Sabés, Javier, me pongo a
escribir sobre la cascoteada historia de los progresistas y ahí mismo me largo
a transpirar de pensar en las veces que nos llamaban para salvar el país y de
lo que nos forrearon. Para colmo, muchas de esas forreadas las he olvidado,
como he olvidado momentos y personajes de la historia reciente del país. Y
llego a la conclusión de que esta nota la debería escribir alguien menos progre
que yo. Porque yo, como buen progre, suelo distraerme con cosas más urgentes
que votar, marchar, protestar, exigir. A veces se me cruza un mundial de
fútbol, un viajecito a París (los progres vamos a París, no como la clase media
"demedos" que va a Miami). O una mujer, porque los progres también
tenemos corazoncito, como diría la canción de Jobim: "Dentro del pecho de
un desafinado también late un corazón"; es decir: "dentro del pecho
de un progresista también late un corazón".
Sé que no fue fácil, Javier. Como si no fuera poco tener que elegir entre peronismo y radicalismo, Braden y el otro, Alfonsín y el otro, De la Rúa y el otro, nos exigían que nos declaráramos estalinistas o trotskistas, como si yo los diferenciara. Stalin, Dostoievski, Tolstoi, Stolichnaya (ah, no, esa es una marca de vodka), para mí siguen siendo apellidos que me cuesta pronunciar. Pero no les bastaba con que nos gustara Fidel, con esa barbota y esa labiota capaz de hablar siete horas sin decir pavadas. No, también teníamos que tener una ideología que había nacido en la concha de la lora: Rusia. No en París, no en Roma, que para los progresistas es como una casa de verano que visitamos cuando no estamos ocupados salvando al país; qué digo, al hombre.
Y ahora nos toca de nuevo. Sí, la historia tiende a repetirse, primero
como tragedia y después como farsa, aunque en este país capaz que primero es
como tragedia y luego como tragedia. O primero como farsa y después como farsa.
Sí, otra vez nos necesitan. No les bastó que acudiéramos al llamado de las
urnas para ungir a Alfonsín, que, progre como nosotros, hizo lo que pudo. (No
le pedimos más a él para que no nos pidieran más a nosotros). Alfonsín era el
progre que nos representaba bien, y que llegó hasta una parte del camino. Lo
mismo que hicimos nosotros siempre, Javier, vamos, pero si hay demasiado sol,
nos sentamos en el primer bar a tomar una cervecita mientras los que realmente
piden por sus derechos (madres sin hijos, desocupados, hijos sin madres,
abuelos sin, nietos sin) marchan por nosotros. Eso sí, de regreso nos
encuentran ahí, ¡eh!, para acompañarlos en el camino de regreso, el de la
derrota, cuando se vuelve con la frente marchita a una vida de ausencia y de
pobreza, mientras nosotros, los progres, seguíamos con nuestra vida de mundial,
viajes y amiguetes, siempre comprometidos hasta donde nos permitía nuestra
molicie.
El país nos necesitaba así, Javier, ni muy rojos para no alterar la
paz del capital, ni muy reaccionarios para no desentonar en las mesas donde se
salvan ballenas, qom, perros con tres patas y se combate "el hambre en el
mundo", así, con comillotas. Por eso todos nos vinieron a buscar. Pero,
¿sabés, Javier?, las buenas intenciones se controlan como se controlan los
discursos mediáticos, las encuestas, las redes. Para eso, para controlarnos,
inventaron las chácharas que esperábamos oír (creo que se dice "ad
hoc"). Los de derecha nos hablaban de "centro" como si fuera un
sillón cómodo donde sentarnos a mirar pasar la procesión. Los de izquierda nos
hablaron de compromiso hacia las causas que nos habían desvelado: Hambre,
pobreza; había que liberar a la mujer del yugo machista, a los negros del yugo
blanco. Y nosotros íbamos, a la nuestra, pero íbamos. Y también nos
reprimieron, como cuando salimos a pedir que nos devuelvan los depósitos.
Porque en el pecho de un progresista late un corazón que sabe ahorrar. Eso para
que vean que podremos ser cualquier cosa, pero no cagones.
Porque los progresistas también tenemos derechos. Derecho a comprarnos
nuestra casita de verano. De ir a Europa. E, igual que cualquier cristiano,
engordamos, nos aburguesamos, se nos cae el pelo y parece, sólo parece, que nos
volvimos gordos explotadores. Pero basta que haya una desigualdad en el mundo
para que nos encuentren de pie, indignados (los indignados que poblaban las plazas
del primer mundo eran progres; ni pobres, ni negros muertos de hambre, ni
inmigrantes apaleados: progres indignados porque les habían dado el bienestar,
y luego se lo habían quitado). Por eso, por más gordos y pelados que estemos,
seguimos sirviendo para las causas de los otros. Nos llaman porque nos
necesitan el día de votar, y después si te he visto no me acuerdo. Y nosotros
aceptamos esa relación, de cama fuera, ¿viste? Moderna, como esas parejas que
viven en departamentos diferentes y se visitan para comer juntos y fornicar,
juntos también.
Empecé esta nota, Javier, con la idea de convocarte a que hagamos un
Partido Progresista, pero mi primo Tito, el peluquero, que se sabe todos los
chismes, me dice que no solo ya existe, sino que se está desintegrando. Así que
olvídate de esa invitación. Además me sería fácil fundarlo, pero difícil
dotarlo de ideología, que es un casillero que hay que llenar cuando uno anota
un partido. Primero: nombre. Segundo: ideología. Es que como buenos
progresistas, nos cuesta diferenciar derecha de izquierda, vendepatrias de
caídos del cielo, pensadores de sofistas; somos útiles en las coyunturas, eso
sí. Pusimos nuestro granito de arena en la transición entre dictadura y
democracia y para acabar con el neoliberalismo menemista. Después nos fuimos a
dormir la siesta hasta la siguiente convocatoria.
Y ahora vienen de nuevo. Parece que vamos a arbitrar entre el infierno
que propone el kirchnerismo, que hace todo a espaldas del pueblo representado
en Bullrich, Carrió y una clase media más enojada que cuando De la Rúa y
Cavallo le fumaron los dólares (parecía imposible pero sucedió), y nada menos
que Macri. Macri, que se parece sospechosamente a nosotros; es blanquito,
educado, quiere a la familia (hasta mandó a espías internacionales a espiar al
cuñado a ver si gorreaba a la hermana), y para colmo es de Boca, como yo (mi
abuela me diría que vote por él). Entonces deberíamos votarlo, porque cuando él
esté en el sillón de Rivadavia es como si estuviéramos nosotros. Claro,
nosotros como bienpensantes que somos odiamos a los EEUU, y él no, pero
nosotros después votamos sin culpa a los que nos entregan con pata y todo al
FMI y esa gentuza. Vienen por nosotros, Javier. De un lado la dictadura
kirchnerista, y del otro Macri o Massa (que no se diferencian, según Sarlo, que
supo ser la pitonisa de los progresistas).
Otra vez convocados para torcer la balanza. ¿Por qué nosotros? Porque
la negrada y los oligarcas ya saben lo que quieren, nosotros nunca lo supimos,
y compramos mucho gato por liebre. Pero siempre creímos que hacíamos lo
correcto. Somos inocentes a la manera de Graham Greene: "El inocente es
como un leproso mudo que ha perdido su campana y que se pasea por el mundo,
siempre con buenas intenciones" (cito de memoria). Nos buscan porque saben
de nuestras buenas intenciones. Y saben que nuestros corazones desafinan pero
que a nuestro cerebro siempre le podés inculcar que si hay que salvar el mundo,
hay que apostar al libremercado, desregulación, achique, y todas las canciones
que no son la de Jobim. ¡Las veces que compramos ese buzón! Si progresistas de
Europa y EEUU aceptaron que les sacaron plata ¡para salvar a los bancos! Claro:
¿adónde va a parar el mundo si se hunde el HSBC? Con esos discursitos siempre
nos abrocharon. Así bancamos (haciéndonos los boludos) que le bajaran el sueldo
a los obreros, a los jubilados, que mandaran ingenieros a lavar platos, a
manejar taxis; aceptamos que era mejor tener un parripollo que ser un orgulloso
trabajador del servicio ferroviario, ser gerenciador de una cancha de paddle
que fabricar cosas que valían simplemente porque en algún lado decía:
"Hecho en Argentina". Hasta nos hicieron creer que algo "Hecho
en Argentina" era vergonzoso.
Creo que lo mejor es asumir el mandato de nuestro corazón desafinado,
y morir con las botas puestas. No te estoy diciendo, Javier, que tenés que
votar al kirchnerismo, ¡eh! No. Te estoy diciendo que si vas a votar a Macri,
hacelo y gritalo, y ponete una rosa amarilla en el culo si te hace feliz. Pero
asumilo. Y si vas a votar al kirchnerismo, igual, pero dejá de hablar de
compromisos que se diluyen a la primera contrariedad. Llegó la hora de dejar de
ser un bienpensante, el tipo que no eructa en la mesa, que se preocupa por el
lugar de la mujer de Afganistán, que no cejará en su empeño hasta que se acabe
"el hambre en el mundo"; llegó la hora de votar con los huevos, con
las tetas, con el corazón, con las tripas, con el culo, con la garganta, con la
lengua; desafinando, porque desafinar es la forma de mostrar que el corazón
está vivo, que anda a los saltos, al ritmo de este país único. Digo eso, porque
el establishment (¿te acordás, Javier, cuando decíamos establishment a cada
rato?), nos está dictando el camino, y no estaría mal dejar de ser educado por
un rato y mandarlos bien a cagar. Es que conocen nuestras debilidades, nos
estudian en las universidades que ellos mismos fundan, de donde egresa gente
que parece gente pero son vampiros. Ahí las materias son: ¿Cómo poner la
zanahoria delante del burro (el progresista)?, ?Cómo convencer al burro (el
progresista) de que es culpa suya no haber alcanzado la zanahoria?.
Vienen por tu voto, Javier, pero disfrazado de tu futuro. Van a usar
esa palabra a cada rato. Acordate: FUTURO. Dicen que es para construir, pero
destruyen todo el tiempo. Destruyeron el UNEN haciéndole cosquillas. A la UCR
la mandaron a abrir las puertas de los taxis donde viajan los verdaderos
candidatos. Al peronismo de Duhalde y etc., lo escondieron por piantavotos.
Obvio es que ellos ayudaron; ¡no me des letra, Javier, que yo soy un progre
como vos y también me las sé todas! Les queda darle dos chirlos a Bárbaro y al
Turco Asís (que a su manera son también progres) que no entienden que el
silencio es salud, y listo, toda la tropa en el corral. Ahora ningunean a Massa
para que se baje a la provincia de Buenos Aires y Macri sea el Capriles del Sur
(son parecidos: jóvenes, sonrientes, inescrutables; parecen medio pavotes,
diría Don Segundo Sombra, pero te van a romper el tuje cuando mirés para otro
lado, porque vos, Javier, como buen progresista, sos capaz de darle el voto, y
al rato, media hora después, empezar a mirar para otro lado, levantando los
brazos como diciendo "¿yo? argentino". Para cerrar esta canción, que
no es la de Jobim, con el viejo estribillo: "yo no lo voté".
*Publicado en Rosario12
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