La
medida dispuesta por la AFIP para la fiscalización de la compraventa de
divisas, sumada a la implementada días previos por el Banco Central de
eliminación del privilegio de petroleras y mineras de mantener dólares
de exportación en el exterior, intensificó el debate sobre el nivel del
tipo de cambio.
La “economía perceptiva” es la más reciente innovación de
profesionales que no dan cuenta, ni se los interpela, sobre sus
antecedentes en la gestión económica de gobiernos pasados, en el mercado
financiero local o internacional ni sobre sus reiterados errores de
diagnósticos y pronósticos de las principales variables. Uno de ellos,
molesto porque lo categoricen como neoliberal, pero no como ex ejecutivo
de la banca JP Morgan, ha reiterado, consciente de la ignorancia de sus
interlocutores ocasionales, que una muestra del atraso cambiario es que
ha desaparecido el superávit comercial, cuando no hay registro alguno
de ese resultado. En septiembre, el saldo entre exportaciones e
importaciones fue positivo en 1064 millones de dólares, pocos millones
más que el mismo mes del año pasado, acumulado en nueve meses de este
año 8162 millones apuntando a poco más de 10 mil millones el superávit
comercial en 2011.
La conducta de ahorrar en dólares tiene motivos económicos,
políticos y culturales, en una economía bimonetaria que aún arrastra la
pesada mochila de un régimen de convertibilidad de diez años que
profundizó sus rasgos de dolarización. Los motivos del incremento de la
formación de activos externos de residentes locales, comúnmente
denominada “fuga de capitales”, no se explican por “la percepción de un
dólar barato”, comentario preferido de economistas de la city en los
últimos días, anotándose el éxito de que gran parte de los medios lo
repitan y amplifiquen. Otra forma de analizar la destacada propensión a
la compra de dólares por parte de agentes económicos es la existencia de
abultados excedentes de capital, obtenidos por un ciclo de crecimiento
extraordinario que se extiende desde el 2003 a una tasa acumulativa
promedio del 7,6 por ciento anual. O sea, no es que compran más dólares
porque su precio “está barato”, sino porque contabilizan ganancias
crecientes, parte no declarada. Es lo mismo que sucede con la evolución
del mercado automotor, donde se venden más autos como nunca antes, o el
de electrodomésticos que registra despachos record, o con el mayor flujo
de viajes turísticos al exterior, o con el incremento del consumo de
alimentos y bebidas, indumentaria, o con el aumento del gasto en
restaurantes. El proceso dinámico de adquisición de esos bienes no es
interpretado por esos “economistas perceptivos” por su precio “barato”.
Por el contrario, afirman, en contradicción con sus propios postulados,
que “la inflación no para de subir”. Entonces, la compra de dólares,
equiparada al comportamiento del consumo de bienes y servicios, revela
un sustancial incremento del poder adquisitivo como también de las
utilidades de empresas, más que el atraso en su cotización. Quienes
sugieren la existencia de un “dólar barato” y alientan una fuerte
devaluación están proponiendo, en realidad, disminuir ese margen
incremental de compra acumulado en los últimos años.
Más interesante sería analizar las razones que impulsan destinar
gran parte de esos excedentes al atesoramiento de una moneda que está
siendo cuestionada como unidad de referencia global. La pérdida de
capacidad de compra del dólar a nivel internacional es una de las
características más evidentes de la actual crisis económica de Estados
Unidos. Pese a ello, el billete verde se mantiene como refugio preferido
de ahorristas, pequeños y sofisticados. Muchos empresarios habrían
perdido bastante dinero si hubieran seguido los consejos de economistas
de la city a lo largo de los últimos años. En cambio, muchos ahorristas
sí han perdido de ganar más con la inversión de sus capitales porque
quedaron atrapados de la idea del dólar atrasado, postulado que no ha
cesado de replicarse en estos años.
Si bien la tasa de interés en pesos se ubica por debajo de la
evolución del índice de precios promedio, según la estimación de
institutos de estadísticas provinciales, en términos de dólares ha
ofrecido un rendimiento real del 4 al 6 por ciento anual. En comparación
con la tasa cercana a cero que devengan depósitos en los mercados
centrales resulta atractiva, aunque es más baja que la que se consigue
en la plaza brasileña, por ejemplo. Ese particular comportamiento
inversor no se explica apelando a la racionalidad financiera, que no se
hace presente en el mercado argentino. La conveniencia entre dólar y
tasa de interés en pesos o respecto de cualquier otra alternativa, como
inmuebles urbanos, campos, acciones, títulos públicos, oro, bienes
durables, encuentra al billete verde como la peor opción inversora de
los últimos años. Esto sin considerar que es una moneda que se ha
devaluado a nivel internacional y que su perspectiva no es alentadora
como reserva de valor.
Aparecen por lo tanto otros factores que exceden el estricto
análisis económico-financiero sobre las motivaciones de comprar dólares.
La persistencia en el espacio público de la especulación sobre una
futura devaluación y el debate sobre la competitividad de la economía
consolidan la obsesión con el tipo de cambio, pese a que se aplicó en
forma gradual un ajuste nominal de la paridad del 32 por ciento entre
julio de 2008 y noviembre de 2010, cuando la mayoría de los países de la
región estuvieron apreciando sus respectivas monedas. Algunos
economistas están preocupados legítimamente por la competitividad de la
economía, en especial de ciertas actividades de mano de obra intensiva
exportadora o vulnerable a importaciones. Esos rubros requerirán de
políticas específicas más que una devaluación general. Otros, en cambio,
proponen un fuerte ajuste encubriendo que de esa manera proponen
deprimir costos laborales en términos del dólar, lo que implica
consolidar mayores márgenes de ganancias. Se trata de la receta
tradicional del ajuste recesivo, que como enseña la experiencia reciente
de la década del ‘80 y ‘90, implica crisis económica y debilitamiento
del poder político, para subordinarlo así a los intereses del poder
económico. Abandonar hoy la estrategia de un tipo de cambio administrado
con pequeñas variaciones periódicas por otra que incorpore una fuerte
devaluación significaría convocar al estallido del conflicto
sociolaboral debido a la recuperación de la capacidad de organización de
los trabajadores, además de sumar tensión inflacionaria y turbulencias
financieras.
Aclaración a los lectores. No es un recurso periodístico ortodoxo,
pero es necesaria la siguiente notificación: mi columna de opinión de la
edición de mañana será una continuación del presente Panorama
Económico, con el objetivo de brindar más información para el debate
sobre la competitividad del tipo de cambio.
*Publicado en Página12
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