Diciembre es el mes de los levantamientos. Al término de un largo
período de pocas intervenciones, el Subcomandante Marcos reapareció con
su prosa y con la acción para instalar al movimiento zapatista en el
horizonte de la agenda política del recién electo presidente Enrique
Peña Nieto, cuya victoria a mediados del año pasado marcó el retorno del
PRI (Partido Revolucionario Institucional) al poder tras 12 años en la
oposición. Ya va camino a cumplirse dos décadas desde que, apenas pasada
las doce de la noche del 31 de diciembre de 1993, el entonces
presidente mexicano Carlos Salinas de Gortari recibiera el año 1994 con
un brindis aguado: estaba festejando el Año Nuevo y la entrada en
vigencia del Tratado de Libre Comercio de América del Norte cuando el
ministro de Defensa de aquella época le informó que un grupo alzado en
armas acababa de tomar la localidad de San Cristóbal de las Casas y
varios puntos de Chiapas, el Estado situado al sur de la península de
Yucatán. El Ejército zapatista de Liberación Nacional, EZLN, se impuso
en la política mexicana junto a su líder, el Subcomandante Marcos.
El Subcomandante y los zapatistas rompieron el molde de los
tradicionales grupos revolucionarios latinoamericanos: eran
mayoritariamente indígenas y su discurso y sus demandas, lejos de las
entonaciones marxistas, ya diseñaban una exigencia democrática para un
México que aún estaba gobernado ininterrumpidamente por el PRI. Los
combates de aquel primer alzamiento duraron casi dos semanas al cabo de
las cuales hubo centenas de muertos. Salinas de Gortari decretó un alto
el fuego y el Subcomandante Marcos le ganó la batalla, no con las armas
sino con las palabras. En un inolvidable comunicado dirigido a la
prensa, Marcos respondió al supuesto “perdón” ofrecido por el gobierno
federal: “¿De qué tenemos que pedir perdón? ¿De qué nos van a perdonar?
¿De no morirnos de hambre? ¿De no callarnos en nuestra miseria? ¿De no
haber aceptado humildemente la gigantesca carga histórica de desprecio y
abandono? ¿De habernos levantado en armas cuando encontramos todos los
otros caminos cerrados? ¿De no habernos atenido al Código Penal de
Chiapas, el más absurdo y represivo del que se tenga memoria? ¿De haber
demostrado al resto del país y al mundo entero que la dignidad humana
vive aún y está en sus habitantes más empobrecidos? ¿De habernos
preparado bien y a conciencia antes de iniciar? ¿De haber llevado
fusiles al combate, en lugar de arcos y flechas? ¿De haber aprendido a
pelear antes de hacerlo? ¿De ser mexicanos todos? ¿De ser
mayoritariamente indígenas? ¿De llamar al pueblo mexicano todo a luchar
de todas las formas posibles, por lo que les pertenece? ¿De luchar por
libertad, democracia y justicia? ¿De no seguir los patrones de las
guerrillas anteriores? ¿De no rendirnos? ¿De no vendernos? ¿De no
traicionarnos?”.
Contundente, legítimo, imborrable. Transcurrieron casi veinte años,
hubo muchos muertos en Chiapas, represión, matanzas como las de Acteal
(45 indígenas asesinados), centenas de páginas de la prosa literaria con
la cual el subcomandante Marcos sedujo al mundo, un enorme terremoto
político en México y, sobre todo, el fin del mandato ininterrumpido del
PRI y el acceso al poder de otra fuerza, la conservadora PAN (Partido de
Acción Nacional), que gobernó México durante dos mandatos consecutivos:
Vicente Fox –2006-2006– y Felipe Calderón –2006-2012–. El PRI regresó
al poder en diciembre de 2012 luego de que su candidato, Enrique Peña
Nieto, ganara las elecciones presidenciales de Julio del año pasado. Y
con el PRI también volvió el zapatismo, con la acción y la palabra. Tras
un largo momento de receso, el Ejército Zapatista de Liberación
Nacional irrumpió en el espacio público en dos tiempos: primero, el
pasado 21 de diciembre con una movilización silenciosa en la que
participaron 40 mil personas con el rostro cubierto con el pasamontañas
que siempre luce el subcomandante. Marcos abrió un intersticio en esa
marcha zapatista que recorrió varias poblaciones con un comunicado que
decía: “¿Escucharon? Es el sonido de su mundo derrumbándose, es el del
nuestro resurgiendo. El día que fue el día, era noche. Y noche será el
día que será el día”. La marcha del 21 fue la mayor movilización que
protagonizaron los zapatistas desde que se alzaron en armas el 1º de
enero de 1994. La fecha no fue casual: coincidió con el decimoquinto
aniversario de la matanza de Acteal perpetrada por paramilitares y en la
cual murieron 45 indígenas, en su gran mayoría mujeres y niños. El
gobierno mexicano atribuyó la matanza a un conflicto étnico y condenó a
20 indígenas. Al cabo de 11 años de cárcel, los acusados recuperaron la
libertad debido a irregularidades en el proceso. El Segundo tiempo de la
instalación del zapatismo en la agenda política lo asumió el
subcomandante Marcos el último día del año mediante dos cartas y un
copioso comunicado en los cuales, con su verbo habitual, entre críptico,
poético y guerrero, interpela y despedaza a la clase política en su
conjunto, izquierda y derecha, a los medios de comunicación y al
presidente Enrique Peña Nieto, a quien exige que cumpla con los acuerdos
de San Andrés (Acuerdos de San Andrés sobre Derechos y Cultura Indígena
firmados el 16 de febrero de 1996 por el gobierno mexicano del
presidente Ernesto Zedillo y el EZLN). Estos textos que figuran en las
cartas del Comité Clandestino Revolucionario Indígena son los primeros
en extensión que, en los últimos dos años, llevan la firma del
subcomandante Marcos. El líder mexicano anuncia una serie de acciones
cívicas y, desde el principio, señala el camino que van a seguir: “No es
el nuestro un mensaje de resignación, no lo es de guerra, de muerte y
destrucción. Nuestro mensaje es de lucha y resistencia”.
El Subcomandante arremete contra el actual presidente, lo acusa de
haber llegado al poder mediante un “golpe mediático” y recalca que “nos
hicimos presentes para hacerles saber que si ellos nunca se fueron,
tampoco nosotros”. Muchos intelectuales mexicanos celebraron este
retorno del zapatismo en momentos en que el país sale de un gobierno
dudoso e ingresa bajo el mando de otro cuya victoria está salpicada de
sospechas. El investigador y analista Guillermo Almeyda señala al
respecto que “ante la debilidad de un gobierno nacido de un nuevo fraude
y activamente repudiado por lo mejor de la sociedad mexicana, ese
zapatismo chiapanesco siente que el momento es favorable para salir
nuevamente a reclamar una exigencia constante y sacrosanta”.
El insurgente zapatista no deja cabeza sin afeitar: arremete contra
la izquierda de Manuel López Obrador, los gobiernos pasados y presentes y
la prensa por haber pretendido sentenciar la desaparición del
zapatismo: “Nos han atacado militar, política, social e ideológicamente.
Los grandes medios de comunicación intentaron desaparecernos, con la
calumnia servil y oportunista primero, con el silencio taimado y
cómplice después”. Marcos celebra el nivel de vida de que gozan los
indígenas de la región, muy superiores, escribe, “al de las comunidades
indígenas afines a los gobiernos en turno, que reciben las limosnas y
las derrochan en alcohol y artículos inútiles. Nuestras viviendas se
mejoran sin lastimar a la naturaleza imponiéndole caminos que le son
ajenos. En nuestros pueblos, la tierra que antes era para engordar el
ganado de finqueros y terratenientes, ahora es para el maíz, el frijol y
las verduras que iluminan nuestras mesas”.
Este comunicado constituye un aparato crítico y un programa de
acción que comprende “iniciativas de carácter civil y pacífico”, el
intento de “construir los puentes necesarios hacia los movimientos
sociales que han surgido y surgirán” y, sobre todo, la preservación
irreductible de una “distancia crítica frente a la clase política
mexicana”. El llamado tuvo un eco inmediato: las organizaciones civiles
respondieron Presente, empezando por el Movimiento por la Paz con
Justicia y Dignidad del poeta Javier Sicilia. Este intelectual mexicano
es uno de los actores políticos más decisivos de la historia
latinoamericana contemporánea. Su movimiento, nacido en 2012 tras el
asesinato de su hijo, les puso nombre y apellido a los miles de muertos
anónimos que dejó la lucha contra el narcotráfico lanzada por el
gobierno de Felipe Calderón (más de 50.000). Sicilia escribe “abrazamos
su lucha como ustedes han abrazado la nuestra. Lucharemos por un México
para todos y todas, por un país que realmente incluya y reconozca a sus
pueblos indígenas, por uno donde no haya muertos ni desaparecidos por la
ambición y opulencia de unos cuantos y en el que, como lo han empezado a
hacer sus comunidades, pueda florecer la vida arrebatada”.
El Subcomandante Marcos pone al gobierno ante el desafío de
demostrar “si continúa la estrategia deshonesta ruin de su antecesor,
que además de corrupto y mentiroso, ocupó dineros del pueblo de Chiapas
en el enriquecimiento propio y de sus cómplices”. Sin piedad ante el
nuevo Ejecutivo, Marcos dedica extensos párrafos a recordar el pasado de
algunos de los miembros del actual gobierno. Con el PRI en el poder
volvió el zapatismo a incluirse en la agenda nacional como lo supo hacer
con tanto éxito en años anteriores. Los analistas, partidarios y
adversarios de Marcos están divididos acerca de la capacidad que aún
detenta el subcomandante para movilizar a un país hoy azotado por la
violencia que genera ese nuevo actor decisivo que es el narcotráfico.
Sin embargo, y a pesar de las críticas al zapatismo, todos le reconocen
su persistencia en la lucha y, sobre todo, su originalidad. El zapatismo
rompió con los modelos revolucionarios que existían en América latina,
superó el paradigma “reforma o revolución”. En este sentido, el
sociólogo y crítico mexicano Pablo González Casanova resalta que, con su
forma de actuar, el zapatismo se adelantó a su época: es, dice
Casanova, un “movimiento del siglo XXI”.
*Publicado en Página12
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