Por Gustavo Daniel Barrios*
Vienen
los días de un atajo al otro lado de las cosas del orden seglar, y entonces
reflexionan algunos, y anhelan una enseñanza sobre cómo vehiculizarse afuera del
siglo, espacio donde todo, de todas las
cosas, son de la política. Y para eso yo acostumbro a ir en busca de
especímenes positivamente inadaptados, quienes nunca saldrán de la cocina de
los ancestros.
De
algún modo hablo aquí de lo insustancial, y lo fuera del tiempo.
Podemos
fijarnos que bastante más allá de las
bibliotecas centrales, existe en las bibliotecas populares de barrios mucho más
aproximados al senil fluir de todos los ángelus, en primavera especialmente,
donde la vida se dirige a un escondite a veces vermicular en casas oscuras, lo
que sería semejante a la gloria del espeleólogo.
Antros de alma humildísima, donde se halla tal prodigio. Instantes los de su
visita, que le dan a los seres, la buena nueva de una asunción ya ocurrida en
potencia. Bibliotecas populares de un macrocentro tardío, muchas; antesalas de
los espacios fuera del tiempo, de incursión benéfica, virtud única posible.
Lo
insustancial sigue vivo aquí. Treguas de una vida pastoril dentro de la urbe,
que nunca precisa saber sobre lo grave y densísimo que ocurre en el centro Cern en Suiza, o el Caltech de la costa oeste en Usa. Son a resguardo de ese vértigo
esos escondrijos cuyas endechas el hombre renacido, macho y hembra, conocen por
haber cruzado el puente de Estambul,
hacia ambos lados y embriagadose del arrobamiento y las lágrimas de lo que es
llamado grande.
El
hombre político se interroga en los momentos de mutualidad e integración, si
esto de salirse del siglo es posible, por su puesto que en incursiones o
excursiones fugaces, de iteración a plazos largos, muchas veces se habla de
esto y generalmente se llega a la conclusión de que es muy difícil de
conseguir. Pero también se concluye de la necesariedad de lograrlo, para lo
cual siempre se está agregando clavos pimienta laurel vino oliva y honguitos al
mismo guisado maravilloso de los sueños del pobre, el tonto y el iluso, pero es
que de esta materia también está hecho el hombre político cuando es honesto y
admirado. Seguimos buscando el oasis
ubérrimo de los luchadores. Esto pasa de vez en cuando. Y en ese extravío
saludable el que te da inspiración muchas veces es el mate. El goce viejísimo del mate
argentino o guaraní o uruguayo o brasileño. Este es un rito que halla su
significación medular en la resignación del criollo; pongamos por caso un
mesopotámico aquí, quien nunca dejó de saber que en la internalización de su
tragedia existencial de inmigrante pobre, cuando él está en el rellano de la
mateada, logra desde antiguo trasmutar en sueños, e intensificados sueños, su
marca de origen. Quizá sea un eco prodigioso si el hombre mesopotámico llega
hasta los rincones de todo el continente con su secreto, a través del eco, que
entre otras cosas comunica cómo salir del orden seglar para purificarnos,
sabiendo que la acción es abundante al volver, y contará con los motorizadores
que somos, otra vez. Está en el adn incluso.
Existe
otro atajo además, para salirse y volver, y es la institución de las fiestas
caseras, o cenas en culto a la amistad. Y no sólo suceden en los tiempos de adviento. En otras áreas cuando llega el
thanksgiving day se marca el inicio
de una temporada de celebraciones, adviento
también, que culminará en la fiesta de reyes.
Es una porción del año donde se rompen las rutinas, y sucede desde antes en el
año si se quiere, cuando llega el antiguo Samahain,
que hoy derivó en esa conocida y desagradable fiesta que tienen ellos en el norte.
En Argentina el ciclo antecesor y posterior al solsticio de verano, que claro,
se combina aquí en el sur con el adviento
y el año nuevo occidental, genera efervescencias únicas. Pero más allá de
este período, la institución de las fiestas caseras consigue una simplificación
en nosotros, que no es, fuera de Diciembre, demasiado común en todas partes,
salvo quizás en el Caribe y Brasil.
Las
identifico en la antigüedad, mucho incluso, en el oriente próximo, y todos pueden reconocer qué grado de adhesión tenían esas fiestas como la que
tuvo lugar en casa del muy extraño fariseo
Simón, cuando mujeres y hombres medraban en torno al taumaturgo de Galilea,
donde esta fiesta se celebró. Tan y más común eran además en Judea.
Es
tan grande la apetencia de pasar por los atajos de los lindes de la vida
ordinaria, que el hombre suele incluso intentar ingresar a ese paraje de
silencio, inventando cosas, como por ejemplo sacar los pedernales de los encendedores. Sí, lo bueno está en desarmar
muchísimos encendedores, todavía con un poco de vida, y retirar todas sus
piedritas de pedernal, que es la
piedra que en los albores de una Edad el hombre encontró para producir chispas
y con ellas fogatas. Se pueden hacer bolas grandes como guijarros, pegando los pedacitos de pedernal, y ya se puede dar inicio a la emocionante experiencia. El
viajero que quiere escapar del siglo, para
luego volver intensificado en aptitud e incluso placer por las cosas difíciles,
puede buscar un lugar apartado en la aldea en que le toque estar, y hacerlo en
compañía del ser más ductil que pueda encontrar para el juego, y hacer llama
con los pedernales que haya
conseguido, en proximidad al pasto reseco, y mantenerla. El sujeto
experimentante decodifica allí, en cierto modo, una pequeña parte de la
naturaleza, contempla el poder, y se ase de él.
Las
gentes que buscan el no tiempo, al
abandonar el siglo, son las mejores
personas, porque vuelven modificados de allí y saben de lo importante que es
perfeccionarse, para dedicarse a la causa, que en este contexto comunitario, se
llama proyecto, justicia, país.
Miembro del CEP
No hay comentarios:
Publicar un comentario