El episodio del “avioncito” estadounidense –un tema que si no hubiera sido por el deseo de un par de diarios que intentaron utilizarlo para generarle un problema al gobierno nacional no habría pasado de ser un affaire resuelto con indiscutible dignidad por los funcionarios del Estado argentino– ha demostrado dos cosas: a) el afán tilingo y malinchista de los diarios Clarín y La Nación, que defendió los intereses de la Embajada de los EE UU en contra, incluso, de lo que pensó el ciudadano común que en varias encuestas “desaparecidas” apoyó por más del 80% la medida de no permitir ingresar al país material bélico y de espionaje no declarado. b) el concepto de soberanía política nacional que rige la voluntad de la presidenta Cristina Fernández.
Mucho se dijo ya de la forma en que “informaron” los principales diarios nacionales respecto del contrabando de material ilegal ingresado por el avión estadounidense. Clarín y La Nación se convirtieron en voceros de la Embajada estadounidense e intentaron marcar el pensamiento de los argentinos respecto del caso. No es un detalle más. Si bien no creo, como dijo el jefe de Gabinete Aníbal Fernández, que se trate de una reedición del axioma sarmientino de “civilización o barbarie”, lo que si existe es, por un lado, un indestructible colonialismo mental en los principales editores de esos diarios que los lleva a escribir como si trabajaran para el New York Times o el Washington Post –expresión máxima de la tilinguería periodística es creerse un periodista independiente, profesional e intentar emular todo el tiempo a Carl Bernstein y a Bob Woodward– y, por otro, una vocación mezquina, también sarmientina –los unitarios en el siglo XIX fueron especialistas en esto– que consiste en no tener ningún empacho en llevar adelante operaciones en contra de los intereses nacionales con tal de hacer mella en un gobierno al que consideran enemigo. Evidentemente, la maniobra fue muy burda porque la mayoría de los argentinos comprendió –una cuestión de sentido común– que lo que había hecho el gobierno no era otra que hacer lo correcto.
(Digresión 1: Esta columna está escrita pensando, también, en aquel 20 de febrero de 1852, día en que Justo José de Urquiza les permitió a los batallones brasileños desfilar triunfadores después de Caseros, justamente ese día, para vengar la afrenta que en 1827 el ejército republicano le había propinado a los imperiales en los campos de Ituzaingó. Es decir, se cumple un aniversario más de lo que significó la vergüenza nacional de ver a los unitarios antirrosistas pasearse por las calles porteñas del brazo de un ejército invasor extranjero. No se pueden comparar las situaciones, claro, pero la matriz de la conducta es la misma: apelar a potencias ajenas para hacer mella en un gobierno nacional, algo parecido a la traición a esa entidad confusa que llamamos patria).
En estos años, se ha discutido mucho sobre la concepción “nacionalista” del kirchnerismo. El ex secretario de Cultura José Nun elaboró el concepto de “nacionalismo sano” para intentar explicar la noción que movilizaba el pensamiento del ex presidente Néstor Kirchner. Se ha hablado mucho en estos años de “pensamiento nacional”, de “dignidad”, de “autoestima nacional”. Pensadores liberales como Luis Alberto Romero o Marcos Novaro han cuestionado duramente ese costado que desarrolla el kirchnerismo en los discursos y en las decisiones de sus líderes. Incluso politólogos jóvenes y valiosos como José Natanson tomaron con pinzas la vocación “nacional (¿lista?)” de Néstor y Cristina Fernández.
La Argentina ha sido siempre un país muy preocupado por la cuestión nacional. El siglo XX ha sido el siglo de la disputa por la Nación y el nacionalismo. Ricardo Rojas, Manuel Gálvez, Leopoldo Lugones, por ejemplo, fueron los padres de las tres vertientes de esta línea de pensamiento que marcaron la centuria: el primero, alumbró el nacionalismo radical republicano, el segundo el popular y el tercero el oligárquico.
El peronismo en los años ’40 se convirtió en algo así como una multiprocesadora de nacionalismos y nacionalistas y generó lo que hoy se conoce como el “pensamiento nacional y popular”. Las décadas del ’60 y del ’70 atestiguaron el nacimiento del nacionalismo revolucionario, que unificaba las experiencias del internacionalismo marxista, socialista, o trotskista con las del revisionismo popular.
La discusión nacionalista fue clausurada brutalmente por el “nacionalismo” oligárquico y reaccionario de la dictadura militar de Jorge Rafael Videla y los suyos. La Nación quedó reducida a lo simbólico pero con un fuerte componente represivo y autoritario. El “ser nacional” era castrense, ultracatólico y sumiso, todo lo demás era acallado, clausurado.
(Digresión 2: ¿Por qué ningún diario excepto Tiempo Argentino publicó en tapa la resolución de la Corte Suprema de Justicia en la cual ordenó continuar con la investigación por la presunta apropiación de Marcela y Felipe, los heredero de Ernestina Herrera de Noble?)
La llegada de la democracia por obvias cuestiones traumáticas canceló el tema del nacionalismo como eje de discusión. El alfonsinismo, porque apostó a la construcción de ciudadanía en términos de socialdemocracia y el menemismo abrazó al neoliberalismo con tanto fervor como a la globalización. Las relaciones carnales con los Estados Unidos se llevaban a las patadas con los discursos nacionales.
El kirchnerismo siempre retomó la cuestión nacional como prioritaria en su agenda. Desde el conflicto por los Hielos Continentales en los años ’90 hasta su estética discursiva, sin olvidar su afán por el revisionismo histórico en el Bicentenario, ha ido construyendo un “sentir nacional” que estaba presente en la Argentina desde los años setenta. ¿De qué tipo de nacionalismo habla el kirchnerismo en este siglo XXI?
(Digresión 3: El concepto de nacionalismo en esta nota no está relacionado con las experiencias políticas de las primeras décadas del siglo XX. Aquí refiere a la tendencia a construir deliberadamente una noción de comunidad supra individual –no liberal– que influya, en función de tradiciones creadas previamente, en la toma de decisión de los líderes y del ciudadano común; es decir, en una construcción colectiva que obligue a reforzar los lazos mínimos de solidaridad entre habitantes de un mismo suelo y que se relacionan dentro de un mismo Estado)
El intelectual italiano Gianni Vattimo es el cultor del “pensamiento débil” , de un cristianismo que no es hijo de una verdad metafísica ni de una imposición, sino de un acto de voluntad individual y de las herencias culturales del hombre. ¿Se puede utilizar esta idea –en una transpolación brutal, claro– al concepto de “nacionalismo kirchnerista? ¿Es el de estos tiempos un “nacionalismo débil”, no tanto por sus posibilidades y potencias, si no por su forma de adscripción voluntaria, democrática, basada en las diferentes tradiciones? Es apenas un enunciado, ni siquiera una tesis. Pero hay algo que es cierto: los gestos de dignidad nacional parecen ahora sentarle bien a un pueblo que ha logrado aumentar su autoestima, pese a las centenarias usinas de pensamiento tilingo y malinchista. No es una mala noticia.
*Escritor y politólogo
Publicado en Tiempo Argentino
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