Cuando
están en el poder, las izquierdas no tienen tiempo para reflexionar
sobre las transformaciones que se producen en las sociedades y cuando lo
hacen es siempre como reacción a un suceso que perturba el ejercicio
del poder. La respuesta es siempre defensiva.
Cuando no están en el
poder, las izquierdas se dividen internamente para definir quién será el
líder en las próximas elecciones, y las reflexiones y las evaluaciones
quedan ligadas a ese objetivo. Esta falta de disposición para la
reflexión siempre fue perniciosa, ahora es suicida. Por dos razones. La
derecha tiene a su disposición a todos los intelectuales orgánicos del
capital financiero, las asociaciones empresarias, los organismos
multilaterales, los think tanks, los lobbistas, quienes diariamente le
proporcionan datos e interpretaciones, que no siempre son faltos de
rigor y que siempre interpretan la realidad para llevar agua a su
molino. En cambio, la izquierda está desprovista de instrumentos de
reflexión abiertos a los no militantes y, hacia dentro, la reflexión
sigue la línea estéril de las facciones. En el mundo actual circula una
inmensidad de informaciones y análisis que podría tener una importancia
decisiva para repensar y refundar las izquierdas, después del doble
colapso de la socialdemocracia y del socialismo real. El desequilibrio
entre las izquierdas y la derecha, en lo que respecta al conocimiento
estratégico del mundo, es hoy mayor que nunca.
La segunda razón es que las nuevas movilizaciones y militancias
políticas por causas que históricamente pertenecieron a las izquierdas
se están realizando sin ninguna referencia a ellas (salvo, tal vez, a la
tradición anarquista) y, muchas veces, en oposición a ellas. Esto no
puede dejar de suscitar una profunda reflexión. ¿Se está haciendo esta
reflexión? Tengo razones para creer que no y la prueba está en las
tentativas de cooptar, aleccionar, minimizar e ignorar a la nueva
militancia. Propongo algunas líneas de reflexión. La primera se refiere a
la polarización social que está emergiendo de las enormes desigualdades
sociales. Vivimos un tiempo que tiene algunas semejanzas con el de las
revoluciones democráticas que avasallaron Europa en 1848. La
polarización social era enorme, porque el proletariado (en ese entonces
una clase joven) dependía del trabajo para sobrevivir, pero (a
diferencia de la época de sus padres y abuelos) el trabajo no dependía
del obrero, sino de quien lo daba o quitaba a su antojo: el patrón; si
tenía empleo, los salarios eran tan bajos y la jornada tan larga que la
salud peligraba y la familia vivía siempre al borde del hambre; si era
despedido, no tenía ningún sustento, excepto alguna economía solidaria o
el recurso del delito. No sorprende que, en aquellas revoluciones, las
dos banderas de lucha hayan sido el derecho al trabajo y el derecho a
una jornada de trabajo más corta. Un siglo y medio después, la situación
no es exactamente la misma, pero esas banderas siguen siendo actuales. Y
tal vez lo sean más hoy que hace treinta años. Las revoluciones fueron
sangrientas y fracasaron, pero los propios gobiernos conservadores que
siguieron tuvieron que hacer concesiones para que la cuestión social no
llevase a una catástrofe. ¿A qué distancia estamos nosotros de una
catástrofe? Por ahora, la movilización contra la escandalosa desigualdad
social (similar a la de 1848) es pacífica y tiene una fuerte
inclinación a la denuncia moralista. No atemoriza al sistema
financiero-democrático. ¿Quién puede garantizar que esto seguirá así? La
derecha está preparada para dar una respuesta represiva a cualquier
alteración que se torne amenazadora. ¿Cuáles son los planes de las
izquierdas? ¿Van a volver a dividirse como en el pasado, unas tomando la
posición de la represión y otras, la de la lucha contra la represión?
La segunda línea de reflexión tiene también mucho que ver con las
revoluciones de 1848 y consiste en cómo volver a conectar la democracia
con las aspiraciones y las decisiones de los ciudadanos. Entre las
consignas de 1848 se destacaban el liberalismo y la democracia. El
liberalismo significaba el gobierno republicano, la separación entre
Estado y religión, la libertad de prensa, el sufragio “universal” para
los hombres. En esta área se ha avanzado mucho en los últimos 150 años.
Sin embargo, esas conquistas vienen siendo cuestionadas desde hace 30
años y, en los últimos tiempos, la democracia se parece más a una casa
cerrada, ocupada por un grupo de extraterrestres que decide
democráticamente por sus intereses y dictatorialmente por los intereses
de las grandes mayorías. Un régimen mixto, una “democradura”. El
movimiento de los indignados y los okupas rechaza la expropiación de la
democracia y opta por tomar decisiones por consenso en sus asambleas.
¿Están locos o son un signo de las exigencias que se vienen? Las
izquierdas, ¿ya habrán pensado que, si no se sienten cómodas con formas
de democracia de alta intensidad (en el interior de los partidos y en la
república), ésa será la señal de que deben retirarse o refundarse?
* Doctor en Sociología del Derecho. Este texto corresponde a la “Tercera carta a las izquierdas”.
Publicado en Página12
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