Macri está en campaña. No es el único, ni es una novedad. Lo novedoso es el método. En la campaña anterior, Mauricio intentaba usar la racionalidad como método de atracción. El se presentaba como un ingeniero acostumbrado a manejar empresas, proponía gerenciar la ciudad y la eficiencia era su caballito de batalla.
Hoy el hombre ya no puede usar estos argumentos. La ciudad es un desastre, todos la sufrimos, y si hubiese sido realmente un gerente, ya lo tendríamos que haber echado por inútil.
Ergo, para esta campaña se torna suicida usar la racionalidad... ¿Qué hace? ¿Qué le aconseja su gurú Durán Barba? Sencillo, usar la irracionalidad, recurrir a las partes más oscuras y más reprimidas de los humanos –los porteños incluidos—. Para eso organiza un plan sencillo. Con la ayuda de algunos punteros, propios y ajenos, y barras bravas, siempre dispuestos a hacer alguna changa, incita a grupos de marginales de bolivianos, paraguayos a tomar tierras públicas bajo la promesa de lograr así obtener una escritura en forma.
Luego aparece la policía –la Metropolitana y la Federal– tratando de poner orden y bala y al mismo tiempo vecinos asustados aceptan que los mismos punteros y barras que los llevaron, ahora colaboren para poner orden y bala, todo bajo el lema temeroso de que los extranjeros nos quieren robar lo nuestro.
Todos sabemos que entre los porteños, para encontrar actitudes racistas y xenófobas, no hace falta rascar mucho... están a flor de piel. Siempre lo estuvieron, desde la época de los cabecitas negras y de la fantasía del asadito en el parquet.
Esto lo sabe Mauricio y sus asesores en comunicación, quienes también saben que los mamíferos suelen ser territoriales y refractarios a todo los que sea de afuera de la manada o de la tribu.
Por eso Cristina afirma que todo esto huele a preparado. Estoy convencido de que a Macri (h) no le importan los muertos, sino el rédito político que de ellos se pueda sacar. Pone la culpa afuera, en los distintos, en los otros, y apela a las más profundas entretelas de nuestro ser, allí donde suele estar la mierda ancestral, que desde hace siglos la cultura está pretendiendo minimizar.
El sabe que nadie se va a expresar públicamente contra los bolivianos o los paraguayos, incluso sabe que él va a ser el centro de las críticas; pero también sabe que estamos en campaña, que los bolivianos y los paraguayos no votan y que los que sí votan lo hacen a través de un acto personal y secreto por el que después no debe dar cuentas a nadie. Y sabe que al que vota se le puede llegar a asustar haciéndole creer que los extranjeros pobres podrán terminar invadiendo el Parque Rivadavia para llenarlo de ranchos y baños al aire libre. Y entonces aparece él, Mauricio, el incorrecto, el incorregible, el que dice lo que nadie dice, para impedirlo y salvar a la ciudad sitiada. Digamos que el hombre se transforma así en una especie de Mr. Músculo de los deseos oscuros y subterráneos de los porteños. Ejemplo de este comportamiento dual entre lo público y lo privado es que nadie lo votó a Menem cuando Menem ganó las elecciones del ’95.
Esta es hoy la apuesta de aquellos para quienes el fin justifica los medios. Todos los medios, incluso los muertos que andan tirando por ahí para que otros se hagan cargo.
* Guionista y humorista.
Publicado en Página12
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