Por Roberto Marra
Cuando se dice “no es el momento”, “no tenemos suficiente fuerza electoral”, “no da la correlación de fuerzas”, “debemos generar consensos mínimos con los adversarios”, “atravesamos una pandemia y una guerra”, “nos dejaron una deuda impagable, pero hay que pagarla”, y otras frases similares, se está asumiendo un derrotismo anticipado frente a los enemigos que hace años que vienen actuando coordinadamente para lograr el objetivo más ansiado desde el golpe del '55: destruir al peronismo como doctrina y acabar, hoy en día, con la persona que la lidera. Y “acabar” no es una palabra elegida al azar; es la intención casi lograda hace casi un año frente a nuestras narices.
Sin embargo, se sigue alimentando esa caldera de la estupidez, replicando al brote de facismo que ahora mismo se erige como supuesto “líder libertario”, insultando ambos términos. La repetición infinita de su nombre se ha convertido casi en un juego macabro, mostrando a modo de provocación todos sus costados perversos casi como un gozo periodístico. Todos los noticieros, todos los comentarios, todos los posteos, remiten a esa figura nacida al calor y con la anuencia de quienes buscan derrotar definitivamente al mayor Movimiento popular de nuestra historia. No importa que sea para ponderarlo positiva o negativamente, lo importante es la repetición de esa palabra convertida en una especie de mantra populachero, resúmen de la brutalidad y la ignorancia potenciada por las parodias que dicho personaje viene realizando desde su aparición en las pantallas opioides de la desinformación.
Nada para alimentar el fuego de la irracionalidad, como la nafta de la mentira programada. Con esa simple arma, fueron minando la credibilidad en la mujer que desvela al Poder, porque es su única contrincante auténtica. Los demás (con infinitesimales excepciones), pueden querer incluso lo mismo, pero terminan bailando al ritmo de la “música” neoliberal. El miedo a perder la cuotita de poder político, anula las convicciones o, al menos, las aleja de los razonamientos imprescindibles para construir el camino hacia la justicia social.
Tan irracional parece todo, que cualquier cosa pudiera pasar en las próximas elecciones. Tan brutales son las manifestaciones de los enemigos del Pueblo, que aplastan las más mínimas reservas morales que todavía subsisten en las mayorías que supieron de años felices y porvenires seguros. Y tan obsceno es el proceder mediático, que sus tergiversaciones de la realidad ya no sorprenden ni asustan, sólo se escuchan con la pasividad propia de los resignados. La cobardía es contagiosa, cuando los dirigentes son los primeros en adquirirla.
“Ojalá” es una palabra que sirve para expresar un deseo que no implica compromiso con la acción. No vale entonces para este tiempo necesitado de actos concretos, de rebeldías auténticas ante los sucesos atemorizantes. “Esperanza” es otra palabra que, sin el correlato de la participación y el protagonismo, es inútil pronunciarla. Dar vuelta tanta estulticia acobardante, tanto disvalor ensombrecedor del pasado que se pretende enterrar, no puede basarse sólo en esas expresiones adomercedoras de una consciencia que debe estallar ahora mismo, antes que el bombardeo se convierta en la fatídica repetición de aquel de los años '50.
Seguro que hay que intentarlo todo, de la manera que se pueda, con las herramientas que se dispongan, para convencer a los que se alejaron, a los que dudan y a los que ni siquiera se presentaron a votar en defensa propia. Pero más todavía, se debe presionar a los dirigentes para que despierten de la larga siesta de la comodidad de sus poltronas de funcionarios, para que se conviertan en líderes de verdad, en representantes ciertos, en emisores de propuestas cautivantes y relatos convincentes, basados en las viejas pero eternas consignas que valieron siempre como señales de abrigo para las almas populares, para que no terminen siendo sólo almas en pena. Hay que dar un golpe, pero al corazón.
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