Por Roberto Marra
Existe una condición casi innata en muchos (demasiados) funcionarios de la Argentina (y en general, de los países de Nuestra América), de una atracción profunda hacia todo lo que provenga de EEUU. Traspasando el origen ideológico, esa “admiración” hacia la “democracia del norte” genera una especie de hipnosis, que les lleva a aceptar cualquier tipo de condiciones en las discusiones sobre los más diversos temas, incluyendo los que involucren la soberanía de los países que, se supone, representan.
Como parte de una estrategia cooptante de voluntades dirigenciales de nuestras naciones empobrecidas, están las permanentes invitaciones a eventos de supuestos objetivos de “desarrollo”. Un desarrollo siempre a la medida de sus necesidades de dominación política y económica, además de la defensa de los intereses de sus mega-empresas transnacionales.
Universidades de distintas ciudades del país del norte son las encargadas de darle un marco de “seriedad” a tales invitaciones, en las cuales los eventuales asistentes serán halagados con designaciones honoríficas y nombramientos vacíos de realidad, pero plenos de hipocresía vendedora de “humos” varios.
Allí van todos y todas, felices de pertenecer ahora a una minoría de poderes incomprobables, pero siempre amarrados a los designios de sus halagadores, con promesas de capacitaciones en conducción política (siempre congruentes con sus intereses), de préstamos abundantes (pero coercitivos), de señalamientos de enemigos comunes (que sólo lo son de ellos). Los dirigentes y funcionarios sobornados con tanta parafernalia de alabanzas y premiaciones inventadas para la ocasión, serán presas fáciles de esta andanada de fuegos de artificio politiquero internacional, para terminar sirviendo a la cadena de nudos imperiales que impidan pensar desde lo nacional.
Un ejemplo preciso, entre otros, es la invitación al intendente de Rosario extendida por la fundación Bloomberg, una entidad de esas que las grandes corporaciones crean para lavar, además de dinero, las conciencias de sus maldades cotidianas. Bloomberg es, como otros, de esos conglomerados nacidos por y para la especulación financiera, desde donde los “dueños” planetarios generan condiciones y herramientas para la fácil dominación de las economías nacionales.
Ya con el dudoso orgullo por la invitación, acompañada por la “zanahoria” de designar a la ciudad de Rosario dentro de las cien ciudades “más importantes del Mundo”, va el intendente rosarino a buscar apoyos empresariales, tal vez algunos créditos del BID, incluyendo alguna disertación sobre quien sabe qué cosa en otro vento de la ONU, todos modos invariables de sobornar el oído del cooptado para complacer su ego y poco más.
Los resultados de estos actos de sometimientos banales, no son beneficios concretos para las mayorías expectantes de mejorías en la calidad de vida ciudadana, sino simples modos de asegurar los candados que eviten decisiones soberanas. No buscan “acabar con el hambre”, “combatir la pobreza”, “mejorar las infraestructuras” y todos los etcéteras similares que se quieran. Se hacen con el innoble propósito de negar la realidad, retorcerla hasta hacerla tan dura que nadie pueda con ella, salvo los corporativizados propietarios de todas las cosas y, fundamentalmente, de las voluntades dirigenciales.
Volverán sonrientes estos funcionarios del subdesarrollo, felices de tantas palmadas en las espaldas, que anuncian otros golpes, pero mucho más duros, contra los habitantes de este rincón del Mundo. Con la palabra “imposible” siempre presta a salir de sus labios cuando aparecen las demandas populares, harán todo para satisfacer las que les exijan sus anfitriones del Poder Real, profundizando la imbatible inutilidad de sus gestiones. Seguirán asfaltando algunas calles, abriendo algunos pasajes de villas miserias eternizadas, colocando luces led para iluminar la continuidad de las pobrezas escondidas, derribando la historia construida en nombre de progresos de cartón pintado, escondiendo bajo las torres de la abundancia la obscenidad lavadora de dineros mal habidos.
Atrás habrán quedado sus baldíos discursos ante auditorios a los que no les importa un ápice sus palabras. Lejos estarán las promesas de fondos para desarrollos que no se necesitan, vulgares ofrecimientos de grandezas fútiles, añoranzas de futuros que no son los reclamados por la simple gente a la que nunca entienden estos funcionarios de fulgores intrascendentes, atados a una cadena de dominación que la sociedad deberá tener, alguna vez, la valentía de cortarla para siempre.
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