Por Roberto Marra
“Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos; es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional; es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio; es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo; es luchar con audacia, inteligencia y realismo; es no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas.” FIDEL
Se leen o escuchan voces, dentro de la militancia nacional y popular, advirtiendo que no es momento de revoluciones o de propuestas o actitudes revolucionarias. Confunden tener convicciones de revolucionarios con ejercer acciones sólo voluntaristas en ese sentido. Eluden observar las realidades que empujan, por sí solas, el sentido revolucionario que necesitan las ideas para solucionar los dramas sociales padecidos por millones. Esquivan el estudio de la historia sufrida de esos mismos compañeros y de sus generaciones precedentes, aplastadas por políticas negacionistas de sus necesidades. Atrasan el reloj del porvenir con medrosas posiciones pseudo-preventivas de males mayores, si se toman decisiones que vayan más allá de “lo permitido” por el “establishment”. Se auto-imponen una muralla delante de sus ojos, que les impide observar lo obvio del apremio de quienes sufren las consecuencias del abandono y la subsecuente imposibilidad de rebelión, producto de la penetración cultural que les intenta convertir en sub-humanos.
Tal vez crean que ser revolucionario es salir a tontas y a locas a “la toma del poder”, a un acto de exaltación sin sustento estratégico ni táctico. Puede que piensen que poseer convicciones revolucionarias asuste a las mayorías involucionadas por la mediática perversa que elimina la razón y sobreactúa la pasión por objetivos banales. Pero no manifestarse revolucionariamente, es demostrar que se está dispuesto a perder la guerra, no ya la batalla, por un mundo de justicia social, de soberanía y de independencia. No sentir que nos estalla el corazón ante el desprecio por los otros, por los olvidados en la oscuridad de la miseria, por los menospreciados sumergidos en la pobreza eterna, por lo nadies convertidos en números de estadísticas del horror capitalista, es de una profunda pérdida de humanidad. Tanto como es estúpido considerar que todos los momentos históricos son iguales y se puede actuar de la misma manera.
Hoy, la Patria, esa hermosa palabra que nos han robado para mencionarla sólo en algún discurso oportunista sin sustento en sus raíces, está solicitando un modo diferente de proceder ante el enemigo que se presenta como simple adversario electoral. Pero lo diferente del accionar no elude la profundidad revolucionaria que debemos mantener incólume detrás de un procedimiento y una retórica adecuada a las circunstancias sociales que nos toca enfrentar.
La destrucción de los conceptos solidarios que otrora fueran parte indisoluble del alma popular, hoy están atravesados por concepciones derivadas del manejo comunicacional de las ideas antinacionales y antipopulares. De ahí que deben plantearse de modo diferente las propuestas hacia la comunidad desorganizada y dispersa, que las recepciona con demasiada indiferencia, producto de la parafernalia mediática, pero también de errores y horrores cometidos desde dentro del mismo campo popular.
Son tiempos de renovar las palabras y las acciones, pero sosteniendo las banderas de siempre. Es época de cambios de metodologías, pero no del olvido de las metas que alguna vez nos convirtiera de masa a Pueblo. Estamos a las puertas de un proceso que demanda capacidad analítica, transformación de las ideas en prácticas coherentes con los objetivos manifestados, y todo eso, con la actitud revolucionaria que no nos haga perder de vista los sueños que nos marquen el camino hacia esa Nación donde la equidad sea su norte fundamental.
No será con la negación del íntimo convencimiento de sentirse revolucionarios que podrá vencerse a ese oscuro enemigo que viene por todo lo que le dejemos a su arbitrio. No será mediante la clonación de sus ideas retrógradas que lograremos elevar la participación y el protagonismo de quienes se alejan de la política porque ésta se aleja de sus necesidades más elementales. Ni podrá triunfarse, después de un eventual triunfo pírrico, si nos olvidamos de sostener, con la fuerza de las convicciones revolucionarias, las banderas que nos convocaron alguna vez a la lucha por una Patria justa, libre y soberana.
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