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El 25 de mayo de 1974 moría uno de los personajes más originales y
agudos que crió esta tierra. Del conservadurismo al radicalismo rebelde, y
luego al peronismo, Jauretche ayudó a formar el pensamiento nacional y hasta
creó la palabra “vendepatria”. De él también puede decirse que “hoy su cara
está en todas las remeras, es un muerto que no para de nacer”. Mucho más citado
que leído, tal vez porque sus frases eran como estiletazos certeros, capaces de
condensar en una máxima de estilo gauchesco un pensamiento complejo y vital.
Tal vez porque su defensa de la lucha con alegría conseguía contagiarla. “Nada
grande se puede hacer con la tristeza.”
Nació el 13 de noviembre de 1901
en Lincoln, provincia de Buenos Aires. Inició su militancia en el Partido
Conservador, una experiencia que él mismo relató diciendo que contrariamente a
muchos “me subí al caballo por el lado derecho y me bajé por el izquierdo”. Su
sensibilidad política poco afecta a abstracciones doctrinarias lo llevó a
militar en la UCR de Hipólito Yrigoyen, donde vio una política concreta de
inserción popular. Pero su carácter y manera de comprometerse se evidenciaron
en el momento del golpe de Estado de 1930 que lo encontró, fusil en mano,
defendiendo al gobierno constitucional. Se alistó en grupos de sabotaje a la
dictadura y en 1933 tomó parte en el alzamiento de los coroneles Roberto Bosch
y Gregorio Pomar en el Paso de los Libres, Corrientes. Tras la derrota de la
rebelión fue encarcelado y en prisión escribió su versión de los episodios en
forma de poema gauchesco. Lo publicó en 1934, con prólogo de Jorge Luis Borges,
también radical pero con quien resultó inexorable el alejamiento.
El radicalismo conducido por
Marcelo T. de Alvear con una política integrista con el régimen decide
participar de las elecciones de 1939, boicoteadas por la UCR. Un grupo
verdaderamente notable de jóvenes se aleja del partido y empieza a desarrollar
una visión novedosa de la Argentina. Junto con Homero Manzi, Luis Dellepiane,
Gabriel del Mazo, Manuel Ortiz Pereyra y otros fundó Forja, la Fuerza de
Orientación Radical de la Joven Argentina a la que más tarde se acercó Raúl
Scalabrini Ortiz. Forja desarrolló los lineamientos de un nacionalismo
democrático y popular, opuesto a la vez al nacionalismo conservador de los
sectores reaccionarios y a la política liberal del gobierno de Agustín P.
Justo.
Marginados de la esfera política
partidaria, los actos de Forja se realizaron sobre todo a través de
manifestaciones callejeras y publicaciones de edición propia, los Cuadernos de
Forja. Allí desarrollaron un pensamiento nacional antiimperialista, enfocado en
la denuncia de hechos concretos como los mecanismos por los que el Banco
Central fue creado para que los bancos ingleses supervisaran y controlaran
nuestra economía. O las inolvidables investigaciones sobre la matriz de los
ferrocarriles argentinos al servicio de la exportación a las metrópolis y no de
la integración nacional. No es que hayan descubierto la dominación extranjera, el
tema es que Forja la planteó desde un ángulo diferente al que la izquierda lo
venía haciendo. “Las disputas de la izquierda argentina son como los perros de
los mataderos: se pelean por las achuras, mientras el abastecedor se lleva la
vaca”, dijo Jauretche en una ocasión con ese estilo de polemista inigualable.
Siempre crítico y lúcido, adhirió
al peronismo desde el 17 de octubre de 1945. Para él y varios de sus compañeros
la llegada de Juan Domingo Perón al poder constituyó de alguna manera un
triunfo personal. “Las multitudes coreaban las consignas por las que habíamos
luchado toda una vida”, recordó años después. Jauretche construyó un fuerte
vínculo con Domingo Mercante, gobernador de la provincia de Buenos Aires, y
estuvo próximo al programa económico de Miguel Miranda, que promovió un
proyecto de industrialización acelerada fomentado por el Estado, con la idea de
emplear los excelentes réditos del modelo agroexportador durante la coyuntura
de la Segunda Guerra Mundial para transformar el perfil productivo del país.
Jauretche fue nombrado en el
estratégico puesto de presidente del Banco de la Provincia de Buenos Aires en
1946, cargo desde el cual desarrolló una política crediticia generosa con los
proyectos de industrialización, en la convicción de que el país agroganadero y
dependiente podía transformarse. Se quedó hasta 1951, cuando la Comisión Visca
criticó que el banco había otorgado un crédito de 216 millones de pesos al
diario La Prensa para comprar una rotativa. Ante esta situación enojosa decidió
alejarse. Disgustado con el rumbo del gobierno en su última etapa deslizó
críticas pero continuó apoyando, con la convicción de que la alternativa al
peronismo no era otra que la “reacción oligárquica”.
Efectivamente, el golpe de Estado
de 1955 confirma sus ideas. Su sobrino Ernesto Jauretche recuerda que al saber
de la huida de Perón, su tío estaba furioso y vociferaba: “¡Hijo de puta,
cobarde de mierda, nos deja solos!”.
A partir de la desolación y el
aislamiento en los siguientes años comenzó su etapa intelectual más productiva.
La idea que guió siempre sus intervenciones era la de descorrer los velos y
ahuyentar las leyendas que ocultan la naturaleza de los padecimientos
argentinos. Esta etapa arranca con libros de denuncia como El Plan Prebisch y
el retorno al coloniaje y los artículos publicados en 1962 en Democracia, que
luego conformarían su póstumo Política y Economía. Con la misma virulencia
apasionada, quebró mitos en el campo de la cultura con sus análisis sobre
Borges, Sarmiento, Martínez Estrada, Beatriz Guido, Victoria Ocampo y tantos
otros. En 1966, El medio pelo en la sociedad argentina sacó a relucir con
agudeza y sobre todo con gran humor el prototipo de comportamiento y
pensamiento que hunden a la clase media argentina en una veneración por sus
amos. Revelaba así un modelo de pensamiento que él denominó “sociología con
estaño”, más veraz que la aportada por los sociólogos del sistema.
Con el agregado de “La Yapa” a la
reedición de Los profetas del odio –gran título, pleno de actualidad– avanzó en
un implacable análisis del sistema de la enseñanza, en sus diversos niveles,
del mundo de las academias y los prestigios oficiales. Estas críticas al
pensamiento de la clase dominante, convertido por la escuela y “los medios” en
“el sentido común”, reaparecen luego en sus polémicas y se coronan,
sistematizadas, en su genial Manual de Zonceras Argentinas publicado en 1968,
en vísperas de la gran explosión de la política argentina. Esta obra fue uno de
los instrumentos principales de la “nacionalización” de los sectores medios,
fenómeno que jugó un rol importantísimo en las luchas políticas de fines de los
sesenta y principios de los setenta.
El Manual es un listado de ideas
negativas sobre el propio país que generalmente tenemos los argentinos. Estas,
afirmaba Jauretche, habrían sido introducidas en la conciencia de todos desde
la educación primaria y sostenidas posteriormente por medio de la prensa.
Frases como la sarmientina “El mal de la Argentina es la extensión”, más la
dicotomía “civilización o barbarie”, eran para Jauretche la madre que parió a
todas las zonceras y llevan a la limitación de las posibilidades de la
Argentina de realizarse en forma autónoma. De sus mil batallas, ésta, la de
tener un pensamiento nacional, acaso sea la más interesante, sencilla y
profunda. “Pensar en nacional”, dado que “lo nacional es lo universal visto por
nosotros”. Todo lo contrario de un pensamiento estrecho y localista.
En esta época adhiere a la
experiencia de la CGT de los Argentinos, donde tiene la oportunidad de dar
cientos de charlas y conferencias a los trabajadores.
La asunción de Héctor Cámpora a
la presidencia un año exacto antes de su muerte lo encontró lejos de
reconocimientos oficiales y en uso intenso de las “armas de la crítica” que
practicó toda su vida y sin ahorrar la “crítica de las armas”.
Un año antes, en 1972, empezó a
publicar sus memorias. Su idea era una trilogía, pero sólo salió el primer
tomo, De Memoria. Pantalones cortos. La muerte le impidió terminar el proyecto.
En una de sus reflexiones dice: “Creo haber sido el inventor de la palabra
‘vendepatria’ o por lo menos de su divulgación inicial desde el semanario
Señales. El uso de la expresión ‘oligarquía’ en la acepción hoy popular, así
como las expresiones vendepatria y cipayo, las popularicé desde el periódico
Señales y en otros de vida efímera en los años posteriores a la revolución de
1930”.
La Ley 25.844 de 2003 instituye
el 13 de noviembre como Día del Pensamiento Nacional en homenaje al nacimiento
de Arturo Jauretche. En aquellos años pudo haber dicho junto a Charly García,
“mientras miro las nuevas olas yo ya soy parte del mar”.
*Publicado en Página12
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