Por Roberto Marra
A las desgracias, suceden los lamentos. A los padecimientos, sobrevienen las quejas. A las derrotas, les siguen las destemplanzas. Son actitudes propias de los humanos. Pero cuando atraviesan la política, se convierten en evidencias de los descalabros que dieron origen a semejantes hechos. Nada sucede por casualidad, sino por causas que, a pesar de ser evidenciadas antes de los sucesos lamentados, no se tuvieron en cuenta por los ahora padecientes derrotados.
El trabajo permanente del enemigo del Pueblo sobre las consciencias repletas de falsías, sembradas por la mediática enloquecedora de los espíritus, mella el alma de los condenados a la pobreza y la miseria más apabullante. Son sus propias manos las que colocan en las urnas las papeletas desde donde les sonríen los falsos profetas de las soluciones mágicas para sus desgracias. Son sus próximos verdugos quienes los atraen con pócimas de odios incomprensibles, que beben con ansiedad propia del hambre de justicia que les prometieron tantas veces como se las quitaron.
Claro que no son únicamente los enemigos del Pueblo los que actúan para su embrutecimiento. También es fuente de derrotas y caídas en desgracias las acciones y, sobre todo, las inacciones de los líderes populares, cuando no retribuyen con lealtad los deseos y urgencias de sus conducidos. Miedos al Poder Real, cobardías íntimas antes las inconmensurables tareas que deben enfrentar, acomodamientos a las circunstancias de disputas internas antes que a las necesidades populares más acuciantes, forman parte de la lista de razones de los retrocesos que derivan en alejamientos de las mayorías, para culminar en las dos vertientes que posibilitan las derrotas políticas electorales: el cansancio por los incumplimientos de las promesas y la apatía por imperio del abandono de la lucha por la que no obtuvo lo que tanto reclamaba.
Saben trabajar los enemigos de los pueblos de Nuestra América. Saben conducirnos hacia la luz enceguecedora de las almas, exacerbando el descontento, señalando a los que tienen que eliminar de los liderazgos que le puedan disputar las supremacías. Inventarán mil modos, todos lo suficientemente estúpidos como para parecer poco elaborados, pero letales para la incomprensión de la realidad por parte de los ciudadanos. Y parecen no haber aprendido nada los líderes populares, a pesar de tantas batallas, de tanta sangre que ha corrido por las mismas causas que ahora abonan el descontento que termina por eliminarlos de la consideración popular.
No se equivocó Bolívar al decir que "Los Estados Unidos parecen estar destinados por la Providencia a plagar la América de miserias, en nombre de la libertad". Y no erró Artigas al sentenciar que "Nada podemos esperar sino de nosotros mismos". Ambas frases debieran servir de columnas vertebrales para construir nuestros futuros. Esas sencillas pero contundentes reflexiones, bastaría como argamasa de los pueblos sometidos al arbitrio de los poderosos, para lanzarlos a la rebelión contra sus destinos inventados para su explotación eterna.
De tenerlas como sus respaldos formativos, de verdad, estas palabras señeras les servirían a quienes pretendan erigirse en conductores de las sociedades sojuzgadas para encaminar los destinos populares hacia la victoria de las victorias, hacia el fin de todas las derrotas, la conquista de la verdadera independencia, el triunfo de la soberanía sobre los vendepatrias y la gloria de la Justicia Social, la auténtica base de la felicidad popular.
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