que nos son más
estimadas y preciadas o, contrariamente, indiferentes a cómo se pueden sentir,
mientras que la que afecta a los humanos tiene sin duda otro carácter, más
complejo.
Lo cual hace más complicado razonar sobre ello porque la incomodidad,
socialmente considerada, es una sensación que puede provenir de un desajuste
respecto de las normas sociales o bien de una embestida de factores diversos
que tiñen una época y tienen efectos sobre gran parte de una sociedad. Pero no
es sólo eso.
Pongamos, como un primer ejemplo, la situación de pobreza: ¿quién puede
estar cómodo y satisfecho consigo mismo si carece de los medios más elementales
para, justamente, estar consigo mismo como ser humano pleno? En este punto mi
amigo Ignacio Uranga me señala que a muchos les cuesta renunciar a la
incomodidad, la sienten como algo seguro y lo que podría suceder si desaparece
como un peligro: supongo que el razonamiento es psicoanalítico, “la angustia
por perder la angustia”, frase luminosa, un compendio interpretativo, de lo
neurótico a lo psicótico pasando a lo social y político.
De ahí una figura diría que geográfica: entre la incomodidad y la
comodidad se tiende un espacio y recorrerlo ha sido, en ocasiones, la
revolución, justamente eso que angustia a los que no quieren renunciar a la
incomodidad. Las “revoluciones”, las que conocemos, tuvieron como meta lograr
la comodidad; probablemente inauguraron otras incomodidades, hay mucha
literatura sobre este tránsito. La reacción, por su parte, no hay más que verlo
a nuestro alrededor, no deja de declarar que ella es la que derrotará la
incomodidad: por el momento la ha siempre incrementado, es su especialidad por
más revestimientos demagógicos que invente, la copa medio llena por ejemplo.
¿Será por ese temor a desprenderse de la incomodidad conocida que
gente como Macri o Trump o Cunha, por nombrar a quienes son del día, obtienen
votos en las villas miseria donde la incomodidad parece que está instalada para
siempre?
Más allá de lo que me incomoda individualmente, podría, debería,
preguntarme qué me incomoda en mi relación con el medio en el que me
desenvuelvo en estos tiempos; si bien en otros también la padecí no me hice las
preguntas que me hago ahora. Podría desentenderme y seguir tranquilo por mi
ruta, con mis rutinas y mis satisfacciones, comiendo bien y tranquila mi
conciencia sin hacer caso de lo que ocurre a mi alrededor, pero no lo hago: me
siento incómodo con lo que observo, me incomoda que haya cundido y nos esté
asfixiando un lenguaje oficial y mediático mediocre, lleno de ripios y lugares
comunes; me pone incómodo tener que soportar mentiras, a lo Goebbels (“miente,
miente, que algo quedará”) como si fueran verdaderos juicios de valor y
verificar que muchos las creen verdades comprobadas. ¡Y vaya que no faltan! Me
mata la danza de millones, mal o bien habidos, que nos envuelve como una red
maléfica y nos quiere hacer creer que eso es la verdadera vida. Me da vergüenza
que aparezcan en la escena íncubos idiotas, subproductos de Legrand y de
Venegas, que balbucean incoherencias como si eso fuera estilo. Me pone incómodo
la impavidez con la que niegan el infortunio de los demás y la torpe repetición
de las acusaciones a un pasado reciente que fue en realidad una cuasi edad de
oro, con libertades nunca vistas, y un esplendor cultural del cual no habría
ninguna otra respuesta sensata que el orgullo.
Claro que decir “incómodo” parece algo pobre. Habría que decir
“indignado”, como los españoles, que al parecer ya no lo están tanto, o
preocupado, porque la incómoda confusión que nos ha invadido, que enriquecidos
de antes hayan tomado por asalto los recursos del Estado y sean abierta y
cínicamente agentes de toda posibilidad de vida cómoda para la masa de
incómodos, no cesa y oscurece el panorama y promete que la incomodidad será la
forma estable de la vida en este castigado país. Ni siquiera las gatas
encontrarán la posición cómoda para soñar con mundos lejanos y perfectos.
*Publicado en Página12
No hay comentarios:
Publicar un comentario