Este 25 de Mayo, en el que se cumplen
10 años de la llegada de Néstor Kirchner a la presidencia de la Nación y
40 de la asunción de Héctor Cámpora, también se conmemora un nuevo
aniversario de la muerte de Arturo Jauretche, una figura compacta del
pensamiento político argentino. Lejos del anacronismo, sus ideas se siguen discutiendo con la misma
pasión ideológica de hace ya algunas décadas. ¿Por qué ha tenido lugar
en los últimos años una reactualización del pensamiento jauretcheano?
Posiblemente porque la restauración conservadora de la década de los ‘90
del siglo XX volvió a poner en tela de juicio la serie de conceptos que
sostuvieron la llamada “década infame”.
Si se aplica la misma lógica para tratar distintos hechos de la
historia, se les podría recordar a quienes aseguran que en estos últimos
10 años regresaron los ‘70 que quizás tengan razón, y por una causa muy
clara: porque en los ‘90 volvieron los ‘30. Lo que indica que la
historia no es “evolutiva”, sino que es una línea afectada por tensiones
de diversa dirección que, según los casos, puede regresar a saldar sus
cuentas pendientes.
Jauretche, sin dudas uno de los ideólogos del kirchnerismo, es un
militante del radicalismo yrigoyenista que ingresa a FORJA en 1940 y,
desde entonces, se lo va a ver siempre apoyando los movimientos
populares. Es en FORJA donde Jauretche comienza a pensar en una idea de
país y en sus diversas relaciones con su sociedad interior y los pactos
entre economía local y extranjera que condicionan su progreso.
FORJA es una especie de vanguardia ideológica que desactiva la
mitología bienhechora de dos grandes poderes de facto, como las
multinacionales y la corporación agroganadera. A estas estructuras, que
aparecen como enemigas naturales del campo nacional y popular, Jauretche
le agrega un tercer elemento solidario que es el lenguaje de la
burguesía vernácula, un idioma de clase que inspira su Manual de
zonceras argentinas. Pero en el fondo de su pensamiento, estaba presente
la cuestión social. En la pobreza de la Argentina –y de América Latina-
ve las consecuencias económicas ligadas al desmantelamiento del
patrimonio nacional.
Además de ideólogo y sensor hipersensible, capaz de señalar sin
equívocos dónde debía colocarse un militante de la izquierda nacional
respecto de la historia y la actualidad, Jauretche también fue un hombre
de acción. Dos veces presidente del Banco de la Provincia de Buenos
Aires (en su gestión, el concepto “fomento” se destacó sobre el concepto
“banca”), también fue candidato a senador en 1961, compitiendo con
Alfredo Palacios en los años de proscripción del peronismo.
También hay algo en Arturo Jauretche que podemos reconocer como el
sentido moral de sus intervenciones políticas, independientemente del
campo en que las haya hecho: le costaba quedarse inmóvil en los procesos
sociales y políticos. Era un activista en todo el sentido de la
palabra. De modo que así como apoyó la presidencia de Frondizi luego del
acuerdo del peronismo con la Unión Cívica Radical Intransigente,
desertó apenas vio que los acuerdos de Frondizi con las petroleras
multinacionales afectaban los principios por los que venía luchando
desde hacía muchos años.
La participación política de Jauretche en la vida pública argentina,
que tuvo lugar tanto en el campo del pensamiento como en el de la
acción, inspira en alguna medida –después de 80 años de publicado su
primer libro, El paso de los libres, con un curioso prólogo de Borges-
tanto los actos del gobierno popular de Cristina Fernández como las
reflexiones de Carta Abierta. Y nos sigue recordando que el peronismo,
tanto el de 1945 como éste que vivimos hoy, no basa su fuerza en el
resentimiento, sino en la esperanza.
*Publicado en Diario Registrado
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