Por
Roberto Marra
Hay
elementos que ofician de continente de nuestras utopías. Hay
materialidades de las ilusiones y que ayudan a apuntalar las ideas
que acompañan las luchas por mejores tiempos, recuerdan a nuestros
predecesores en el combate contra las injusticias, sostienen las
banderas que nacieron por las convicciones de las y los mejores de la
historia, fuente donde abrevar el mejor de los elixires, el de la
conciencia de ser parte de una Patria, colectivo donde los símbolos
son la amalgama que apuntalan las esperanzas de mejores vidas.
Odian
los símbolos populares, porque no son parte del Pueblo. Aborrecen lo
que a las mayorías les estimula el patriotismo. No saben cantar el
Himno Nacional, pero visitan la embajada el 4 de julio para festejar
la independencia del imperio que los utiliza para nuestro martirio.
Piden perdón al rey de España por nuestra independencia, tirando a
la basura a todos quienes se jugaron la vida para darnos la libertad.
Ahora,
en medio del paroxismo conservador, en esta etapa brutal de un
neoliberalismo exacerbado, han decidido eliminar los símbolos
históricos de los billetes. Ni siquiera en esa expresión básica
del sistema económico en el que vivimos aceptan. Tampoco esa simple
manifestación de lo que fuera la construcción de lo que ahora somos
quieren permitir. No se contentaron con sostener y acompañar a
quienes hicieron desaparecer a treinta mil compatriotas, robaron
niños y enviaron a la muerte a centenares de ilusos defensores de
nuestras Malvinas. Necesitan otras desapariciones, otras muertes
simbólicas, otras venganzas contra los hacedores de los pocos
momentos donde la justicia social pudo manifestarse.
San
Martín, Belgrano, Rosas, son para ellos simples figuritas
decorativas de los papeles que ofician de moneda corriente. Precisan
desterrar de la memoria colectiva sus legados libertarios, borrar el
contacto permanente con sus hazañas y sus pensamientos constructores
de una identidad de Patria Grande. Pero Evita... ella es la
encarnación de sus más profundos odios de clase, la abominada
figura que los enardece, la máxima exaltación de sus ánimos
vengativos, la cuchillada a sus almas putrefactas.
Por
enésima vez, intentan desaparecerla. Obnubilados en sus intentos de
quitar del medio su trascendencia, no alcanzan a vislumbrar lo
imposible de sus intentos. Desean aplastar su recuerdo a fuerza de la
negación de su visión permanente en los billetes que alimentan las
esperanzas nunca muertas de los herederos de sus descamisados.
Manosean el símbolo eterno de su sencilla y genial existencia, la
fortaleza de sus palabras, semillas que renacen cada día sembradas
en las conciencias de los que aún la tienen, perforando el futuro
con sus gritos rabiosos contra las injusticias, de las que todavía
le debemos su aniquilamiento final.
Puede
parecer solo un papel impreso, puede aparentar ser un simple modo de
pago, pero trasciende esos criterios materiales. Tenerla en nuestra
manos cada día, nos recuerda su talento y valentía, nos alienta y
empuja a la salida de este infierno, profundiza convicciones y
doctrina y acompaña, con su gesto maternal, la tarea atemporal
constructora de su sueño postergado.
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