La mayoría de los economistas reitera que el movimiento de los precios reúne varias causas explicativas, que a veces coinciden en determinado período. El actual proceso en el país tiene la particularidad de que sus motores tradicionales vinculados con el frente fiscal, monetario y cambiario no están siendo relevantes. Las expectativas inflacionarias generadas por la pérdida de credibilidad de los índices oficiales y alentadas por la pelea político-mediática adquirieron mayor influencia en los últimos tres años.
También ocupa un lugar importante para comprender la creciente tensión en los precios la política de preservación de tasas de ganancias muy elevadas de empresas con posición dominante en mercados sensibles. Esto deriva en una puja distributiva intensa, que hoy encuentra al movimiento sindical con fuerzas regeneradas y un Gobierno que no entorpece esa recuperación, lo que provoca escozor en el establishment. Otro elemento significativo es la actitud inversora conservadora frente a una demanda muy dinámica que provoca cuellos de botella por deficiencias en la oferta, que se traduce en alza de precios o desabastecimiento. La capacidad instalada en la industria se encuentra en valores elevados: el promedio de utilización en los doce sectores relevados por el Indec finalizó diciembre en 82,9 por ciento, valor record de la serie para ese mes. También alcanzó un nivel máximo histórico la media del año pasado, que marcó un 77,7 por ciento. Existen también rasgos estructurales de la economía y culturales, décadas pasadas de inflación alta, que explican agitación en los precios. Pero en la actual tensión, que tiene su epicentro en el rubro alimentos y bebidas, representantes del oficialismo como de la oposición no incorporaron en sus respectivos análisis la situación internacional con los precios de los alimentos. Es sorprendente la ausencia de ese factor explicativo porque la mayor crisis política de este Gobierno, precipitada en marzo de 2008, fue motivada por una medida (retenciones móviles) cuyo objetivo era amortiguar el impacto doméstico de lo que era un alza record de los alimentos en los mercados externos. Hoy, ese panorama internacional es aún más complejo que el existente en esos meses turbulentos.
Los principales índices de precios de alimentos calculados por organizaciones internacionales subieron casi 30 por ciento entre junio y diciembre de 2010, cerrando el año en niveles similares a los alcanzados durante el clímax del alza de precios del primer semestre de 2008. Esa tendencia continuó durante los dos primeros meses del nuevo año, al incrementarse 3,4 y 2,2 por ciento, respectivamente, el índice de precios de alimentos elaborado por la FAO, Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura. Ese indicador de la FAO marcó 236 puntos, el mayor registro desde que esa institución empezó a medir los precios de los alimentos en 1990. El alza de los precios de los alimentos en 2008 derivó en lo que se denominó “revueltas del hambre”, como las que estallaron en varios países africanos, en Haití y en Filipinas, después de que las cotizaciones de los cereales llegaran a valores históricos. Algunos analistas consideran que una de las causas de la presente convulsión en el mundo árabe se encuentra en la fuerte suba de los alimentos en países con un porcentaje altísimo de la población en la pobreza.
La relevancia de ese comportamiento del mercado de alimentos y sus consiguientes perturbaciones económicas y políticas motivaron un inédito trabajo conjunto de la Cepal, FAO y del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA). Publicaron un primer número de un boletín interinstitucional titulado Volatilidad de precios en los mercados agrícolas (2000-2010): implicaciones para América latina y opciones de políticas. En ese estudio se menciona que este nuevo episodio de alza de precios ha puesto sobre la mesa de discusión el tema de la volatilidad y sus determinantes, con mucho más fuerza que durante el ciclo de aumento 2007-2008. Este ciclo responde a factores coyunturales como también a un proceso de convergencia a un nivel de precios mayor debido a aspectos estructurales. Se explica que esos movimientos tienen varias cuestiones que lo motorizan, destacándose la especulación en los mercados de materias primas, la incertidumbre respecto del ritmo de recuperación de la economía mundial y la pérdida de valor del dólar.
En los últimos años se ha registrado una tendencia al aumento en el precio de las materias primas agrícolas porque han cambiado algunos de los determinantes de la demanda de alimentos. Entre las transformaciones más significativas está el incremento en el poder de compra de segmentos muy importantes de la población en países como China e India. En el documento Cepal-FAO-IICA se destaca que en términos reales desde el 2006 los precios promedio semestrales de las principales materias primas agrícolas han superado la media del período 2000-2005. “El aumento de la preocupación internacional está vinculado con los incrementos en los precios del trigo y del maíz, los principales cereales de consumo humano (junto con el arroz) y fundamentales en la dieta de la población más pobre, especialmente en los países menos desarrollados”, se apunta. En términos reales, el trigo se incrementó 94,4 por ciento y el maíz, 63,9, durante el segundo semestre de 2010.
Como es previsible, el alza sostenida de esos productos claves de la canasta familiar han provocado crisis alimentarias en los países más pobres o vulnerables a la volatilidad de esos precios, como la registrada hace poco más de dos años. Esa última perturbación ha tenido elementos similares a la registrada en los años setenta: la depreciación del dólar, el aumento del precio del petróleo, presiones inflacionarias generalizadas y alteraciones climáticas que afectaron la producción mundial de cereales. El factor inquietante en el actual ciclo de alza es que han aparecido nuevos elementos desestabilizadores, que están agudizando esa tendencia: la “financierización” de los mercados de bienes básicos y la producción de biocombustibles. Estos dos elementos aportan una mayor complejidad al actual escenario.
La financierización de commodities se origina en la búsqueda de mayores rentas especulativas, en la desregulación del flujo de capitales financieros y en el extraordinario aumento de fondos disponibles por las políticas de estímulo y de rescate del sistema bancario por parte de Estados Unidos y Europa. Ese panorama se complementa con las perspectivas de una demanda creciente de materias primas de economías de crecimiento acelerado, como China. Todo esto incentiva aún más a grandes inversores a intervenir en apuestas especulativas con commodities. Una de las medidas de esa creciente “financierización” es el volumen de contratos de futuros negociados en productos agrícolas, el que aumentó fuertemente en los últimos años, especialmente para los granos. Según cálculos de FAO a partir de datos del CME Group, los contratos de futuros en los mercados agrícolas crecieron en forma exponencial desde el año 2000, con una aceleración importante a partir del 2005, al aumentar de 100 mil a 350 mil contratos por la desregulación de los mercados financieros en varias partes del mundo.
Incorporar la evolución de los precios internacionales de los commodities, en especial los agropecuarios, en el análisis sobre el comportamiento de los precios domésticos de los alimentos resulta fundamental para comprender la actual tensión. También constituye un desafío para la política oficial como para los agentes privados del sector el diseño de potentes estrategias de intervención pública que permitan disminuir el impacto local de esas volatilidades, como hacen sin considerar purismos liberales los Estados Unidos, con la Farm Bill, y Europa, con la Política Agraria Común.
*Publicado en Página12
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