La paciencia es un verdadero don, muy útil en tiempos complejos, donde las dificultades se multiplican y los dolores crecen. Tanto en lo individual como en lo colectivo, el “aguantar” las privaciones, soportar con estoicismo las avatares derivados de las decisiones de quienes detentan poderes, son una manera de tomarse el tiempo necesario para elaborar los posibles modos de superación de tales circunstancias temporales. Pero hay límites...
Eso sucede cuando las determinaciones de quienes se pretenden dueños de las vidas y los bienes de la parte de la sociedad que resulta siempre la principal perjudicada por ellas, se transforman en incompatibles con la vida misma. No son ya solo contrarias a los modos sociales acostumbrados, no resultan simplemente opositoras a las características de las promovidas por sus antecesores en el manejo del poder político, sino absolutamente reñido con la concepción misma del ciudadano, en tanto fundamento indispensable para la conformación de una república y el sostenimiento de metodologías democráticas para su desarrollo.
Y así surgen estos esperpentos pseudo-legales, argumentaciones falaces de quienes se arrogan derechos superiores a los “comunes mortales” (más mortales que nunca), desde los cuales pretenden asegurar los “cambios” sociales que hundan para siempre los derechos más elementales, conquistados con la sangre y el dolor de miles de compatriotas a lo largo de nuestra historia.
Todo se resume en la negación de la existencia de tales derechos, o en lisa y llana eliminación de ellos por “necesidad y urgencia”. Se continúa con esos “brotes psicóticos” que intentan modificar las herencias culturales, los conceptos que hacen a la identidad nacional, con la pretensión de anular el pasado, someter a los rebeldes y asegurar el aniquilamiento de los recuerdos de tiempos donde primaba la felicidad popular por sobre el placer perverso de los poderosos.
Claro que no son novedosos estos métodos que intentan desculturizar a la sociedad. Por supuesto que ya se conocieron tiempos donde, con las mismas o similares características, se intentó borrar la historia, aplastar la memoria, someter al castigo del olvido al pueblo y promover el desprecio por quienes condujeron políticamente esas épocas de prevalencia de los intereses de las mayorias.
Todo indica que estos tiempos, donde se nos somete a las peores vejaciones sociales, donde la verdad está sepultada bajo un manto de falacias provistas desde el Poder Real y difundida por la mediática hegemónica que les pertenece, deben enfrentarse con metodologías que superen a la de la paciencia. Una mansedumbre que puede tener su razón de ser en determinados momentos y bajo premisas que obliguen a esas pasividades, pero que no puede continuar hasta el infinito, con la disculpa de la “correlación de fuerzas negativas”. Justamente, son esas diferencias que deben ser enfrentadas para modificar tal falta de equivalencia entre poderíos, tanta ventaja para los “ganadores” temporales en las conciencias mayoritarias.
Resulta inaudito el “cómodo” proceder de legisladores que surgieron de las filas del más popular de los movimientos políticos de nuestro País, cuyo accionar se limita a manifestaciones de repudio, algunos discursos encendidos o expresiones mediáticas explicativas de la actualidad, actuando más como relatores de la realidad, que como dirigentes y líderes de los imprescindibles procesos de llamados a la participación y el protagonismo popular, como esencial manera de transformar las presentes acciones delirantes y degradantes de la vida de la sociedad.
No alcanza con votar negativamente los proyectos del perverso personaje que oficia de presidente por estos tiempos. No es suficiente alzar la voz frente a un micrófono, si no es para llamar a la movilización permanente, a la reconstrucción de un movimiento popular y masivo basado en la herencia de los mejores tiempos vividos y propositivo de superadores métodos de sostenimiento de los derechos perdidos a manos de un Poder Real que sostendrá siempre una actitud beligerante contra el Pueblo y sus necesidades más elementales.
Ahora es cuando. No se trata de lanzar simples consignas populacheras, sino de cumplir con el mandato histórico de ser guardianes de las auténticas necesidades populares, eliminando las trabas derivadas de los cantos de sirenas del enemigo y los gritos destemplados que llaman a la negación de los verdaderos liderazgos por parte de esos eternos traidores disfrazados de “auténticos” líderes, expresiones falaces de identidades que no tienen y capacidades que nunca demostraron poseer.
Las mismas banderas nos habrán de guiar, las mismas verdades nos sabrán cubrir con su sabiduría eterna, para que no erremos el camino hacia la liberación y sepamos someter a los traidores a la Patria que ahora nos dominan, al juicio y castigo que merecen por sus actos genocidas.
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