En muchos sectores de la sociedad circula un
discurso basado en la pospolítica, que idealiza la posibilidad de los
consensos y que contiene la fantasía de una sociedad sin conflictos
administrada por técnicos y especialistas. Paralelamente, este discurso
asocia de manera negativa la política a la confrontación y a la
violencia. Desde esa perspectiva, el discurso del kirchnerismo estuvo
planteado por algunos sectores como crispado y antidemocrático.
Recordemos tres ejemplos:
Carlos Reutemann sostuvo que el discurso de Kirchner es "violento y
agresivo", que "atrasa, expulsa y desintegra, genera divisiones y
tensiones".
En el mismo sentido Chiche Duhalde sostuvo: "Los Kirchner
impusieron un modelo de crispación y violencia." Su marido fue mas
lejos, Eduardo Duhalde sostuvo que cuando Kirchner "habló en las puertas
del Congreso, con un lenguaje y una forma que si uno apagaba la voz me
hacía recordar a esos oradores como fue el führer, como fue Mussolini".
El eje en el cual se encuadra este discurso es la asociación de la
confrontación y la pasión a lo autoritario. Pero si no hay disputa no
hay transformación posible, e inevitablemente un discurso confrontativo
es necesario para modificar la realidad, de lo contrario no se podría
enfrentar a intereses concentrados y a grupos poderosos. El ideal de una
sociedad sin conflictos lleva inevitablemente el mantenimiento del
statu quo.
En ese sentido, el discurso del kirchnerismo se presenta como más
proclive a disputar intereses. Pero, ¿por eso es más autoritario? ¿Qué
entendemos por un proyecto político democrático? Un proyecto democrático
de raíz es el que incorpora reclamos de distintos sectores populares y
de grupos vulnerables tomándolos como propios. En ese sentido, la agenda
de los debates de los últimos años no la impone el kirchnerismo, sino
que nace de las organizaciones libres del pueblo. La bandera de los
derechos humanos no la impuso el ex presidente, era un reclamo histórico
de la sociedad. La asignación universal era un pedido del Frente
Nacional Contra la Pobreza del año 2001. La ley de Servicio de
Comunicación Audiovisual la soñaban la mayoría de los medios
comunitarios del país. El matrimonio igualitario era el deseo histórico
de minorías sexuales. El kirchnerismo tuvo la virtud de ser un
movimiento democratizador de raíz, que incluye a sectores postergados,
mientras transforma y desborda la realidad. No es un dogma de verdades
que se repiten e imponen. Pero para modificar el statu quo y resolver
problemas estructurales hay que confrontar, enfrentar intereses y
pensamientos hegemónicos.
Según Chantal Mouffe, toda política es confrontativa, ya que las
identidades son siempre relacionales. Por lo tanto, inevitablemente
cuando uno construye una identidad política, hay un "nosotros" en
relación a un "otro", que es una exterioridad. Soy lo que no es el
otro.
Lo que ocurre con el discurso de la pospolítica es que intenta
negar esta diferenciación constitutiva. Busca establecer el ideal de un
mundo basado en el consenso, sin diferenciaciones, ni conflictos.
Sin embargo, según Mouffe, "cuando las fronteras políticas se
vuelven difusas, se manifiesta un desafecto hacia los partidos políticos
y tiene lugar un crecimiento de otros tipos de identidades colectivas,
en torno a formas de identificación nacionalistas, religiosas o
étnicas".
En ese sentido, la diferenciación nosotros/ellos es constitutiva de
cualquier identidad, ya que toda identidad es relacional. Por lo cual
ese ideal de una democracia sin identidades colectivas es irrealizable.
Para Mouffe, "cualquier identidad colectiva implica dos: los católicos
no se definirían sin los musulmanes; las mujeres sin los hombres. La
idea de que se podría llegar a un nosotros inclusivo completamente es
impensable teóricamente."
Pero si no hay diferenciación política, en términos de propuestas
de gobierno o de pensamientos ideológicos, la diferenciación se
establece en términos morales. Esta estructura de pensamiento moral
lleva a pensar en antagonismos de amigo/enemigo.
Es ilustrativo el discurso de Elisa Carrió, quien sostiene que
"vamos dolorosamente a un nuevo contrato moral, a un contrato
republicano, que premia el mérito, que premia la virtud, vamos a
necesitar mucho la virtud en este país".
El discurso moral lleva a pensar que la política es una lucha entre
buenos y malos, y en ese pensamiento sólo puede imponerse "el bien"
destruyendo "el mal".
Como sostuvo Carrió, "mientras no haga implosión el sistema de poder del PJ, este país no tiene salida."
El problema es que esta estructura de pensamiento antagonista
basada en el opuesto de amigo/enemigo puede debilitar la democracia.
Esto se debe a que "el mal" no es un adversario con quien competir, hay
que eliminarlo. En ese sentido, para la profesora de Teoría Política,
"cuando la división social no puede expresarse por la división
izquierda/derecha, las pasiones no pueden ser movilizadas hacia
objetivos democráticos, y los antagonismos adoptan formas que pueden
amenazar las instituciones democráticas".
Por eso Mouffe propone el agonismo, donde "se establece una
relación nosotros/ellos en la cual las partes en conflicto, si bien
admitiendo que no existe una solución racional a su conflicto, reconocen
sin embargo la legitimidad de sus oponentes". Es decir, no reclaman
como Carrió la implosión del otro. El eje de la propuesta es suplantar
la idea de "enemigo" por la de "adversario", ya que "la política
democrática es por naturaleza y necesariamente adversarial".
Probablemente, el crecimiento electoral del socialista Hermes Binner
tiene que ver con reconocer un análisis más agonístico de la sociedad.
No hay que tenerle miedo a la política, a la confrontación o a las
disputas de intereses ideológicos. Las expresiones de conflictos
políticos demuestran que nuestra democracia esta viva. No hay que
suprimir las pasiones, ni las identidades colectivas, hay que fortalecer
y construir canales democráticos donde canalizarlas, ya que serán
herramientas en la construcción de una sociedad más justa y plural.
*Publicado en Tiempo Argentino
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