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jueves, 16 de junio de 2016

¿LA OPOSICIÓN A LA DERIVA?

Imagen La Tecla Eñe
Por Alejandro Grimson*

La pregunta que debemos realizarnos hoy, en junio de 2016, es cómo lograr el fortalecimiento del campo popular, cómo robustecer la oposición popular al gobierno neoliberal. Esto es imposible sin una reflexión colectiva, crítica y constructiva.  Necesitamos entender cómo llegamos a este punto, para superar los obstáculos que nos impiden construir una estrategia con vocación de mayorías. Es decir, buscar convencer a la mayoría de los argentinos de que no se trata de un problema de identidades políticas. Se trata de encontrar soluciones, de desplegar un nuevo programa para afrontar los dilemas de nuestro país y de la región, a contramano del neoliberalismo. Eso se traduce en una tarea doble y simultánea: una actitud reflexiva sobre la estrategia y una acción en defensa de todos los derechos que se vean amenazados.
Obviamente que la baja de las commodities y la reaparición de la restricción externa por la falta de dólares planteó un problema grave para avanzar en procesos redistributivos. Pero la estrategia de concentrarse en “defender lo logrado” tenía sentido en un mundo donde avanzaba la desigualdad, pero resultaba completamente insuficiente para proponer un proyecto y una agenda de futuro que debía encontrar nuevos carriles. Y el problema era que defender lo conquistado exigía encontrar los modos de seguir construyendo mayoría. Es muy difícil que una sociedad vote en función del pasado.

Recuperemos la reflexión realizada por el vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, a propósito del balance sobre la derrota del referéndum en ese país. Allí plantea que cuando una piedra rompe un vaso de vidrio, ¿qué debemos discutir? No se entiende la sorpresa de que la derecha sea de derecha, los conspiradores conspiren y los poderosos tengan poder. Las piedras son duras, eso no es novedad. La pregunta es ¿por qué en un momento dado el neoliberalismo perdía y ahora gana?

García Linera dice que no se trata de analizar la dureza de la piedra, sino las fragilidades del vaso. Es un buen punto porque de hecho, como vimos, la oposición de algunos sectores poderosos había comenzado varios años antes y, sin embargo, hasta 2015 no lograron derrotar al kirchnerismo. También señala García Linera que es un error confundir la construcción de hegemonía con la continuidad del liderazgo. El desafío de construir valores compartidos, una cierta visión de mundo y un sentido común no debería traducirse en la búsqueda constante de reelección. Las ensoñaciones que produjo la interpretación equivocada del 54% terminaron en un círculo vicioso que tuvo la raíz en la incapacidad para generar un liderazgo de sucesión.

Un tercer problema se refiere a que ciertas políticas públicas produjeron cambios sociales, pero el kirchnerismo continuó haciendo política como si esos cambios no se hubieran producido. Con el crecimiento, las políticas laborales y sociales se generó mayor inclusión social y mayor poder adquisitivo. Eso no sólo modificó los ingresos, sino también la autopercepción de clase. De aquí surge la aparente paradoja de la “clase media”. Según una tesis en boga, como los sectores sociales más bajos accedieron al consumo y a un nuevo poder adquisitivo, entonces se derechizaron. Esta lectura es fatalista porque significaría que cualquier proceso de redistribución está condenado a autoinflingirse su propia derrota política. Cada vez que se mejoren las condiciones de vida, las mayorías se alejarían automáticamente de una vocación transformadora. En realidad, esa dinámica plantea una sociedad más compleja, con nuevas demandas. Y una política que debe ser capaz de escuchar y dialogar con esas nuevas demandas.

En los hechos, cuando en 2012 comenzaron las protestas callejeras contra el gobierno por cuestiones que iban desde el dólar hasta la inseguridad pasando por la corrupción, varios funcionarios fustigaron en sus discursos a la clase media. Ellos quizás se referían a la clase media alta, pero para ese entonces el 78% de los habitantes del Área Metropolitana de Buenos Aires se autoconsideraba parte de la clase media, media baja y media alta. En otras palabras, una gran parte de los argentinos volvía a considerarse parte de las clases medias. No por eso iban a pasarse la vida agradeciendo a los líderes oficialistas, como a veces parecía que estos pretendían. Más bien, comenzaban a tener nuevas demandas y nuevas ilusiones.

Como señaló Martín Rodríguez, la clase media es “el hecho maldito del país peronista”,  porque el peronismo fabricó clases medias y nunca terminó de comprenderlas muy bien. Esas clases medias están compuestas por los propios trabajadores. Se sienten parte de la clase media porque tienen casa propia, o automóvil o porque sus hijos van a la universidad. Las estrategias políticas con vocación de mayoría en la Argentina siempre tienen en cuenta a las heterogéneas clases medias. 

Probablemente algunas de esas demandas no pudieran ser satisfechas por el gobierno, pero también el gobierno podía protagonizar la construcción de una nueva agenda para esta etapa. Esto no sucedió: el gobierno se concentró en “defender lo logrado”. La agenda del cambio quedaba en manos de sus adversarios, todavía fragmentados.

Eso fue el vinculó a otro problema político. La sociedad argentina estaba dividida en tres sectores: alrededor de un tercio firmemente oficialista, otro tanto opositor y otro tanto de votantes sin una preferencia fija, que eran indecisos, que cambiaban de opinión. Muchos de ellos votaron a Cristina Kirchner en 2011 y a Mauricio Macri en 2015. Durante los últimos años, el gobierno se dirigió cada vez menos a ese tercio de la población y cada vez más radicalizó su discurso en términos de amigo-enemigo, reforzando la convicción de los “convencidos”.

Esa dificultad por entender procesos que no están catalogados o previstos en ciertas perspectivas teóricas e ideológicas, se repite ahora con el gobierno de Macri. Hay quienes creen que Macri es Videla. O peor que Videla. Seré claro. Permítanme una fantasía. Si hoy gobernara Videla y Macri hubiera sido electo presidente y Videla no quisiera entregarle el poder, yo estaría dispuesto a ir a cualquier movilización y a hacer huelga de hambre para que se respete la voluntad popular. Las caracterizaciones políticas ridículas generan políticas ridículas. Macri tampoco es Alsogaray, el viejo líder de la UCEDE que nunca tuvo peso electoral ni ganó una elección. Necesitaremos avanzar en una caracterización adecuada del macrismo que incluya, a la vez, su carácter neoliberal y su voluntad de aplicar el neoliberalismo con el voto mayoritario. Por eso, al menos en esta etapa, inclusive con todo lo que ya logró, continúa en el tira y afloje de las paritarias, avanza dos pasos y retrocede uno. Cuando perdemos de vista el posibilismo de este neoliberalismo no captamos la disputa hegemónica que se desarrolla hoy en la Argentina. Ese  posibilismo se lee en los analistas de los grandes medios cuando señalan “el problema político” de aplicar los planes a rajatabla, sin un tira y afloje.

Hasta aquí hubo una grave derrota política y electoral. Pero para avanzar sin resistencias el gobierno necesita aún infligir una derrota social y otra derrota cultural mucho más amplia. Es muy claro que ingresamos en una etapa defensiva para los trabajadores y sectores populares. Alcanza con mirar las paritarias que están cerrando por debajo de la inflación con la pérdida de poder adquisitivo que implica. Sin embargo, también es cierto que muchas han roto por lejos el techo del 25% y que todavía la capacidad de lucha social va a dar nuevos capítulos. El riesgo mayor es que por la falta de continuidad (como sucedió con la multitudinaria movilización del 29 de abril) o por una radicalización que aísle a los trabajadores, se vaya generando una derrota social. Las principales luchas sociales no se ganan o se pierden por las consecuencias puramente económicas de una huelga, sino por la capacidad de interpelar y ganar el apoyo y la simpatía de la mayoría de la sociedad. Se necesitan estrategias complejas, que como en su momento lo fue la Carpa Blanca, contemplen las resonancias simbólicas y que no regalen esa dimensión crucial a los proyectos de ajuste.

Si Macri ganó, como sabemos, disfrazando su discurso, es porque la mayoría de la sociedad y muchos de quienes lo votaron no están prestos a aceptar con facilidad dos dígitos de desempleo, mayores bajas del salario, un achicamiento de la educación pública o un retroceso en los derechos humanos. Ahora ser verá: mientras las prometidas inversiones no llegan, llegarán las condiciones de los eventuales inversores. La aceptación o no de esas condiciones intensificará un conflicto cultural entre modelos de sociedad, entre valores y símbolos relevantes. Habrá que prepararse para afrontar esas disputas no desde la propia identidad política que jamás debe ser confundida con la lucha hegemónica más general.

Todo esto torna dramática la ausencia de una estrategia política, en los diferentes planos. Debe partirse de un precepto general: Macri debe gobernar durante los cuatro años de su mandato constitucional sin destruir derechos. ¿Se trata de una contradicción? ¿El proyecto neoliberal en curso no implica acaso socavar derechos? Nadie propuso en la campaña electoral ni las mayorías votaron a favor de eliminar derechos ciudadanos y derechos sociales. Defendemos la voluntad popular: los eligieron para gobernar, no para destruir logros del conjunto de la sociedad. Y los argentinos también eligieron al Congreso y a las autoridades provinciales y municipales. La realidad es contradictoria y la lucha hegemónica es contradictoria.

Los problemas actuales de la oposición hacen que resulte difícil imaginar en qué debería consistir esa estrategia política. Por eso, conviene comenzar señalando en qué no debe consistir esa estrategia. Justamente, la fortaleza política del gobierno es una consecuencia de la fragmentación de la oposición y de la notable capacidad de algunos dirigentes opositores por debilitar a la oposición.

En primer lugar, una estrategia para un proyecto progresista y popular de construcción de mayorías debe tomar distancia del acuerdismo. El acuerdismo bebe de dos fuentes complementarias. Por un lado, la necesidad de los responsables de la gestión provincial o municipal de acceder a recursos. Por otro, la táctica de dejar hacer al gobierno,  presentar un rostro amable que se diferencie en aspectos puntuales. Como decía Aldo Ferrer, no hay que tener miedo a negociar ni negociar con miedo. Ciertamente, para negociar sin miedo la condición fundamental es tener clara la construcción de un proyecto político alternativo. No es problemático que los gobernadores negocien. Lo grave es que esa negociación implique el total desdibujamiento de un proyecto alternativo.

¿Pero cuál es ese proyecto? El desafío de la hora es elaborar propuestas viables, creíbles por la sociedad, como soluciones integrales a los problemas de la Argentina actual. La idea de que la oposición debe concentrarse en defender los doce años de kirchnerismo es un modo de asegurar el éxito político del macrismo. Diversos sectores de la sociedad tienen distintos sentimientos respecto de uno y otro gobierno: amor, bronca, desazón, melancolía, nostalgia, odio. También hay distintas formas de identificación (peronistas, kirchneristas, antikirchneristas, macristas, etc). Se comete un grave error cuando se cree que puede estructurarse una estrategia política basada en emociones y en identificaciones. Ese camino implica una vocación de minoría. El desafío es construir un proyecto en favor de las grandes mayorías, que enamore a futuro y que articule distintos sentimientos e identidades políticas. Cuanta mayor homogeneidad se busque, más minoritario será el resultado que se produzca.

Esa articulación de heterogeneidades, ¿es lo mismo que la idea el Frente Ciudadano? No lo sabemos, ya que florecen las interpretaciones acerca de dicho frente, no sólo reduciéndolo a una renominación del Frente para la Victoria. Sobre todo, anteponiendo la conducción de determinado sector político a la existencia de la unidad. Pero la realidad es muy distinta. En esta etapa, la paradoja es que la unidad sólo es posible si no hay una dirección de esa unidad. La desconfianza entre sectores ha crecido tanto, que la paciencia y la humildad se convirtieron en condiciones necesarias para cualquier articulación. Esa unidad para defender derechos debería desplegarse en todos los niveles, incluyendo los barrios, los clubes, los sindicatos, el congreso, las instituciones educativas, etc.

Más que avanzar en esa dirección hoy estamos presenciando la dinámica opuesta. Hay un proceso centrífugo en la oposición y en el campo popular. La ausencia de una estrategia política clara, fortalece la fragmentación. Muchos tironeos y disputas actuales se revelarán sin sentido, cuando sea tarde para impulsar una estrategia de articulación. Si esta dinámica no se revierte en el corto plazo, lo más probable es que el neoliberalismo haya venido para quedarse.

Hay fuerzas y agrupamientos que empiezan a actuar en favor de nuevas articulaciones. Se proponen pensar reflexivamente los errores al mismo tiempo que participan activamente en las luchas por defender derechos. La realidad es que todavía falta para adquirir la fuerza necesaria para revertir la tendencia. Para que esas fuerzas adquieran el  protagonismo que sería necesario.

Además, esas fuerzas cuentan con problemas adicionales. La elaboración de un proyecto que enamore a futuro a la sociedad implica en el plano de los referentes públicos, tanto continuidades como renovaciones. Pero sólo existe el listado extenso de quienes pretenden continuar en lugares de representación, como si nada hubiese pasado. Sin caras nuevas, no habrá proyectos nuevos. Pero la combinación de la débil formación política de algunas voces públicas y el exacerbado narcisismo de figuras destacadas se han convertido en poderosos obstáculos para una tarea inmensa. El oficialismo actual disfruta de esos errores tanto como de la ausencia de un discurso contundente y claro respecto de la corrupción. Esta nota ya es demasiado extensa, así que sobre la corrupción sólo diré lo siguiente: si se comprueba que cualquier funcionario cometió un delito (no a través de una condena mediática, sino de un juicio transparente), mi opinión sobre esa persona cambiará de manera inexorable. Los dineros públicos son sagrados. Cambiaré de opinión sobre la persona, pero no cambiará mi compromiso con proyectos políticos por mayor democracia, mayores derechos y mayor igualdad. Estos proyectos nacieron hace mucho tiempo atrás y seguirán vivos mientras haya injusticia en este mundo. No aceptaré varas diferentes para medir posibles actos de corrupción de un gobierno y de otro. Tampoco que un escándalo se utilice como excusa para atacar derechos sociales.

Estas no sólo son certezas de una vida, son de muchas vidas, de muchos argentinos. Esas certezas son necesarias, pero no suficientes. Para poder avanzar necesitamos una estrategia política de construcción de mayorías.

*Doctor en Antropología por la Universidad de Brasilia. Investigador del CONICET y docente del Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES) de la UNSAM.

 

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