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Por
Roberto Marra
La palabra “libertad” ha estado y está siempre en boca de casi la totalidad de las personas. Resulta “políticamente correcto” hablar de ese sentido paradigma del libre albedrío, está consensuado por casi todos que es un bien inmaterial insoslayable a la hora de expresar un pensamiento que hable sobre la posibilidad de tomar decisiones por parte de los individuos; o de manifestar la situación de una sociedad respecto al sistema político, económico o jurídico que rija sus relaciones intrínsecas.
Pero las palabras, tal como sucede con la energía atómica, puede usarse para el bien o para el mal. Pueden elaborarse fabulosas teorías que digan estar basadas en la libertad, pero destinadas a terminar con esa imprescindible capacidad de decisión de la voluntad individual y social. Pueden escribirse maravillosos discursos donde esa idealizada palabra sea el centro de cada propuesta, pero catalizada luego en acciones opuestas al sentido de la autodeterminación que se pretende manifestar. Se puede asesinar en nombre de la libertad. Se pueden invadir países, aplastar rebeliones sociales, producir genocidios, sancionar a opositores políticos, segregar a poblaciones enteras o enviarlas al exilio forzoso. Las dictaduras se autoasumen como fuerzas “liberadoras”de opresiones que nunca existieron o de fantasmales “ejércitos rebeldes” que jamás aparecerán, salvo por los elaborados y maniqueos título de los periódicos que siempre juegan con los poderosos.
En nombre de la libertad, miles de energúmenos se manifiestan para proponer la muerte como salida a sus supuestos “sometimientos”. La muerte de los otros, por supuesto. La de aquellos considerados menos que personas, “animales” sin derechos, más que el de mal alimentarse para sobrevivir esclavizados a sus órdenes. Esa “infantería” de idiotas sin escrúpulos ni almas, se lanzan a exigir libertades que suenan ridículas para cualquier persona que posea la mínima capacidad de razonamiento, pero que son el producto de consignas preparadas desde los “tanques de pensamiento” del Poder Real y multiplicado por su red de fábricas de ignorantes, los medios de comunicación a su servicio.
Las libertades que piden no son las que se manifiestan en una constitución o se intentan proteger mediante leyes. Son expresiones de sus brutalidades llevadas al paroxismo, como la de poder comprar dólares, rebajarles los salarios a sus empleados o despedirlos sin indemnizaciones, no pagar impuestos o eludir multas, impedir que personas de piel oscura pueda entrar a los lugares que se proponen “exclusivos”, no permitirles golpear y matar mendigos en nombre de la “limpieza” de las calles, u otras cosas por el estilo.
Ahora, en plena etapa de pandemia, cuando la muerte se regodea por tanta estulticia manifestada por los eternos ladrones de derechos, lanzados a la rápida vuelta a las actividades laborales sin medir los daños evidentes que traen semejantes propuestas, la palabra libertad vuelve a sonar como clarín de llamada a la “rebelión” de las “masas” (de la “gente bien”). Un “clarín” que tiene su propio sonido multiplicado por cuanta radio o televisora exista en el País, para mostrar un universo paralelo donde algunos cientos o pocos miles de imbecilizados gritan desaforados contra lo que llaman “el régimen” populista, un gobierno que detestan porque intenta paliar las inequidades horrendas que dejaron a su paso sus “líderes” transfugas.
Como punto cúlmine de la labor “libertaria” de semejante manada de miserables y de sus mandantes ideológicos, se permiten insultar a los que exponen sus vidas para intentar salvar las de quienes caen en la garras del virus que ellos niegan. Griteríos odiadores recorren las calles de las ciudades, con sus cargas de desprecios sociales y profunda insolidaridad. Sus pobres y escuálidas columnas se reproducen hasta el hartazgo por los medios del Poder y también por aquellos que dicen no serlo, prestándoles micrófonos y cámaras que silencian y esconden a los millones de hombres y mujeres que aguantan con estoicismo esta etapa espantosa que les tocó vivir.
La canalla mediática seguirá profundizando sus mensajes subversivos ante el poder emanado de las urnas. Las bestias continuarán con sus consignas vacías y sus enojos con la historia que los colocó allí, que no reconocen jamás, que la retuercen y destilan hasta hacerla papel pintado, imagen empobrecida de la realidad que tantas veces aplastaron en nombre de “sus” derechos. Ahora se manifiestan envueltos en una bandera que nunca podrá ser de ellos, porque nació en manos de alguien que no habría dudado un instante en aplastar sus oscuras intenciones y acabar, de una vez y para siempre, con sus parodias libertarias.
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