Como especies de “jaurías” humanas, ciertos grupos sociales suelen atacar con ferocidad a otros grupos sociales, para infringirles daños que los paralicen, les anulen sus capacidades de respuestas y aseguren una supremacía de aquellos sobre éstos. La actitud despiadada y feroz es una característica imprescindible en esas acciones depredadoras, son las que aseguran sus victorias a costa de mucho dolor y retrocesos históricos profundos y lacerantes para el desarrollo que se estuviera viviendo al momento de los ataques.
Claro que tales actos no son producto de casualidades o simples desvaríos psicológicos de sus protagonistas (aunque los posean). Siempre que esto ha ocurrido, existen unos mandantes, ocultos o visibles, que generan las condiciones objetivas para la aparición de esas bestialidades sociales (y políticas). Son esos dueños de casi todo, quienes promueven las diferencias, señalan culpables, imparten “enseñanzas” desde sus medios de comunicación y subvierten los sentidos humanos, convirtiéndolos en un oscuro barro de desprecios, resentimientos y odios fabricados a medida de las necesidades de los susodichos poderosos.
La sociedad vive sometida a los designios e influencias de quienes han logrado establecer paradigmas contrapuestos a los intereses de quienes los aplican en sus vidas cotidianas. Desde niños se nos atropella con una semántica degradante de los valores que otrora parecían inconmovibles. De jóvenes se nos imponen modas incoherentes con la lógica rebeldía de esos niveles etarios, para transformarnos en seguidores de falsas idolatrías y fórmulas de relacionamientos segregacionistas. Formados en esa marea de incongruencias con lo ético, millones de zombies llegan a la adultez sin objetivos que los unan a sus congéneres, para terminar convertidos en una masa de individualidades sin sentido social, donde la solidaridad es una mala palabra, y el término rebeldía se confunde con el retroceso a las peores épocas de sometimientos e inhumanidades.
Sometieron a la mujer que representa su alter ego del odio y la venganza, a los escarnios más obscenos, incluso al ataque feroz de una pandilla que casi la asesina ante nuestros ojos. La persiguieron y la persiguen en los tribunales ocupados por un “grupo de tareas” pseudo-jurídico, el lugar donde mueren todas las pretensiones de justicia y se elevan las sanciones por lo nunca comprobado. Y convirtieron aquella relación de amor popular, en miedo, en penumbras, donde el silencio se hizo sofocante y la paralización en herramienta a favor de los asesinos de verdades y relatores de un infierno falsificado.
Desde ese profundo pozo de inmoralidades y desvaríos es que se deberá construir la salida de esta asqueante situación político-institucional. Desde esa mezcla de a-historicismo y negacionismo es que nos toca reconstruir las imprescindibles relaciones entre sometidos, para recuperar la iniciativa y recomenzar las luchas abandonadas por seguir a pretendidos liderazgos de barro. Desde el peor escenario armado por los pretendidos intocables funcionarios de un gobierno derivado y basado en la más inmunda corrupción, es que nos invoca la historia para dar vuelta esta “taba” del martirio que todavía reciben con “alegría” millones de imbecilizados mediáticos.
Nos pretenden callados y sojuzgados, peones al servicio de patrones de látigos prestos y bolsillos cerrados. Nos quieren apabullados y degradados, amnésicos y hambreados, listos para enviarnos al “matadero” de sus legislaciones esclavizantes. Pero deberemos saltar por encima de sus sucias maquinaciones antipopulares, hacerles trizas sus armas del descrédito y la sinrazón, anular sus odios con la destreza de la palabra organizada y el talento de los mejores líderes al frente de la reconstrucción de una nueva unidad. No la de los fantasmales cabecillas de facciones apropiadoras de sentidos, sino la que se construye desde abajo, desde el pie de los aplastados, de los abandonados, de los tirados al costado de la vida por los homicidas de la historia devenidos en gobierno.
Aunque parezca demasiado repetido, esperar no es un opción cuando la Patria (esa vieja palabra denigrada) está en peligro. No hay tiempo posible para los que no comen, para los que no pueden ni salir a buscar trabajo, que ni siquiera ya existe. No queda margen para los que se quedarán sin techo, ni para los ilusos pequeños empresarios que pretendieron subirse al carro oligarca, casi como siempre. Hay que volver a las fuentes doctrinarias, a sacar de nuevo las banderas al viento de la lucha necesaria, para levantar un muro inexpugnable para estos miserables ladrones de la vida y de la historia. Y acabar de una vez con esta oscuridad mental, la peor de las enfermedades, la fabricante de las “jaurías” al servicio de un Poder Real, que habrá que destronar de sus soberbias supremacistas. Y, esta vez, para siempre.
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