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“No existe progreso, por
desgracia. Se trata de vulgares reediciones. (...) Como fueron los distintos
ejemplares de los mundos pasados, han de ser los futuros. Sólo el camino de las
bifurcaciones se mantiene abierto a la esperanza.” La idea es de Louis Blanqui
(1805-1881), el socialista revolucionario que agitó París durante casi todo el
siglo XIX y principal referente del activismo estudiantil organizado. Además de
sus escritos radicales, Blanqui relacionó, en su breve obra poética, los
grandes movimientos políticos con un designio de los astros. Y allí desarrolló
esa metáfora de las bifurcaciones, el único lugar abierto en un lugar cerrado,
la única chance verdadera no sólo de cambio, sino de avance, que son dos cosas
distintas.
Esta semana, a la luz del gran acontecimiento mundial del referéndum
griego, la metáfora surgida en la vieja Europa revolucionaria de hace dos
siglos volvió a cobrar sentido, porque engarza a la perfección con lo que pasa.
En esta lógica de la bifurcación se puede aprehender también el suceso del Papa
Francisco en su viaje por la región esta semana. Aquí un obispo protestó por la
fertilidad asistida mientras el Jefe de su Iglesia daba un salto hacia el mismo
mundo por el que se pelea en estas latitudes, por la pelea de fondo. Un mundo
en el que los débiles tengan voz y poder de decisión. El perdón histórico que
pidió el Papa en Bolivia marca un hito en la idea de la bifurcación. Ya lo
había dicho Leonardo Boff apenas el Papa fue ungido: “Francisco es más que un
nombre. Es un modelo de Iglesia”.
En apenas seis meses de gestión, el gobierno de Syriza, utilizando su
estrechísimo margen de poder, logró con decisiones políticas generar hechos
políticos a los que ahora los peces grandes deben dar respuestas políticas.
Hacía falta el coraje necesario para tirarse de cabeza contra “las vulgares
reediciones” neoliberales. Grecia es pequeña, casi marginal. Pero algo de los
astros parece haber en el hecho de que sea en la cuna de la democracia donde
renazca La Gran Pregunta sobre la democracia, y que en la cuna de la tragedia y
de la comedia, a la farsa de las “vulgares reediciones” neoliberales se le
caiga la máscara. Hoy en Europa, la lectura griega de los hechos del mundo –que
no es solamente griega, que es internacional– puede dejar atrás la farsa para
volver a la historia. Y es eso lo que pasa: el ejemplo griego ha resucitado a
la historia, dada por muerta por el establishment global hace veinticinco años.
Grecia dice que la historia no ha muerto, como declaran los tecnócratas, y
opera con pueblo y gobierno consustanciados y devueltos a la esencia de la
representación popular como motor de la única legitimidad.
Claro que lo hace en un mar de mensajes negadores y obnubiladores, los
que dicen que los griegos han vivido por encima de sus posibilidades, o que hay
que “honrar las deudas” sin revisar la factura, o que los ciudadanos alemanes o
españoles no tienen por qué hacerse cargo de los vagos griegos. La cháchara de
las falsas hormigas laboriosas que se niegan a compartir su stock con las
falsas cigarras que se han dedicado a holgazanear. Los negros de siempre que no
quieren trabajar. Pero no se trata de buena gente trabajadora y de gente de tez
un poco más oscura con pretensiones de blanca. Se trata de un nuevo modo,
sólido, ácido y colectivo, de entender el escenario de intereses en el que se
inscribe la suerte de millones de personas. Se trata de ver, de oír, de sentir
y de pensar qué está pasando y qué hay que hacer en consecuencia. Se trata de
la chance de la bifurcación.
“El plebiscito griego está a punto de hacer bifurcarse al continente”,
escribió apenas se supo el resultado del referéndum Cédric Durand, economista
francés, profesor de la Universidad París-13, inspirado en la metáfora de
Blanqui. Decía Durand también que ese No no alcanzaría, que sería puesto a
prueba muy pronto, que el No deberá reactualizarse. Que si Syriza persiste en
su estrategia, se necesitarán nuevas herramientas, porque lo que está en juego
es nada menos que el “eterno presente del neoliberalismo en Europa”. Esto es lo
que trajo Grecia, lo que se insinuaba ya desde antes del triunfo que le
permitió comenzar su gobierno a Syriza hace seis meses. Un caudal histórico y
político de las tradiciones más antiguas de Occidente, unido a un caudal de
sufrimiento humano sin precedentes en un período de paz y gobiernos
democráticos.
Algo había hecho desaparecer la democracia. Un complejo amasijo de
intereses financieros y corporativos la había desplazado, dejándole su nombre,
su forma, sus ritos, pero sustrayendo el rol del pueblo. “¿Cómo se le ocurre
hacer un referéndum?”, se preguntaba aquí otro economista, Guillermo Nielsen, y
en España Mariano Rajoy coincidía: “Un referéndum no le interesa a nadie”.
Mauricio Macri, por su parte, declaró que “No sé por qué se han puesto a hablar
de Grecia. No lo entiendo”. Por su parte, el francés Durand explicaba esta
semana: “A la vanguardia de los pueblos europeos, los griegos se disponen a
escribir una nueva página de la historia de la emancipación humana”.
Es que de eso se trata la posibilidad de la bifurcación que evocaba
Blanqui y a la que citó Durand: de mantener abierto ese camino que conduce a la
esperanza. Y es eso lo que tenemos delante de los ojos, un mundo ya distinto al
de ayer, tabicado con una interrelación que así como aprieta a Grecia, no puede
así como así deshacerse de ella sin responder preguntas que han surgido en
estos meses masiva, torrencialmente: ¿Era la idea de la Unión Europea la de un
conglomerado financiero con Alemania como capataz, o era una unidad económica
de Estados a su vez soberanos? A ver, dice, Grecia, repasemos.
El gobierno griego muñequea aprovechando todos los márgenes
disponibles y poniendo en evidencia que la política y la acción colectiva es la
única herramienta para forzar una bifurcación. Recuerdo una frase del ahora ex
ministro de Hacienda griego, Yanis Varoufakis, que cité en una contratapa hace
unos meses, antes de que asumiera. Tenía que ver con su opinión sobre Angela
Merkel. Decía Varoukafis que ella es un animal político que no dará un solo
paso si no tiene asegurada su propia supervivencia. Y decía que le gustaría
mirarla a la cara y decirle que ella tiene una llave, y que sería grandioso que
así como en la historia se recuerda a “un Plan Marshall que salvó a Alemania”,
también se recordara a “un plan Merkel que salvó a Europa”. Ahí estaba el
puente a la supervivencia política mayúscula. Ahora, después del éxito del
referéndum, Varoufakis renunció. Lo hemos visto llegar en moto a presentar la
renuncia, que estaba acompañada de una carta. En ella, el ex ministro decía que
“el referéndum del 5 de julio quedará para la Historia como un momento único.
Cuando una pequeña nación europea se levantó contra la esclavitud de sus
deudas”. También admitió que ese paso “llega con un gran coste asociado”, y que
ahora hay que poner todo el esfuerzo en llegar a un acuerdo “que implique una
reestructuración de la deuda, menos austeridad y una redistribución a favor de
las necesidades y reformas reales”. A los que empezaron a decir que Grecia
“está arrugando” por su flexibilidad actual en algunos puntos –la derecha dice
eso–, hay que recordarles que eso es la política. Negociación y correlación de
fuerzas.
Varoufakis cumplió el rol de ir al choque en la primera instancia,
pero dice en su carta de despedida que “se puso en su conocimiento” que algunos
miembros del Eurogrupo prefieren otro interlocutor. Varoufakis dimitió horas
después de conocerse el resultado. ¿y esto qué es? Política, más política.
“Nosotros, los de la izquierda, sabemos cómo actuar colectivamente sin
importarnos los privilegios del cargo”, decía la carta, porque “considero que
es mi deber ayudar a Alexis Tsipras a explotar el capital que el pueblo griego
nos concedió a través del referéndum”. Finalizaba con la frase más visceral,
seguramente la que más se recordará de esta renuncia: “Y llevaré con orgullo el
odio de los acreedores”.
*Publicado en Página12
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