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Hay una propaganda del gobierno
nacional que circula con cierta asiduidad por los canales de televisión en la
que puede verse los logros de las políticas públicas del kirchnerismo y que
concluye con la voz de la presidenta de la Nación remarcando la frase: "No
fue magia". El latiguillo es tan pegadizo que hasta se compuso un tema
musical tecno con repeticiones de la frase y entrecortes y repeticiones.
Incluso hasta ya hay remeras que repiten la consigna. La intención es clara:
nada de lo hecho fue casualidad o generación espontánea; tampoco fue gratuito
ni un artilugio ni un truco. Sin embargo, en mi opinión personal, el latiguillo
es, al menos, incompleto.
"No fue magia", reza desde su positivismo racionalista la
propaganda. Y claro que es cierto. Hubo decisión personal, acción política y
esfuerzo colectivo para que el país saliera de los horribles días del
neoliberalismo a estas jornadas de relativa cohesión social y mejoramiento de
las condiciones materiales de todos los argentinos. Excepto una minoría de
empresarios especuladores y economistas falsarios –que hoy, no casualmente,
integran los equipos económicos de Mauricio Macri- y los represores de la
última dictadura militar, no hay un solo argentino que no esté mejor de lo que
estaba en el 2001. Es cierto, que no sea han resuelto todos los problemas. Pero
también es verdad que incluso los sectores más postergados hoy tienen algún
tipo de cobertura social por parte del Estado que en aquellos años no tenían.
Y claro que no fue magia. Fueron políticas públicas, fue un modelo
económico sensato y de equilibrio, que aún en los momentos más difíciles –como
en la actualidad, con el cambio de reglas de juego económicas que realizó
Estados Unidos- bregó por no perjudicar a la mayoría de los argentinos. No es
casualidad que millones de argentinos no sean empujados a la pobreza y a la
miseria de un día para el otro: la decisión de no transitar el camino de los
ajustes permanentes que propone la pandilla de economistas neoliberales
facinerosos vinculados al PRO. Porque el "ajuste" no es incoloro,
indoloro e inodoro, tiene menos que ver con la técnica que con la ideología.
Los profetas del ajuste permanente lo que proponen es que el sacrificio lo
hagan los sectores populares y la clase media. Saludan con sombrero ajeno.
Cuando hablan de racionalizar el gasto público se refieren, sobre todo, a
limitar la demanda, es decir, el poder de compra de las mayorías, por vía de la
quita de planes, subsidios, asistencia e inversión social. Raramente ajuste
significa menos prebendas para los grupos empresarios monopólicos o minimizar
las comisiones en el pago de la deuda externa, como bien sabe el economista
macrista Federico Sturzzeneger, favoreció por un fallo de la Injusticia en la
causa por el fraudulento Megacanje en tiempos de Fernando de la Rúa y Domingo
Cavallo. En conclusión: Ajuste significa más pobreza para los más pobres, y,
aunque nunca tomen conciencia de esto, también para los sectores medios.
Es posible que no haya sido magia en el sentido de
"artilugio" y mucho menos en el sentido de "truco",
"timo" o "engaño". Pero sí fue mágico. ¿Puede algo que no
haya sido magia convertirse en mágico? Sí. Lo mágico –categoría poco científica
y poco política, a decir verdad- está relacionado con lo "encantado",
lo "extra-ordinario", lo que "está fuera de los común" y
nos deja admirados por su belleza o por su virtud. Es posible que no haya sido
magia. Pero fue mágico.
Fue mágico porque desde hacía más de 60 años que el peronismo no tenía
la posibilidad de accionar políticamente desde el núcleo básico de sus ideas,
porque hacía varias décadas que la Plaza de Mayo no se inundaba de multitudes
como ocurrió en los últimos años, porque millones de argentinos recuperaron el
sentido de la política gracias a la confianza en el liderazgo tanto de Néstor
como de Cristina Kirchner. Fue extraordinario porque por 12 años este
país no fue gobernado por dirigencias infames que sólo buscaban favorecer a las
minorías perjudicando a las mayorías, proponiéndoles sólo represión y pobreza.
Repasemos: las dictaduras militares de Pedro Aramburu e Isaac Rojas, de Juan
Carlos Onganía y Alejandro Lanusse, de Jorge Rafael Videla, Roberto Viola,
Leopoldo Galtieri y Reynaldo Bignone, con sus respectivos economistas
pandilleros como Álvaro Alsogaray, Adalberto Krieguer Vasena, José Martínez de
Hoz; y los gobiernos civiles de Carlos Menem y De la Rúa, que con Domingo
Cavallo como infausto cerebro no hicieron otra cosa que empobrecer a los
argentinos y fundir al Estado nacional.
Es en este sentido que el kirchnerismo fue mágico: para una persona
que nació en 1955, por ejemplo, y que hoy tiene 60 años, el país ordinario es
una Argentina "hija de puta", con perdón de la expresión, que se come
a sus propios hijos, que los devoró en las cárceles, en los campos de
concentración, que los sumió en la pobreza y la miseria, que no los dejó votar,
que les impidió la libertad, que los sumió en el sálvese quien pueda, en la
exitoína del neoliberalismo, que considera que hay fraude cuando el pueblo no
elige lo que los que mandan quieren que vote. Por primera vez en mucho tiempo
un sector mayoritario de la población cree y está convencido de que existe un
gobierno que no dispara contra las mayorías. Y eso lo visualiza como
extraordinario y mágico.
Y porque fue mágico –porque permitió a millones de argentinos
reencontrarse, reidentificarse, resignificarse como individuos pero también
como sujetos colectivos- es porque debe concluir en una gran fiesta. El
kirchnerismo debe acompañar a Cristina Fernández de Kirchner, en esta primera
etapa de gobierno, a salir por la puerta grande. Eso es lo que no quieren los
sectores dominantes que hoy agitan el fantasma del fraude para empañar el final
del mandato de la presidenta. Y ante las operaciones políticas y mediáticas de
la derecha, las mayorías deben anteponer lo mejor que saben hacer: defender la
alegría. Por eso es que el kirchnerismo debe organizar una despedida
(momentánea) que quede registrado en la memoria de todos los argentinos; que le
diga a la historia que hubo un gobierno que se fue con el apoyo masivo en las
calles de millones y millones de seguidores. Y esa marcha debe hablar del
pasado, del presente y del futuro. Debe hablar de lo que significó el primer
peronismo, de lo que sufrieron las mayorías proscriptas y empobrecidas, debe
connotar que estos años estuvieron fuera de lo común respecto de la Argentina
"hija de puta", pero también tiene que mirar al futuro y anunciar que
a la democracia la tutelan millones de personas dispuestas a defenderla de los
grupos minoritarios de poder. El kirchnerismo debe organizar una marcha de
despedida a Cristina en la que diga que no fue magia, que fue política. Pero lo
que ocurrió fue mágico.
*Publicado en Tiempo Argentino
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