Imagen de "Tiempo Argentino" |
Por
Roberto Marra
El
caso Vicentín ha desatado una ola de opiniones sobre el tema de su
expropiación, basadas, las mayorías, en los prejuicios insertados
en la sociedad gracias a esa inmensa y (aparentemente incontenible)
red mediática que ha logrado generar y mantener un pensamiento
preponderante, casi único, sobre los conceptos que involucran a la
economía (y no solo). De esa forma, los “popes” de la sapiencia
económica instalaron en las conciencias mayoritarias, el virus del
desprecio a lo público, la exaltación de la acción de lo privado y
la negación absoluta a la modificación de sus ideales
meritocráticos. Son sus banderas irrenunciabes para el mantenimiento
de un sistema social injusto, económicamente dependiente de las
decisiones de las corporaciones transnacionales y con la pérdida
casi total de la posibilidad de tomar decisiones soberanas para el
desarrollo nacional.
La
evasión fiscal es un juego de niños para estos patanes con ínfulas
de “grandes empresarios a los que les interesa el País”.
Sub-facturaciones, apertura de falsas sucursales en países donde no
se les cobra impuestos, información distorsionada de su realidad
productiva, participación en todos los rubros que involucren sus
actividades para allanar los caminos a la acumulación de capitales
sin restricciones, generación de “lobbys” para presionar a los
gobiernos, complicidades manifiestas y descaradas con cualquier
actividad ilícita que les pueda proveer de beneficios espúrios, y
así de seguido.
Toda
esa descripción no alcanza a dimensionar el grado de distorsión de
la economía de la Nación, por efecto de la actuación de este y
otros tantos grupos que dominan por completo la actividad productiva
local. Cuando se habla de pobreza, subdesarrollo y marginación, se
habla también de ellos, de sus dominios absolutos sobre las
decisiones que se toman. Cuando se intenta legislar para corregir,
aunque sea mínimamente, los enormes desfasajes en la pirámide
social, sus representantes más obsecuentes, partícipes todos ellos
de las ganancias obscenas de los grupos que les proveen del respaldo
para sus llegadas al Parlamento, ponen “el grito en el cielo”, se
desatan campañas mediáticas descomunales para aplastar esa voluntad
de cambio de esta realidad mancillante de los derechos más
elementales.
Esto
es el capitalismo. Esto es el sistema que pareciera, incluso en boca
de los dirigentes más conspicuos de los gobiernos populares, que no
puede sino “atemperarse”, tratando de disimular los efectos de
sus piraterías de seres humanos condenados al fracaso eterno, de sus
pretensiones ilimitadas de dominación de la naturaleza para provecho
repugnante de unos pocos malvivientes con ínfulas de financistas
globales.
Esta
es la base oscura y maloliente donde se erigen estas sociedades de
individuos egoístas, que prefieren satisfacer sus adhesiones
miserables a los oligarcas que los sojuzgan, antes que intentar
modificar la correlación de fuerzas para construir una sociedad más
justa. Es el ámbito donde hasta una pandemia es minimizada para
elevar sus rangos de obsecuentes con el Poder, de seguidores a
ultranza de idearios genocidas, para satisfacer sus pretensiones de
pertenencia a un “status” que nunca alcanzarán de verdad.
En
medio de semejante explosión de paradigmas antisociales, desatado ya
el moño con el que nos han presentado siempre a estos energúmenos
travestidos como “grandes empresarios”, se abre un panorama en el
que un gobierno popular podría actuar con una actitud superadora de
la timorata acción seguidista que regularmente se ha tenido con
semejantes ladrones de guantes blancos. Pero el miedo al solo uso de
la palabra “expropiación”, ha llevado, incluso a miembros del
actual gobierno, a apurarse a definirse como no propiciantes de ese
tipo de acciones regulatorias de la economía.
Infiltrados
hasta en las consciencias de los buenos líderes, el maldito virus
del capitalismo ha logrado hacer retroceder las voluntades de cambios
reales y provechosos para las mayorías. La reproducción infinita de
sus disvalores ha dispersado los sueños de creación de un sistema
donde prevalezca el ser humano por sobre la economía, terminando por
aceptar sólo la adopción de paliativos a semejante destrucción de
la idea misma de una “sociedad justa”.
Para
reconstruir la esperanza, para volver a repensar la libertad como
principio solidario y no como dispersión individualista, para
generar y sostener un crecimiento equitativo de todos los ciudadanos,
para hacer realidad la soberanía, para concretar la independencia y
crear justicia, no queda otro camino que expropiar. Expropiar las
eternas pretensiones dominantes de los poderosos, expropiar las
ventajes de los malvivientes financieros, expropiar los modos de
producción esclavizantes, expropiar los bienes mal habidos de los
que se robaron todo (pero de verdad). Y expropiar los miedos a
expropiar, esos que nos atan a la miserable incomprensión de que los
sueños no pueden ni deben ser sólo eso, para transformase en abono
de la semilla de Justicia Social, que nunca pudo germinar del todo.
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