Por Roberto Marra
Los economistas (y los periodistas que analizan la economía, también) tienen, en su mayoría, una ausencia de sensibilidad social notable. Sus discursos y análisis no consideran (o lo hacen en muy pequeñas proporciones) una variable fundamental para la elaboración de políticas económicas y financieras: la dimensión humana. Dicho de otra manera, sus búsquedas de soluciones a las crisis o a los problemas derivados de ellas, se basan siempre en buscar “ordenar las cuentas” (imprescindible, por supuesto), pero relegando o postergando en el tiempo las respuestas a las demandas más extremas de una parte de la sociedad a la que siempre se le pide que espere un poco más ¡para poder comer todos los días!
Seguramente las elucubraciones de los conocedores de la ciencia económica serán ciertas. Es lo más probable que sus elaboraciones teóricas y sus propuestas prácticas sean convenientes para la mejora y la estabilización de la llamada macroeconomía. Más aún, sus planteos podrán tener éxito en su desarrollo, alejando los peligros que dieron origen a la aplicación de sus medidas.
Pero ahí seguirán los pobres de toda pobreza, estirando sus brazos para pedir un trozo más de pan, un plato caliente en los inviernos crudos, un techo donde cobijarse de las lluvias y los veranos tórridos. Ahí seguirán estando los pibes demandantes de monedas en los bares de medialunas negadas, o limpiando los parabrisas de los ostentosos automóviles de un mediopelo despreciativo. Continuarán creciendo las villas miseria, esperando vanamente una respuesta habitacional que le de la dignidad que su humanidad obliga. La madre con su crio en brazos no se podrá ir del portal de la iglesia que le sirve de refugio miserable y anticristiano para su mendicidad obligada.
La economía no se encarga de esos “detalles” sociales. A los encargados de negocios financieros no les importa aquellos padecimientos o lo consideran un daño colateral (permanente) que debe esperar otras etapas del desarrollo para ser atendidos. A los instigadores de inflaciones o de corridas bancarias, sólo les interesa obtener metas de ganancias, obscenas por su relación con las del resto de la sociedad.
Quienes terminan siendo los que pretenden solucionar las consecuencias de estos procederes, ilógicos para el desarrollo de una nación, no podrán ir nunca a las causas reales y profundas, por tener que resolver lo inmediato para sostener la medianía de una economía eternamente desfalleciente. Sus metas serán tan pobres como sus pueblos, pero les asegurarán (tal vez) algunos votos en las siguientes elecciones, después de las cuales pretenderán hacer lo que antes fuera barrido por la maquinaria sanguinaria de un sistema establecido para destruir la humanidad en nombre de la libertad (de los mercados).
Estamos atrapados en una crisis permanente, generada y alimentada por quienes se valen de ella para acrecentar sus fortunas, avalados por una sociedad estupidizada por la mediática que previamente crearan ellos mismos. Estamos persiguiendo molinos de vientos de felicidades prometidas mil veces, cumplidas muy pocas, postergadas para tiempos mejores que nunca llegan.
Nos alejamos cada vez más de las consignas que nos elevaron socialmente cuando hubieron líderes que respondían a los intereses mayoritarios que representaban a cabalidad. Nos hundimos más y más en retóricas fútiles y sin otro destino que el fracaso general y la desaparición de las utopías que nos permitan seguir soñando con que otro mundo es posible. Hasta es minimizado un atentado real, en vivo y en directo, de una Vice-Presidenta.
Pero allí están los economistas y sus aliados (¿o cómplices?) para recordarnos que eso debe esperar, que primero hay que hacer los deberes que nos demanda el Fondo, que después vendrá la etapa de la distribución, que entonces y sólo entonces podremos tener derecho a comer y vestirnos, al trabajo digno y al techo seguro. Después, siempre después. Una espera que sólo podrá tener un final cuando los postergados logren romper las cadenas de la esclavitud virtual a la que los condujeron los poderosos, con el único fin de cumplir con su perverso sueño de matar a la Patria.
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