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Por
Roberto Marra
La
interpretación de la historia está siempre atravesada por las
convicciones ideológicas que se sustenten. Las elaboraciones de
teorías y prácticas políticas resultantes de esas
interpretaciones, suelen producir posicionamientos frente a la
realidad que no se desprenden de análisis tamizados por la
observancia de los hechos reales y sus contextos, sino de la
aplicación dogmática de paradigmas derivados de la reducción a la
letra extricta de la teoría en cuestión.
Observando
de reojo el “manual” que parece ser el único sustento de sus
opiniones, aparecerán siempre con duras críticas a los líderes
surgidos de esos acontecimientos transformadores, categorizándolos
de “reformistas”, negando sus autenticidades, reclamándoles
acciones “verdaderamente revolucionarias”, según lo ordenado por
el “breviario” que los obnubila y paraliza en la historia.
Oponiéndose
pertinazmente a todos los líderes populares aparecidos desde los
inicios del presente siglo, han creado una especie de creída
posición superadora que termina, como no podría ser de otra manera,
con más agua en el molino del Poder, colaborando con su soberbia en
la multiplicación de las trabas al avance positivo de esas
transformaciones en marcha.
Venezuela
se presenta como uno de los más especiales casos sobre los cuales se
habrán de poner en práctica sus elucubraciones simplistas de
“revolucionarios” de mesas de cafés y aulas universitarias. Se
opusieron a Chávez, con críticas feroces a sus formas y acciones.
Se oponen a Maduro, calcando las opiniones miserables de los que
pretenden desconocer su representatividad. Disfrazan sus opiniones
con manifestaciones de extraños dobles propósitos, tratando de no
estar “ni con Dios ni con el diablo”, lo cual los conduce,
inevitablemente, a acompañar al Lucifer de turno del imperio, aún
cuando digan lo contrario en sus consignas.
Antes
hicieron algo similar con la Revolución Cubana y Fidel,
estigmatizando tanto o peor a semejante estadista mundial,
categorizándolo de manera soez, criticando sin considerar
circunstancias y variedades derivadas de lo naciente, olvidando que
las sociedades no son producto de elaboraciones teóricas, sino de
largos caminos de desarrollos complejos e influencias ajenas no
siempre salvables con recurrir a algún famoso “manual”.
Sucedió
y sucede en Argentina con Néstor y Cristina Kirchner, en la Bolivia
de Evo Morales, en el Ecuador de Rafael Correa, en el Brasil de Lula.
Siempre estarán “en contra de”. Siempre con el “No” a flor
de labios, como inicio de cada oración, como base de sus consignas y
programas, si es que poseen tal cosa, reduciendo la complejidad de
los movimientos políticos y sociales a permanentes “oposiciones”.
Son
habituales sus presencias en algunos medios, que los invitan para
mostrar amplitudes de criterios que éstos no poseen, pero que les
son útiles a la hora de machacar contra sus verdaderos enemigos.
Colaboran con estos patanes comunicacionales haciendo uso de su
verborragia contra su paradigmático peronismo, tratando de reducir
la historia de ese movimiento nacional y popular a retorcidas
patrañas coincidentes con las mugrosas opiniones de la oligarquía y
sus lacayos mediáticos.
Sin
ambiciones reales de poder, sin más intenciones que ser “minorías
intensas”, voceros de quienes se piensan revolucionarios por
nombrar a Marx, Lenin, Trosky o Mao, sin haber entendido un ápice de
sus revelaciones y legados, intentar caminar por un extraño camino
de imposibles destinos reales, torciendo la historia hasta dejar a la
supuesta “izquierda”, justo al lado del enemigo del Pueblo.
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