La fuerza de la alegría. Ganamos al galope,
sin usar la fusta. A 59 años de la partida de Evita, su heredera moral
consolidada es Cristina. A todos tiene que desvelarnos mejorar esta
sociedad, o hijos y nietos padecerán. Bienvenidos al carro victorioso,
mientras marchen a favor de las grandes mayorías populares. Debemos
cuidarnos unos a otros. En tanto en Europa el eje es el desempleo y el
ajuste, el modelo profundiza la redistribución. Soñemos.
¿Qué pasaría si en un país con la 8ª superficie mundial volviera el tren a los pueblos muertos? Apuntó la conductora que la energía eólica, la del viento, es la que viene. Pero algunos retardatarios habitan en el pasado, no en el mañana. ¡Cuántos Ramón Carrillo nos faltan! Médicos que no piensen en el remedio caro y el viaje que les regala el laboratorio, sino en el más apto para curar al paciente. Hombres con eso que hay que tener: alma. La que no se compra en un bazar, la que uno crea solo. Unido al dolor de los sin dientes, decía Evita. Si vivimos fundidos al dolor ajeno, lo cambiamos en acción al progresar con leyes sorpresivas, gran desafío al bandolerismo neoliberal. Toquemos ahora el timbre de la memoria.
¿Te acordás, Néstor? Varios riendo en un bar con el rubio que canta bien y su enamorada, hija del ex presidente con 300 corbatas. Ibas a grabarme un tango. Era 1974 y al subir Perón se logró un alto bienestar, nuestra renta dividida por partes iguales entre patrón y trabajador, como no sucedía desde 1951. Hasta que ella soltó, con honestidad brutal, que su padre era mal tipo.
Murió Perón, empezar de cero. Fue peor: Triple A más Proceso. Iba al camarín del Feo en el Viejo Almacén y para recreo espiritual el amigo leal entonaba. Recuerdo a un mozo diciendo que, de todas, la tuya era quizá la mejor voz. Y entre tragos yo fantaseaba que, de pronto, todo cambiaría: “Que siempre, para vos, el bien es bien, y el mal es mal”, como escribió Eladia. A menudo hacías Contame una historia, el tango de ella: “Contame una historia distinta de todas / un lindo balurdo que invite a soñar”. Imposible, era el tétrico reinado de Videla y Cía.
La noche no parecía ese sitio de encuentros sino de desencuentros, los tipos cruzaban de vereda. Había escrito Cátulo, el que recogía a los perros: “Estás desorientado y no sabés / qué trole hay que tomar / para seguir.” Deambulando entre sombras, algunas vivas y otras que no volverían nunca, yo susurraba: “Y todo el carnaval, gritando pisoteó / la mano fraternal que Dios te dio”. Locura, muerte. Cacho El Kadri aclaró en su libro: “Había un gran respeto por la vida y la integridad física de los demás en la Resistencia peronista.” En los ’70 no. ¿Adónde ir? Por un tiempo, a otro cielo. Al volver seguía la masacre y tropecé con el Feo en el Centro. No es casual que el tango asombre al planeta. Rivero sentenció: “Esta gente que gobierna es indigna.” Lo narré en El periodista. Él sabía que admiro Fangal (Discépolo), concluido por nuestro amigo Expósito. Me veía entrar y cantaba, notable: “Qué gil, alcé un tomate y lo creí una flor.”
¡Cuántos tomates alzamos en nuestra generación! Votar a Menem: prometió los 27 puntos de la CGT y los hizo polvo. Nadie soñaba. Tiempos de despidos, precariedad laboral, jóvenes crispados y gente de 40 años sin trabajo. Viejos, decían. La distancia en la pirámide social, en lugar de disminuir, crecía. La luz de Rivero faltaba. Pero la letra de Iaquinandi alegraba el corazón: “Batime que existen amigos derechos / mujeres enteras que saben querer.” Nos vimos por última vez en el boliche del negro Juárez, creo. Cantaste, mejor que nunca: “Contame una historia / mentime al oído / la fábula dulce de un mundo querido, soñado / y mejor.” Yo estaba arriba, con mi mujer. Subiste y nos abrazamos.
Llegó 2001, muertos en las calles, presidentes que duraron días, asambleas y trueque. Argentina fue el país de América Latina con el peor desempeño, en cuanto a nivel de vida, en el lapso 1976-2002, debido al profundo proceso de desindustrialización. Y arribó el flaco pingüino sureño con un mísero 22% para cambiar con su coraje la historia. Como Voltaire, era un hombre racional, no del siglo XVIII sino del XX, para quien los hechos simples hay que eludir complicarlos. Con una decidida capacidad de liderazgo. ¡Las cosas que hizo este flaco, fascinando a los de adentro y los de afuera, esperanzando a todos! Perdón, esperanza es una mala palabra, juraba el director Mario Monicelli, el de Los compañeros, aquel gran film sindicalista. La esperanza es un concepto religioso alentado por los dueños del poder. Se tiene esperanza en un mañana mejor o en un cielo para el que se sufre aquí. Lo que “está vivo y siempre da beneficios –decía– es la lucha.” Contra los reaccionarios. A favor de los más.
Partió Kirchner y retornó la melancolía: “Estoy tan cansado / de andar por andar”. Resistió Cristina, arreglando entuertos como un Quijote femenino. Y avanzando en este camino. Por eso ahora nuestro pueblo la reeligió. “Madre, corona mi triunfo con flores”, pide Casandra en Las troyanas, de Eurípides. Como Cristina, ella nunca se rinde a la bravura del oleaje. Tampoco Néstor Kirchner. Ese que con la virgen banda presidencial se tiró encima de la gente y expresó: “Yo soy uno de ellos, de los que están en la Plaza”, memorando la asunción de Cámpora. “La vida es lo que te pasa mientras hacés otros planes”, señala una canción de John Lennon. Ahora es nuestro territorio de encuentros. Se inicia la segunda parte, la esencial, como en el truco: ampliar la inclusión con alianza de clases. “El camino del destino es el del viento”, dice Eurípides. Después de Perón (“Únanse, sean más hermanos que nunca”, dijo el 17/10/45) sopla un viento de hacer historia. Con justicia social. Dejémonos llevar por él.
Dale, Fabián: “Contame una historia, vos / que sos mi hermano / volcame en la curda, que me haga sentir / que aunque el mundo siga / yirando a los tumbos / aún vale la pena / jugarse y vivir”. Soldemos visiones para crear conciencia del otro y enfrentar a la resistencia de las corporaciones. La sociedad admite que acá no impera la frustración de los “indignados”. Escribió Thomas Wolfe en la Depresión: “Amar la vida aleja a la muerte”. Los jóvenes la aman. Es la edad en la que uno sólo conoce un dedo de la vida. Sin el peso del ayer, se enlaza a su identidad: nace el amor al país, al tango, quizás al rock. Entiende su lugar en el mundo y se anima a la sabiduría de ser ciudadano. Acecha la carne que incendia apasionada su corazón y la primavera le pinta sonrisas de oro. Siente olores, sabores, deseos. Si no existe el amor, no puede inventarlo; igual que la conciencia. Poeta de la utopía, busca conquistar el mundo con los ojos puestos en las estrellas. Amante de los abrazos en la espesura de la noche y del rumor de los amigos en la asamblea por la vida, ríe y brinda su alma: todo un paraíso. Otros volvemos del pasado, tenemos canas, pero la memoria es un cielo del que nadie puede excluirnos. La victoria exige luchar. Vamos por más. Cesare Pavese dijo: “Volver vale la pena, aunque se haya cambiado.” Jugarse y vivir.
¿Qué pasaría si en un país con la 8ª superficie mundial volviera el tren a los pueblos muertos? Apuntó la conductora que la energía eólica, la del viento, es la que viene. Pero algunos retardatarios habitan en el pasado, no en el mañana. ¡Cuántos Ramón Carrillo nos faltan! Médicos que no piensen en el remedio caro y el viaje que les regala el laboratorio, sino en el más apto para curar al paciente. Hombres con eso que hay que tener: alma. La que no se compra en un bazar, la que uno crea solo. Unido al dolor de los sin dientes, decía Evita. Si vivimos fundidos al dolor ajeno, lo cambiamos en acción al progresar con leyes sorpresivas, gran desafío al bandolerismo neoliberal. Toquemos ahora el timbre de la memoria.
¿Te acordás, Néstor? Varios riendo en un bar con el rubio que canta bien y su enamorada, hija del ex presidente con 300 corbatas. Ibas a grabarme un tango. Era 1974 y al subir Perón se logró un alto bienestar, nuestra renta dividida por partes iguales entre patrón y trabajador, como no sucedía desde 1951. Hasta que ella soltó, con honestidad brutal, que su padre era mal tipo.
Murió Perón, empezar de cero. Fue peor: Triple A más Proceso. Iba al camarín del Feo en el Viejo Almacén y para recreo espiritual el amigo leal entonaba. Recuerdo a un mozo diciendo que, de todas, la tuya era quizá la mejor voz. Y entre tragos yo fantaseaba que, de pronto, todo cambiaría: “Que siempre, para vos, el bien es bien, y el mal es mal”, como escribió Eladia. A menudo hacías Contame una historia, el tango de ella: “Contame una historia distinta de todas / un lindo balurdo que invite a soñar”. Imposible, era el tétrico reinado de Videla y Cía.
La noche no parecía ese sitio de encuentros sino de desencuentros, los tipos cruzaban de vereda. Había escrito Cátulo, el que recogía a los perros: “Estás desorientado y no sabés / qué trole hay que tomar / para seguir.” Deambulando entre sombras, algunas vivas y otras que no volverían nunca, yo susurraba: “Y todo el carnaval, gritando pisoteó / la mano fraternal que Dios te dio”. Locura, muerte. Cacho El Kadri aclaró en su libro: “Había un gran respeto por la vida y la integridad física de los demás en la Resistencia peronista.” En los ’70 no. ¿Adónde ir? Por un tiempo, a otro cielo. Al volver seguía la masacre y tropecé con el Feo en el Centro. No es casual que el tango asombre al planeta. Rivero sentenció: “Esta gente que gobierna es indigna.” Lo narré en El periodista. Él sabía que admiro Fangal (Discépolo), concluido por nuestro amigo Expósito. Me veía entrar y cantaba, notable: “Qué gil, alcé un tomate y lo creí una flor.”
¡Cuántos tomates alzamos en nuestra generación! Votar a Menem: prometió los 27 puntos de la CGT y los hizo polvo. Nadie soñaba. Tiempos de despidos, precariedad laboral, jóvenes crispados y gente de 40 años sin trabajo. Viejos, decían. La distancia en la pirámide social, en lugar de disminuir, crecía. La luz de Rivero faltaba. Pero la letra de Iaquinandi alegraba el corazón: “Batime que existen amigos derechos / mujeres enteras que saben querer.” Nos vimos por última vez en el boliche del negro Juárez, creo. Cantaste, mejor que nunca: “Contame una historia / mentime al oído / la fábula dulce de un mundo querido, soñado / y mejor.” Yo estaba arriba, con mi mujer. Subiste y nos abrazamos.
Llegó 2001, muertos en las calles, presidentes que duraron días, asambleas y trueque. Argentina fue el país de América Latina con el peor desempeño, en cuanto a nivel de vida, en el lapso 1976-2002, debido al profundo proceso de desindustrialización. Y arribó el flaco pingüino sureño con un mísero 22% para cambiar con su coraje la historia. Como Voltaire, era un hombre racional, no del siglo XVIII sino del XX, para quien los hechos simples hay que eludir complicarlos. Con una decidida capacidad de liderazgo. ¡Las cosas que hizo este flaco, fascinando a los de adentro y los de afuera, esperanzando a todos! Perdón, esperanza es una mala palabra, juraba el director Mario Monicelli, el de Los compañeros, aquel gran film sindicalista. La esperanza es un concepto religioso alentado por los dueños del poder. Se tiene esperanza en un mañana mejor o en un cielo para el que se sufre aquí. Lo que “está vivo y siempre da beneficios –decía– es la lucha.” Contra los reaccionarios. A favor de los más.
Partió Kirchner y retornó la melancolía: “Estoy tan cansado / de andar por andar”. Resistió Cristina, arreglando entuertos como un Quijote femenino. Y avanzando en este camino. Por eso ahora nuestro pueblo la reeligió. “Madre, corona mi triunfo con flores”, pide Casandra en Las troyanas, de Eurípides. Como Cristina, ella nunca se rinde a la bravura del oleaje. Tampoco Néstor Kirchner. Ese que con la virgen banda presidencial se tiró encima de la gente y expresó: “Yo soy uno de ellos, de los que están en la Plaza”, memorando la asunción de Cámpora. “La vida es lo que te pasa mientras hacés otros planes”, señala una canción de John Lennon. Ahora es nuestro territorio de encuentros. Se inicia la segunda parte, la esencial, como en el truco: ampliar la inclusión con alianza de clases. “El camino del destino es el del viento”, dice Eurípides. Después de Perón (“Únanse, sean más hermanos que nunca”, dijo el 17/10/45) sopla un viento de hacer historia. Con justicia social. Dejémonos llevar por él.
Dale, Fabián: “Contame una historia, vos / que sos mi hermano / volcame en la curda, que me haga sentir / que aunque el mundo siga / yirando a los tumbos / aún vale la pena / jugarse y vivir”. Soldemos visiones para crear conciencia del otro y enfrentar a la resistencia de las corporaciones. La sociedad admite que acá no impera la frustración de los “indignados”. Escribió Thomas Wolfe en la Depresión: “Amar la vida aleja a la muerte”. Los jóvenes la aman. Es la edad en la que uno sólo conoce un dedo de la vida. Sin el peso del ayer, se enlaza a su identidad: nace el amor al país, al tango, quizás al rock. Entiende su lugar en el mundo y se anima a la sabiduría de ser ciudadano. Acecha la carne que incendia apasionada su corazón y la primavera le pinta sonrisas de oro. Siente olores, sabores, deseos. Si no existe el amor, no puede inventarlo; igual que la conciencia. Poeta de la utopía, busca conquistar el mundo con los ojos puestos en las estrellas. Amante de los abrazos en la espesura de la noche y del rumor de los amigos en la asamblea por la vida, ríe y brinda su alma: todo un paraíso. Otros volvemos del pasado, tenemos canas, pero la memoria es un cielo del que nadie puede excluirnos. La victoria exige luchar. Vamos por más. Cesare Pavese dijo: “Volver vale la pena, aunque se haya cambiado.” Jugarse y vivir.
¡Me hiciste emocionar!... Gracias.-
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