Imagen La Tecla Eñe |
La pregunta que debemos
realizarnos hoy, en junio de 2016, es cómo lograr el fortalecimiento del campo
popular, cómo robustecer la oposición popular al gobierno neoliberal. Esto es
imposible sin una reflexión colectiva, crítica y constructiva.
Necesitamos entender cómo llegamos a este punto, para superar los obstáculos
que nos impiden construir una estrategia con vocación de mayorías. Es decir,
buscar convencer a la mayoría de los argentinos de que no se trata de un
problema de identidades políticas. Se trata de encontrar soluciones, de
desplegar un nuevo programa para afrontar los dilemas de nuestro país y de la
región, a contramano del neoliberalismo. Eso se traduce en una tarea doble y
simultánea: una actitud reflexiva sobre la estrategia y una acción en defensa
de todos los derechos que se vean amenazados.
Obviamente que la baja de las commodities y la reaparición de
la restricción externa por la falta de dólares planteó un problema grave para
avanzar en procesos redistributivos. Pero la estrategia de concentrarse en
“defender lo logrado” tenía sentido en un mundo donde avanzaba la desigualdad,
pero resultaba completamente insuficiente para proponer un proyecto y una
agenda de futuro que debía encontrar nuevos carriles. Y el problema era que
defender lo conquistado exigía encontrar los modos de seguir construyendo
mayoría. Es muy difícil que una sociedad vote en función del pasado.
Recuperemos la reflexión realizada por el vicepresidente de Bolivia,
Álvaro García Linera, a propósito del balance sobre la derrota del referéndum
en ese país. Allí plantea que cuando una piedra rompe un vaso de vidrio, ¿qué
debemos discutir? No se entiende la sorpresa de que la derecha sea de derecha,
los conspiradores conspiren y los poderosos tengan poder. Las piedras son
duras, eso no es novedad. La pregunta es ¿por qué en un momento dado el
neoliberalismo perdía y ahora gana?
García Linera dice que no se trata de analizar la dureza de la piedra,
sino las fragilidades del vaso. Es un buen punto porque de hecho, como vimos,
la oposición de algunos sectores poderosos había comenzado varios años antes y,
sin embargo, hasta 2015 no lograron derrotar al kirchnerismo. También señala
García Linera que es un error confundir la construcción de hegemonía con la
continuidad del liderazgo. El desafío de construir valores compartidos, una
cierta visión de mundo y un sentido común no debería traducirse en la búsqueda
constante de reelección. Las ensoñaciones que produjo la interpretación
equivocada del 54% terminaron en un círculo vicioso que tuvo la raíz en la
incapacidad para generar un liderazgo de sucesión.
Un tercer problema se refiere a que ciertas políticas públicas
produjeron cambios sociales, pero el kirchnerismo continuó haciendo política
como si esos cambios no se hubieran producido. Con el crecimiento, las
políticas laborales y sociales se generó mayor inclusión social y mayor poder
adquisitivo. Eso no sólo modificó los ingresos, sino también la autopercepción
de clase. De aquí surge la aparente paradoja de la “clase media”. Según una
tesis en boga, como los sectores sociales más bajos accedieron al consumo y a un
nuevo poder adquisitivo, entonces se derechizaron. Esta lectura es fatalista
porque significaría que cualquier proceso de redistribución está condenado a
autoinflingirse su propia derrota política. Cada vez que se mejoren las
condiciones de vida, las mayorías se alejarían automáticamente de una vocación
transformadora. En realidad, esa dinámica plantea una sociedad más compleja,
con nuevas demandas. Y una política que debe ser capaz de escuchar y dialogar
con esas nuevas demandas.
En los hechos, cuando en 2012 comenzaron las protestas callejeras
contra el gobierno por cuestiones que iban desde el dólar hasta la inseguridad
pasando por la corrupción, varios funcionarios fustigaron en sus discursos a la
clase media. Ellos quizás se referían a la clase media alta, pero para ese
entonces el 78% de los habitantes del Área Metropolitana de Buenos Aires se
autoconsideraba parte de la clase media, media baja y media alta. En otras
palabras, una gran parte de los argentinos volvía a considerarse parte de las
clases medias. No por eso iban a pasarse la vida agradeciendo a los líderes
oficialistas, como a veces parecía que estos pretendían. Más bien, comenzaban a
tener nuevas demandas y nuevas ilusiones.
Como señaló Martín Rodríguez, la clase media es “el hecho maldito del
país peronista”, porque el peronismo fabricó clases medias y nunca
terminó de comprenderlas muy bien. Esas clases medias están compuestas por los
propios trabajadores. Se sienten parte de la clase media porque tienen casa
propia, o automóvil o porque sus hijos van a la universidad. Las estrategias
políticas con vocación de mayoría en la Argentina siempre tienen en cuenta a
las heterogéneas clases medias.
Probablemente algunas de esas demandas no pudieran ser satisfechas por
el gobierno, pero también el gobierno podía protagonizar la construcción de una
nueva agenda para esta etapa. Esto no sucedió: el gobierno se concentró en
“defender lo logrado”. La agenda del cambio quedaba en manos de sus
adversarios, todavía fragmentados.
Eso fue el vinculó a otro problema político. La sociedad argentina
estaba dividida en tres sectores: alrededor de un tercio firmemente
oficialista, otro tanto opositor y otro tanto de votantes sin una preferencia
fija, que eran indecisos, que cambiaban de opinión. Muchos de ellos votaron a
Cristina Kirchner en 2011 y a Mauricio Macri en 2015. Durante los últimos años,
el gobierno se dirigió cada vez menos a ese tercio de la población y cada vez
más radicalizó su discurso en términos de amigo-enemigo, reforzando la
convicción de los “convencidos”.
Esa dificultad por entender procesos que no están catalogados o
previstos en ciertas perspectivas teóricas e ideológicas, se repite ahora con
el gobierno de Macri. Hay quienes creen que Macri es Videla. O peor que Videla.
Seré claro. Permítanme una fantasía. Si hoy gobernara Videla y Macri hubiera
sido electo presidente y Videla no quisiera entregarle el poder, yo estaría
dispuesto a ir a cualquier movilización y a hacer huelga de hambre para que se
respete la voluntad popular. Las caracterizaciones políticas ridículas generan
políticas ridículas. Macri tampoco es Alsogaray, el viejo líder de la UCEDE que
nunca tuvo peso electoral ni ganó una elección. Necesitaremos avanzar en una
caracterización adecuada del macrismo que incluya, a la vez, su carácter
neoliberal y su voluntad de aplicar el neoliberalismo con el voto mayoritario.
Por eso, al menos en esta etapa, inclusive con todo lo que ya logró, continúa
en el tira y afloje de las paritarias, avanza dos pasos y retrocede uno. Cuando
perdemos de vista el posibilismo de este neoliberalismo no captamos la disputa
hegemónica que se desarrolla hoy en la Argentina. Ese posibilismo se lee
en los analistas de los grandes medios cuando señalan “el problema político” de
aplicar los planes a rajatabla, sin un tira y afloje.
Hasta aquí hubo una grave derrota política y electoral. Pero para
avanzar sin resistencias el gobierno necesita aún infligir una derrota social y
otra derrota cultural mucho más amplia. Es muy claro que ingresamos en una
etapa defensiva para los trabajadores y sectores populares. Alcanza con mirar
las paritarias que están cerrando por debajo de la inflación con la pérdida de
poder adquisitivo que implica. Sin embargo, también es cierto que muchas han
roto por lejos el techo del 25% y que todavía la capacidad de lucha social va a
dar nuevos capítulos. El riesgo mayor es que por la falta de continuidad (como
sucedió con la multitudinaria movilización del 29 de abril) o por una radicalización
que aísle a los trabajadores, se vaya generando una derrota social. Las
principales luchas sociales no se ganan o se pierden por las consecuencias
puramente económicas de una huelga, sino por la capacidad de interpelar y ganar
el apoyo y la simpatía de la mayoría de la sociedad. Se necesitan estrategias
complejas, que como en su momento lo fue la Carpa Blanca, contemplen las
resonancias simbólicas y que no regalen esa dimensión crucial a los proyectos
de ajuste.
Si Macri ganó, como sabemos, disfrazando su discurso, es porque la
mayoría de la sociedad y muchos de quienes lo votaron no están prestos a
aceptar con facilidad dos dígitos de desempleo, mayores bajas del salario, un
achicamiento de la educación pública o un retroceso en los derechos humanos.
Ahora ser verá: mientras las prometidas inversiones no llegan, llegarán las
condiciones de los eventuales inversores. La aceptación o no de esas
condiciones intensificará un conflicto cultural entre modelos de sociedad,
entre valores y símbolos relevantes. Habrá que prepararse para afrontar esas
disputas no desde la propia identidad política que jamás debe ser confundida
con la lucha hegemónica más general.
Todo esto torna dramática la ausencia de una estrategia política, en
los diferentes planos. Debe partirse de un precepto general: Macri debe
gobernar durante los cuatro años de su mandato constitucional sin destruir
derechos. ¿Se trata de una contradicción? ¿El proyecto neoliberal en curso no
implica acaso socavar derechos? Nadie propuso en la campaña electoral ni las
mayorías votaron a favor de eliminar derechos ciudadanos y derechos sociales.
Defendemos la voluntad popular: los eligieron para gobernar, no para destruir
logros del conjunto de la sociedad. Y los argentinos también eligieron al
Congreso y a las autoridades provinciales y municipales. La realidad es
contradictoria y la lucha hegemónica es contradictoria.
Los problemas actuales de la oposición hacen que resulte difícil
imaginar en qué debería consistir esa estrategia política. Por eso, conviene
comenzar señalando en qué no debe consistir esa estrategia. Justamente, la
fortaleza política del gobierno es una consecuencia de la fragmentación de la
oposición y de la notable capacidad de algunos dirigentes opositores por
debilitar a la oposición.
En primer lugar, una estrategia para un proyecto progresista y popular
de construcción de mayorías debe tomar distancia del acuerdismo. El
acuerdismo bebe de dos fuentes complementarias. Por un lado, la necesidad de
los responsables de la gestión provincial o municipal de acceder a recursos.
Por otro, la táctica de dejar hacer al gobierno, presentar un rostro
amable que se diferencie en aspectos puntuales. Como decía Aldo Ferrer, no hay
que tener miedo a negociar ni negociar con miedo. Ciertamente, para negociar
sin miedo la condición fundamental es tener clara la construcción de un
proyecto político alternativo. No es problemático que los gobernadores
negocien. Lo grave es que esa negociación implique el total desdibujamiento de
un proyecto alternativo.
¿Pero cuál es ese proyecto? El desafío de la hora es elaborar
propuestas viables, creíbles por la sociedad, como soluciones integrales a los
problemas de la Argentina actual. La idea de que la oposición debe concentrarse
en defender los doce años de kirchnerismo es un modo de asegurar el éxito
político del macrismo. Diversos sectores de la sociedad tienen distintos
sentimientos respecto de uno y otro gobierno: amor, bronca, desazón,
melancolía, nostalgia, odio. También hay distintas formas de identificación
(peronistas, kirchneristas, antikirchneristas, macristas, etc). Se comete un
grave error cuando se cree que puede estructurarse una estrategia política
basada en emociones y en identificaciones. Ese camino implica una vocación de
minoría. El desafío es construir un proyecto en favor de las grandes mayorías,
que enamore a futuro y que articule distintos sentimientos e identidades
políticas. Cuanta mayor homogeneidad se busque, más minoritario será el
resultado que se produzca.
Esa articulación de heterogeneidades, ¿es lo mismo que la idea el
Frente Ciudadano? No lo sabemos, ya que florecen las interpretaciones acerca de
dicho frente, no sólo reduciéndolo a una renominación del Frente para la
Victoria. Sobre todo, anteponiendo la conducción de determinado sector político
a la existencia de la unidad. Pero la realidad es muy distinta. En esta etapa,
la paradoja es que la unidad sólo es posible si no hay una dirección de esa
unidad. La desconfianza entre sectores ha crecido tanto, que la paciencia y la
humildad se convirtieron en condiciones necesarias para cualquier articulación.
Esa unidad para defender derechos debería desplegarse en todos los niveles,
incluyendo los barrios, los clubes, los sindicatos, el congreso, las instituciones
educativas, etc.
Más que avanzar en esa dirección hoy estamos presenciando la dinámica
opuesta. Hay un proceso centrífugo en la oposición y en el campo popular. La
ausencia de una estrategia política clara, fortalece la fragmentación. Muchos
tironeos y disputas actuales se revelarán sin sentido, cuando sea tarde para
impulsar una estrategia de articulación. Si esta dinámica no se revierte en el
corto plazo, lo más probable es que el neoliberalismo haya venido para
quedarse.
Hay fuerzas y agrupamientos que empiezan a actuar en favor de nuevas
articulaciones. Se proponen pensar reflexivamente los errores al mismo tiempo
que participan activamente en las luchas por defender derechos. La realidad es
que todavía falta para adquirir la fuerza necesaria para revertir la tendencia.
Para que esas fuerzas adquieran el protagonismo que sería necesario.
Además, esas fuerzas cuentan con problemas adicionales. La elaboración
de un proyecto que enamore a futuro a la sociedad implica en el plano de los
referentes públicos, tanto continuidades como renovaciones. Pero sólo existe el
listado extenso de quienes pretenden continuar en lugares de representación,
como si nada hubiese pasado. Sin caras nuevas, no habrá proyectos nuevos. Pero
la combinación de la débil formación política de algunas voces públicas y el
exacerbado narcisismo de figuras destacadas se han convertido en poderosos
obstáculos para una tarea inmensa. El oficialismo actual disfruta de esos
errores tanto como de la ausencia de un discurso contundente y claro respecto
de la corrupción. Esta nota ya es demasiado extensa, así que sobre la
corrupción sólo diré lo siguiente: si se comprueba que cualquier funcionario
cometió un delito (no a través de una condena mediática, sino de un juicio
transparente), mi opinión sobre esa persona cambiará de manera inexorable. Los
dineros públicos son sagrados. Cambiaré de opinión sobre la persona, pero no
cambiará mi compromiso con proyectos políticos por mayor democracia, mayores
derechos y mayor igualdad. Estos proyectos nacieron hace mucho tiempo atrás y
seguirán vivos mientras haya injusticia en este mundo. No aceptaré varas
diferentes para medir posibles actos de corrupción de un gobierno y de otro.
Tampoco que un escándalo se utilice como excusa para atacar derechos sociales.
Estas no sólo son certezas de una vida, son de muchas vidas, de muchos
argentinos. Esas certezas son necesarias, pero no suficientes. Para poder
avanzar necesitamos una estrategia política de construcción de mayorías.
*Doctor en Antropología por la Universidad de
Brasilia. Investigador del CONICET y docente del Instituto de Altos
Estudios Sociales (IDAES) de la UNSAM.
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