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La evolución del gasto público,
la emisión monetaria y la tasa de inflación durante 2014 es una interesante
referencia para poner en cuestionamiento una de las confusiones más extendidas
en el espacio público: la cantidad de dinero es el principal determinante del
recorrido de los precios. Es el primer mandamiento del credo monetarista, que
ha tenido un éxito relevante en imponer ese postulado en el comentario
cotidiano. Como en cualquier adoración religiosa, la evidencia empírica, además
del fundamento teórico que la refuta, es desplazada del análisis como una
herejía para que la realidad no arruine el santísimo precepto. Ese dogma
monetarista tiene como meta fundamental brindar un respaldo técnico, con el
engañoso criterio de neutralidad científica, para imponer políticas de ajuste.
Si el gasto y la emisión son culpables de la inflación, siendo el Estado el
responsable de esa expansión al intervenir de ese modo en la distribución del
ingreso, la solución virtuosa se encuentra en el ajuste regresivo de esas
variables. Reducir el gasto y la emisión es la propuesta convencional que, como
enseñan experiencias propias y ajenas, deteriora los motores del crecimiento y
el empleo derivando en una situación recesiva con impacto negativo en el campo
sociolaboral.
Los datos duros 2014 indican que la base monetaria se ha expandido a
un ritmo anual levemente inferior al 20 por ciento, mientras que el agregado
monetario denominado M2 (circulación más depósitos en cuenta corriente y caja
de ahorro) creció el 24 por ciento anual en el período enero-octubre. Los
especialistas que circulan por los medios vinculan agregados monetarios a la
inflación. Durante todo el año, las usinas de los hombres dedicados a la
comercialización de información económica han estado publicitando que la
inflación anualizada era del 40 por ciento. En realidad, ni sus indicadores de
dudosa confiabilidad alcanzaron ese porcentaje, al ubicarse entre el 30 y el 35
por ciento. O sea, que sus propios datos cuestionan la causalidad que ellos
mismos postulan entre emisión y precios. Lo que sucede es que la especulación
política orientada a la generación de expectativas negativas, además de alentar
malestar social y mayor resistencia sindical en la disputa salarial, es el
factor determinante de la instalación del porcentaje del 40 por ciento como
tasa de inflación anual.
El economista Alejandro Fiorito señala que “existe una confusión
básica entre correlación y relación causal del nivel de precios y la cantidad
de dinero”. Para indicar que “la causalidad esgrimida para la inflación es la
inversa: mayores precios impulsados por mayores costos, implican mayores
cantidades de dinero”. Esos mayores costos pueden ser por una devaluación,
aumento de precios internacionales de los principales productos de exportación
y por puja distributiva entre el salario y la tasa de ganancia. En el artículo
“El extraño y atávico caso del monetarismo en la Argentina”, Fiorito menciona
que la explicación convencional falla al no considerar que las economías no
están en pleno uso de su capacidad productiva ni de recursos, que la oferta es
flexible a los aumentos de la demanda, que existen canales de esterilización de
la emisión por parte de las bancas centrales regulando las tasas de interés a
través de la colocación de letras; y que, en el caso específico de la economía
argentina, la utilización de la capacidad productiva está hoy en niveles
mínimos de los últimos años. O sea, que no es la demanda que impulsa los
precios al alza. Fiorito indica que no es sólo una cuestión de verificar la
correlación entre emisión y precios, sino también de que en la teoría económica
moderna ha dejado de ser relevante el estudio de esa causalidad.
Respecto de tomar al déficit fiscal como variable inflacionaria,
puesto que la ortodoxia postula una causalidad inflacionaria dada por la
sentencia que “la expansión de base monetaria es para financiar el de-
sequilibrio fiscal”, Fiorito indica que “se observa una correlación
mínima entre la variación del resultado fiscal del Sistema Público Nacional y
la del IPC para 1994-2013 en series mensuales”. Un reciente informe del
Ministerio de Economía precisa que el resultado fiscal de este año será
deficitario en unos 100.000 millones de pesos, equivalente al 2,4 por ciento en
términos del PIB. Mientras, el resultado financiero lo estima en un déficit de
3,4 por ciento del PIB. Pero esos saldos incluyen casi 40.000 millones de pesos
por la compensación a Repsol, equivalente al uno por ciento del PIB. Al excluir
ese evento extraordinario, el resultado primario se ubicaría apenas negativo en
1,4 por ciento del PIB, y el financiero en -2,4 por ciento, porcentajes muy por
debajo del promedio mundial (-3,2 por ciento). El desequilibrio fiscal primario
previsto en un conjunto de países seleccionados para este año es el siguiente:
Estados Unidos, -5,7 por ciento del PIB; India, -7,2; Japón, -7,1; España,
-5,5; Reino Unido, -5,3; Sudáfrica, -4,9; Francia, -4,4; Irlanda,
-4,2; México, -4,2; Portugal, -4,0; y Brasil, -3,9 por ciento del PIB. “Es un
mundo donde el déficit fiscal ha pasado a ser la norma, más que la excepción”,
señala el reporte oficial.
El déficit de las cuentas públicas en Argentina se explica
fundamentalmente por no cargar sobre las tarifas de los hogares, de los
comercios y de la industria el costo de importación de combustibles. Este año
el Gobierno destinará unos 130.000 millones de pesos a subsidios,
principalmente a la energía y al transporte. Es decir que con
autoabastecimiento energético las cuentas públicas serían levemente
superavitarias. El informe oficial destaca que “ese déficit tampoco implica una
mayor emisión monetaria, dado que el gasto público que realiza el Estado para
importar combustibles tiene efecto monetario neutro, puesto que se utilizan
pesos para adquirir dólares con los cuales se abonan las importaciones, de
manera que los subsidios no implican incrementar la emisión de pesos”.
En relación al gasto, déficit y emisión, Fiorito, profesor de la
Universidad Nacional del Luján, publicó en El Economista “Mitos convencionales
de la inflación” donde señala que normalmente la referencia a la “emisión monetaria”
intenta referirse a un “exceso de gasto” que con o sin déficit fiscal
presionaría sobre una oferta siempre rígida, lo que elevaría el nivel de
precios. Explica que la economía no está en pleno empleo de la capacidad, por
lo que aumentos en la demanda elevan su utilización y no el nivel de precios,
lo que refuta el vínculo vulgarizado que dice que con mayor demanda más
inflación. Destaca que se sabe desde hace décadas que las bancas centrales no
controlan la cantidad de dinero circulante, al que se lo considera endógeno al
nivel de actividad. “Sin embargo, en nuestro país debido a cierto atavismo
monetarista, junto al supuesto de pleno empleo, se vinculan causalmente el
crecimiento de los agregados monetarios a la suba de precios”, menciona.
En un escenario de disputa política que tiene a la inflación como uno
de los temas relevantes, lo cierto es que, aún en un nivel elevado, la
variación de precios ha transitado un sendero de desaceleración luego del shock
inflacionario provocado por la devaluación brusca de enero pasado. La tasa de
inflación bajó y se ha estabilizado en los últimos meses en un nivel del 20 al
24 por ciento anualizada. Uno de los de-safíos económicos 2015 para el equipo
de Axel Kicillof será conseguir recuperar un sendero positivo en el nivel de
actividad con una variación de precios en un escalón inferior. Si logra ambos
objetivos eludiendo el dogma monetarista sería un valioso aporte para que una
legión de fieles empiece a perder la fe en el mandato religioso que asocia
emisión con inflación.
*Publicado
en Página12
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