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A lo largo de la historia de la humanidad, se han creado figuras que oficiaban el rol de “monstruos” que servían para poner límites a las andanzas de los niños, a las pretensiones libertarias de los jóvenes o a los intentos de modificar la realidad por parte de los sojuzgados por algún poder omnímodo. Esas existencias inverificables, inventadas para cada ocasíón o replicada ante cada evento que pudiera desatar aquellas pretensiones de cambios, han sido y son utilizadas como herramientas muy útiles para mantener a las personas entre rejas invisibles, atar las decisiones a los designios de quienes detentan el poder y asegurar la continuidad del statu quo.
El cuco, el pombero o el lobizón, forman parte de la mitología popular de nuestro País. Son seres de cuyas existencias reales nadie puede presentar pruebas, pero transmitidos por una tradición que les da vida entre las poblaciones de eso que el porteñocentrismo ha dado en llamar “el interior”. Entre relatos escritos y canciones, esos fantasmales especímenes se siguen sosteniendo en las porfiadas leyendas de los pueblos que lo toman como parte inescindible de sus culturas. En verdad, los daños que provocan no son más que sensaciones de miedo que logran sujetar a los niños durante el breve período que frenan sus ansias de descubrir la vida más allá de los límites territoriales impuestos por sus padres.
Sin embargo, hubo y hay ahora mismo, “monstruos” cuyas existencias son tan palpables como sus realizaciones. Son seres humanos, al menos por sus conformaciones físicas, pero cuyas acciones manifiestan los más abyectos pensamientos, generan daños reales y profundos en los individuos y la sociedad, provocando pérdidas materiales y hasta de la convicciones de quienes son sometidos por ellos. Ejemplos de estos abominables cada quien puede imaginarse, porque sobran a lo largo de la historia y en el complejo presente que nos contiene.
Paradójicamente, esos auténticos engendros inhumanos, han sido capaces de crear otros aparentes monstruos sin formas humanoides. El denigrado “populismo” no es exactamente una persona, aunque se lo ejemplifique con alguna en especial para facilitar la generación del miedo buscado. Antes (o ahora, en los casos de maniáticos que se han evadido de la realidad) estaba “el comunismo”, cuya sola mención provocaba el temblor de los propietarios, temerosos de ser expropiados por ese “monstruoso” aparato que todo lo convertiría en estatal. El mismo efecto disuasorio de pretensiones libertarias se fue instalando contra el peronismo o “justicialismo” en nuestro País, hasta generar una masa amorfa de incapacitados para la solidaridad y la empatía con sus congéneres.
Esos idearios de sociedades más justas, cuyos nacimientos se dieron como consecuencia lógica de los padecimientos de las mayorías bajo el sometimiento de unos pocos (los auténticos y reales “monstruos” del Poder Real), fueron adquiriendo formas humanas, traducidas en sus líderes. Ahí les resultó más fácil a los enemigos de los pueblos para estigmatizar las ideologías que sustentaran, teniendo ya figuras para señalar con el dedo acusatorio de las maldades que, según sus relatos fantasiosos, son capaces de realizar.
Cada paso dado en busca de la dignidad popular, es contrarrestado por una andanada de improperios a-históricos y banales, pero de efectividades concretas y destructivas, haciendo caso omiso de la realidad, transformándola en una “papilla” digerible fácilmente por una población en estado de temor permanente, atosigada por las amenazas de la inminente aparición de esos “monstruos” que (supuestamente) devoran, con la misma pasión, libertades y bienes de los “honestos ciudadanos”.
El herramental del que disponen ha sido aumentado y mejorado a lo largo del tiempo. Los medios de comunicación son la punta de lanza de la invención de miedos hacia quienes representan, para el imaginario creado por el Poder, el peligro de la pérdida absoluta de sus dominios, del que los ignorantes y los brutos se creen parte, también por efecto propagandístico mediatizado hasta el paroxismo. No resulta extraño, entonces, observar la defensa a ultranza de sus pobrezas por parte de los mismos pobres. No puede sorprender que la tilinguería mediática absorva los pensamientos de millones de desarrapados convencidos de sus inferioridades, aunque la realidad les grite y señale con claridad a los causantes de sus condiciones miserables.
De eso se trata la existencia de los “monstruos” generados por el Poder. De mantener atada a una persona o a una sociedad. De impedir que un niño inicie la aventura de conocer el pequeño mundo que lo rodea, o imposibilitar que toda una sociedad alcance el conocimiento necesario para avanzar en la generación de una vida mejor para sus integrantes. El objetivo es la dominación de unos sobre otros, de cortar de cuajo la pulsión de la libertad, de la comprensión de las injusticias y de la imprescindible necesidad de terminar con ellas.
Va siendo hora de comenzar a desprenderse de semejantes taras, de soltar amarras con el pasado aniñado de temores fútiles y aprender a enfrentar las maniqueas invenciones de los poderosos para sostenerse en las alturas del poder. Está llegando el tiempo de reconvertirse a una nueva realidad, aplastando las idiotizantes perspectivas mediáticas con la luz del conocimiento, la comprensión de las experiencias malogradas y la valentía que otorga la unidad, esa milagrosa manera de perder el miedo a luchar por la libertad.
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