Durante
años, el Banco Mundial, a través de una irrepresable política de
créditos para la construcción de autopistas, centrales energéticas
térmicas y emplazamientos agroindustriales, ha empujado a sus clientes
a emitir a la atmósfera más y más gases de efecto invernadero.
Jugadores económicos globales, como Cargill, Walmart y otros tiene una
responsabilidad al menos tan grande en la progresiva erosión del clima.
30% más de gases de efecto invernadero
Otro camino errado,
a la hora de contener el cambio climático, es la exigencia de
biocombustibles producidos a partir del maíz, la soja, la palma de
aceite y la jatrofa. No deberíamos olvidar que los combustibles
derivados de la biomasa siguen siendo los más importantes para los
pobres y los más que pobres. Piénsese en la biomasa no comestible
utilizada para cocinar, como el estiércol de vaca, o los restos de
hortalizas o de madera procedentes de las selvas pluviosas o de otros
bosques. Los biocombustibles industriales no son, desde luego,
combustibles de pobres, pero, sin embargo, convierten sus medios de
alimentación en calor, electricidad y energía para el transporte. La
producción de etanol y biodiesel da hoy lugar a sectores en rápido
crecimiento, que se aprovechan de la febril búsqueda de alternativas a
los combustibles fósiles y del creciente miedo ante la clausura de las
fuentes petrolíferas.
El presidente de
EEUU ha prometido el pasado diciembre un gran salto en la producción de
biocombustibles de aquí a 2020. Eso empuja a tal punto al alza la
demanda y los precios del grano, que los pobres van a quedar
literalmente fuera de los mercados de alimentos. Con independencia de
eso, se sigue promoviendo a los biocombustibles tanto como fuentes
energéticas renovables, cuanto como medios capaces de disminuir las
emisiones de gases de efecto invernadero, a pesar de que el uso de
cosechas enteras de soja, maíz o palma aceitera para producir
combustibles líquidos no hacen sino agudizar el caos climático y la
emisión de dióxido de carbono.
¿Por qué? Sólo
la roturación de bosque y selva con objeto ganar tierras para la
plantación de soja y palma aceitera trae consigo, sin la menor duda, un
incremento de emisiones. La organización de la ONU especializada en
agricultura, la FAO, estima que entre el 25 y el 30 por ciento de los
gases de efecto invernadero que van a para cada año a la atmósfera
procede de la creciente aniquilación de zonas selváticas. La producción
de biocombustibles podría, pues, de aquí al año 2022 –eso se teme—,
tener como cargo de conciencia el 98% de las selvas pluviosas
indonesias.
Maíz por etanol
Las cuentas también
valen para los EEUU, si en lo venidero, y conforme a las previsiones
del gobierno, se dedica el 20% de la cosecha de maíz a la producción de
etanol. Con la cantidad de combustible así producido, sólo puede
substituirse el uno por ciento del consumo anual de petróleo. Si se
usara toda la cosecha de maíz para la producción de etanol, podría
substituirse un escaso 5% del actual consumo de petróleo. ¿Quién puede
sostener seriamente que aquí se perfila una alternativa para
enfrentarse a la tan temida clausura de las fuentes del petróleo?
¿Puede esto realmente ser un medio para frenar el cambio climático?
¿Una vía para explorar fuentes energéticas alternativas?
Quien se decida por
esas soluciones, no hará sino agudizar la crisis climática en un
sentido catastrófico. No hará, sobre todo, sino agravar las condiciones
de injusticia, de hambre y de pobreza que imperan en el mundo.
*Directora de la Fundación de Investigación por la Ciencia, la
Tecnología y la Ecología en Nueva Delhi. En 1993 obtuvo el Premio Nóbel
alternativo.
Publicado en "Rebelión"
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