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La VII Cumbre de Unasur satisfizo plenamente a muchos de los
fotógrafos presentes. Las instantáneas anheladas fueron tomadas
prácticamente sin esfuerzo: el Presidente venezolano Maduro posó con el
paraguayo Cartes, Dilma lo hizo con Evo, Correa saludó a todos, Ollanta
Humala cedió la presidencia pro tempore a Surinam -a Bouterse- y como
siempre, la foto escolar de todo el grupo junto. Mucha prensa
conservadora acudió a la cita ansiosa por ver cómo se dirimían ciertos
conflictos bilaterales que habían venido produciéndose en la región en
los últimos meses: la disputa argentina-chilena por la cuestión de LAN
en el aeropuerto bonaerense, la escapada de senador boliviano Pinto de
la embajada de Brasil, el regreso del presidente paraguayo al foro
regional, la lucha de Ecuador contra Chevron.
No obstante, fue la
coyuntura imperialista la que centró la máxima atención: la decisión del
premio nobel de la Paz de declarar la guerra contra Siria fue rechazada
con vehemencia por toda la región. Unasur oficialmente condenó “las
intervenciones extremas que sean incompatibles con la Carta de las
Naciones Unidas”. Así, de esta forma, este espacio geográfico vuelve a
mostrar al mundo que no acepta supremacía hegemónica de los de siempre
en contra de los pueblos. Unasur, con esta declaración, se postula como
un polo algo más activo en la transición sistémica geopolítica. Aunque,
para que realmente esto suceda como tal, aún con mayor solidez y
vitalidad, con más voz y voto en el tablero geopolítico mundial, Unasur
ha de dar un paso al frente cuanto antes.
Huelga detallar las significativas acciones que esta organización ha
realizado desde su inicio. Unasur fue impulsada muy por arriba dando
respuesta a una demanda real de todos los de abajo. Era necesario, más
que nunca, que América del Sur tuviera un órgano conjunto de tomas de
decisiones, de convergencia política, de planificación estratégica, que
participara como región, sin complejos, en el mundo del siglo XXI.
Chávez, Kirchner y Lula fueron sin duda los principales impulsores de
este ambicioso proyecto. Han pasado pocos años, y no es menor el dato
que ninguno de estos tres presidentes ya no estén al frente de esta
complicada labor. Los dos primeros desgraciadamente ya no están
físicamente con nosotros, y esto se nota y mucho en la dinámica de
construcción regional permanente. Por otro lado, está Lula, quien
continúa más dedicado a África hasta el punto de declinar la invitación
como secretario general para este envite. Estas cuestiones no son
menores para explicar por qué Unasur está en un impasse preocupante.
Aunque éstas no son ni por asomo las únicas razones que permiten
argumentar los porqués de una Unasur blanda, más acorde a la
arquitectura imperante en el espacio internacional en el que las
organizaciones se basan en consensos de mínimos, de declaraciones pseudo
vacías. Esto es realmente lo más inquietante de la aparente mutación
que se viene dando en el seno de Unasur. Por ello, Venezuela, Ecuador y
Bolivia, siendo muy conscientes de este intento de muerte lenta por
pasividad, han elevado el tono de voz para pedir que Unasur no sea el
lugar que mire para otro lado cuando se viola el derecho internacional
contra Evo Morales en Europa, o que tolere las fechorías de algunas
transnacionales contra la soberanía de los Estados, o que acepte sin
protestar que un árbitro, juez y parte, dependiente del Banco Mundial,
el Ciadi, sea quien pueda imponer condiciones jurídicas a favor de la
tasa de ganancia de unas empresas. Es positivo que Unasur sea espacio de
divergencias, donde estén todos los países de esta emergida región en
el plano económico mundial, pero este hecho no puede ser a costa de una
merma potencial de dirección, de liderazgo, y de lo que es aún peor, de
una pérdida de una política regional capaz de defender a ultranza el
cambio de época a favor de una democracia más real, de la dignidad de
las condiciones sociales en las que vive las mayorías y de una inserción
soberana e inteligente en el mundo.
En Unasur, ahora conviven –al menos- dos formas de entender el
proceso de integración: la Alianza Pacífico que aboga por una lógica
neoliberal en el comercio, en lo financiero, en lo social, y por otro
lado, Mercosur (con mucho ALBA adentro), que defiende una integración
posneoliberal –en algunos casos, poscapitalista. Esta concomitancia no
puede ser plácida, porque si lo fuese será en detrimento de los logros
de una década ganada. En otras palabras, si la Alianza Pacífico logra
suavizar/reducir el rol de Unasur en la región y en el mundo, habrá que
estar preocupados por si se viene otra larga noche de agresión de
capitalismo neoliberal.
Por todo esto, es momento de exigir un regreso a las raíces de
Unasur, a la Unasur de Chávez, de más protagonismo en los casos donde
existen flagrantes atentados contra la democracia en algún país de la
región, y a la vez, de un papel más proactivo para seguir avanzando en
los retos pendientes. Es romántico bautizar a los nuevos edificios de la
Secretaría General y el Parlamento de la Unasur, que se construirán en
Ecuador y Bolivia, respectivamente, con los nombres de Néstor Kirchner y
Hugo Chávez. Pero mucho más trascendente será que se conforme
definitivamente el Centro Regional de Resolución de Controversias que
permita más independencia; que se cuente con un organigrama funcional
más ágil para la toma cotidiana de decisiones; que el consejo energético
implemente una política que asegure su soberanía; que se logre un Banco
del Sur como actor clave para la emancipación financiera; que se lleven
a cabo políticas económicas de intercambio comercial con monedas
diferentes al patrón dólar; y claro que sí, que se elija a un nuevo
secretario general que se dedique juiciosamente a estas tareas para un
Unasur fuerte de verdad.
*Doctor en Economía
Publicado en Telesurtv.net
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