Imagen southatlantic.com.br |
En los últimos años, hemos
venido asistiendo a la transformación de un sistema mundial unipolar con
preeminencia del poder estadounidense hacia una emergente multipolaridad con
ejes en Rusia y China. No es una situación menor, dado que la transición
sistémica genera tensiones y transformaciones en las estructuras políticas,
jurídicas, económicas y sociales que hacen a un orden establecido y a la estabilidad
global.
Interpretando los lineamientos teóricos del académico y diplomático
argentino Juan Carlos Puig, podemos afirmar que este fenómeno emergente permite
una ampliación de los márgenes de maniobra en la política internacional para
los países sudamericanos y consecuentemente genera una influencia directa en la
reconfiguración de esquemas de integración latinoamericana. La Unasur es un
claro ejemplo.
Pero cuando hablamos de integración latinoamericana hay que tener en
cuenta que, en este ámbito, conviven hoy quince estructuras supraestatales y
subregionales que abordan diversas esferas y competencias, lo que nos lleva a
preguntarnos: ¿frente a esta nueva reconfiguración del sistema internacional no
es acaso posible comenzar a pensar en el objetivo de impulsar un esquema de
integración único que pueda subsumir en su interior a los restantes catorce?
¿Qué nos impide dialogar entre no- sotros con el objetivo de adoptar una
postura y una visión regional común para definir su lugar presente y futuro en
el sistema internacional?
Por otro lado, si algo ha sido común en las diversas experiencias
integradoras latinoamericanas es la premura con la que nos disponemos a hablar
de libre comercio y lo tímidos que hemos sido en elevar propuestas de una
Política Industrial Común como eje de la integración económica regional. Esto
último podría representar un verdadero giro copernicano en los objetivos y
propuestas integracionistas.
Si hemos dilucidado claramente los efectos de las políticas
comerciales sobre el patrón de desigualdades regionales y también en el
interior de los estados, ¿cómo es que no hemos creado los mecanismos de
integración regional que busquen contrarrestar estos efectos en base a una
Política Industrial Regional Común con metas de convergencia con el objetivo de
reducir las desigualdades?
Si algunos basándose en análisis parciales consideraran que no sería
posible a nivel sudamericano, ¿sería al menos factible considerarlo a nivel
subregional? ¿Qué nos impide dejar de lado los individualismos en pos de un
objetivo histórico mucho más grande?
El avance hacia una política industrial común no implica el retorno a
un proteccionismo restrictivo que limite los objetivos de comercio de los
países miembros sino dar entidad a la política industrial común como un eje de
la integración regional con el objetivo de cerrar definitivamente la brecha
histórica de atraso relativo de los países de la región en relación a los
países desarrollados.
Probablemente, no sea que los países sudamericanos busquen estrechar
vínculos con las potencias emergente (o re emergentes) que les permitan ampliar
su margen de maniobra en una transición firme al multipolarismo sino que, aún
no hemos considerado genuinamente la opción de fortalecer y priorizar los lazos
internos en base a la producción mancomunada. Aunque son muchos los desafíos de
un proceso de integración regional, también son abundantes los estímulos para
abordar el mismo.
* Licenciado en Relaciones Internacionales. Magister en Relaciones
Comerciales Internacionales de la Universidad Nacional de Tres de Febrero
(UNTRef).
Publicado en Página12
No hay comentarios:
Publicar un comentario