¿Está reñido el capitalismo con la democracia? ¿Se debilitan el uno a la otra?
A los oídos estadounidenses, estas preguntas suenan a estrambóticas. El capitalismo y la democracia están unidos como hermanos siameses, ¿no? Ese era nuestro mantra durante la Guerra Fría, cuando quedaba sobradamente claro que comunismo y democracia eran incompatibles. Después del final de la Guerra Fría, las cosas se volvieron más turbias. Recuérdese que prácticamente todos los altos ejecutivos y todos los presidentes de Estados Unidos (sobre todo los dos Bush y Clinton) nos decían que llevar el capitalismo democratizaría China. No parece que haya funcionado así.
A los oídos estadounidenses, estas preguntas suenan a estrambóticas. El capitalismo y la democracia están unidos como hermanos siameses, ¿no? Ese era nuestro mantra durante la Guerra Fría, cuando quedaba sobradamente claro que comunismo y democracia eran incompatibles. Después del final de la Guerra Fría, las cosas se volvieron más turbias. Recuérdese que prácticamente todos los altos ejecutivos y todos los presidentes de Estados Unidos (sobre todo los dos Bush y Clinton) nos decían que llevar el capitalismo democratizaría China. No parece que haya funcionado así.
A lo largo del último año, el capitalismo se ha llevado buenamente la democracia por delante. En ningún sitio resulta esto más evidente que en Europa, en donde las instituciones financieras y los grandes inversores han ido a la guerra bajo las banderas de la austeridad y los gobiernos de las naciones con economías no demasiado productivas o sobrecargadas se han dado cuenta de que no podían satisfacer esas demandas y se aferran todavía al poder. Los gobiernos elegidos de Grecia e Italia han sido depuestos; al timón de ambos países se encuentran hoy tecnócratas financieros. Con las tasas de interés de los bonos españoles subiendo bruscamente en las últimas semanas, el gobierno socialista español ha sido desbancado por un partido de centro-derecha que no ha ofrecido ninguna solución a la creciente crisis del país. Ahora el gobierno de Sarkozy se ve amenazado por tipos de interés en aumento sobre sus bonos. Es como si los mercados de toda Europa se hubieran hartado de estas tonterías de la soberanía democrática.
Para que no piensen que exagero, consideremos la entrevista que Alex Stubb, ministro para Europa del gobierno derechista de Finlandia, concedió al Financial Times el pasado fin de semana [19-20 de noviembre]. Los seis países de la eurozona con calificación de triple A, afirma Stubbs, deberían tener más voz en los asuntos económicos europeos que los once miembros restantes. Los derechos políticos de la Europa meridional y oriental quedarían subordinados, esencialmente, a los de Alemania y Escandinavia... o a las agencias de calificación crediticia, que andan amenazando con rebajar la de Francia (reduciendo de este modo el número de países europeos con capacidad decisoria de seis a cinco).
Lo que Stubb está proponiendo, y lo que están haciendo los mercados, consiste esencialmente en extender al dominio de las naciones antaño-igualmente-soberanas el principio de un-dólar-un-voto que nuestro Tribunal Supremo consagró en su decisión respecto a Citizens United el año pasado [1]. La exigencia de que hay que ser propietario para poder votar -abolida en este país a principios del siglo XIX por los demócratas de Jackson- ha resucitado gracias las poderosas instituciones financieras y sus poderosos aliados. Para las naciones de la unión monetaria europea, la "propiedad" que necesitan para asegurarse su derecho al voto consiste en la adecuada calificación crediticia.
Sin embargo, todo esto parece muy extraño. La idea de que se produce un conflicto entre nuestros sistemas económicos y políticos resulta difícil de aceptar, y no sólo en los Estados Unidos. También en Europa se ha asumido que democracia y capitalismo (al menos el capitalismo social europeo) van de la mano. Así es en buena medida debido a que ambos sistemas prosperaron en aparente armonía durante las tres décadas que siguieron a la II Guerra Mundial. Los beneficios aumentaban a medida que subían los salarios y se desarrollaban las prestaciones sociales. Pero, ¿y si esa paz de los 30 años hubiera sido la excepción de un estado más corriente, el del conflicto entre los mercados y el pueblo?
Esa es la argumentación que expone Wolfgang Streeck, director gerente del instituto Max Planck para el Estudio de las Sociedades, en el número de septiembre-octubre de New Left Review [2]. Streeck sostiene que, desde mediados de la década de 1970, los gobiernos han tenido que estirarse para satisfacer las exigencias en conflicto de ambos sistemas. En los 70, los gobiernos acometieron políticas inflacionarias para ayudar a los trabajadores cuyos salarios habían dejado bruscamente de subir. En los años 80, los gobiernos, guiados por Ronald Reagan y Margaret Thatcher se inclinaron del otro lado, aumentando los tipos de interés y el desempleo y ayudando a destruir los sindicatos. En los años 90 se urdió un compromiso fatídico. Al objeto de compensar el estancamiento de los ingresos, se disparó la deuda privada, y los propietarios de viviendas y los consumidores recurrieron al crédito extendido por las instituciones financieras desreguladas. La deuda pública se contrajo (los Estados unidos tenían presupuestos equilibrados a finales de los 90). Tras el derrumbe de 2008, se ha invertido esa dinámica: en todas partes los gobiernos asumieron la deuda que sus ciudadanos ya no podían afrontar por medio de la financiación con déficit, al objeto de contrarrestar la Gran Recesión.
Ahora contraatacan los mercados. Napoleón no pudo conquistar toda Europa, pero aún puede ser que Standard & Poor's, sí. Están surgiendo conflictos entre capitalismo y democracia por todos lados. Y puede que los europeos -y hasta los estadounidenses- tengan pronto que encarar una pregunta que no han considerado desde hace muchísimo tiempo, si es que alguna vez lo han hecho: ¿de qué lado están?
Para que no piensen que exagero, consideremos la entrevista que Alex Stubb, ministro para Europa del gobierno derechista de Finlandia, concedió al Financial Times el pasado fin de semana [19-20 de noviembre]. Los seis países de la eurozona con calificación de triple A, afirma Stubbs, deberían tener más voz en los asuntos económicos europeos que los once miembros restantes. Los derechos políticos de la Europa meridional y oriental quedarían subordinados, esencialmente, a los de Alemania y Escandinavia... o a las agencias de calificación crediticia, que andan amenazando con rebajar la de Francia (reduciendo de este modo el número de países europeos con capacidad decisoria de seis a cinco).
Lo que Stubb está proponiendo, y lo que están haciendo los mercados, consiste esencialmente en extender al dominio de las naciones antaño-igualmente-soberanas el principio de un-dólar-un-voto que nuestro Tribunal Supremo consagró en su decisión respecto a Citizens United el año pasado [1]. La exigencia de que hay que ser propietario para poder votar -abolida en este país a principios del siglo XIX por los demócratas de Jackson- ha resucitado gracias las poderosas instituciones financieras y sus poderosos aliados. Para las naciones de la unión monetaria europea, la "propiedad" que necesitan para asegurarse su derecho al voto consiste en la adecuada calificación crediticia.
Sin embargo, todo esto parece muy extraño. La idea de que se produce un conflicto entre nuestros sistemas económicos y políticos resulta difícil de aceptar, y no sólo en los Estados Unidos. También en Europa se ha asumido que democracia y capitalismo (al menos el capitalismo social europeo) van de la mano. Así es en buena medida debido a que ambos sistemas prosperaron en aparente armonía durante las tres décadas que siguieron a la II Guerra Mundial. Los beneficios aumentaban a medida que subían los salarios y se desarrollaban las prestaciones sociales. Pero, ¿y si esa paz de los 30 años hubiera sido la excepción de un estado más corriente, el del conflicto entre los mercados y el pueblo?
Esa es la argumentación que expone Wolfgang Streeck, director gerente del instituto Max Planck para el Estudio de las Sociedades, en el número de septiembre-octubre de New Left Review [2]. Streeck sostiene que, desde mediados de la década de 1970, los gobiernos han tenido que estirarse para satisfacer las exigencias en conflicto de ambos sistemas. En los 70, los gobiernos acometieron políticas inflacionarias para ayudar a los trabajadores cuyos salarios habían dejado bruscamente de subir. En los años 80, los gobiernos, guiados por Ronald Reagan y Margaret Thatcher se inclinaron del otro lado, aumentando los tipos de interés y el desempleo y ayudando a destruir los sindicatos. En los años 90 se urdió un compromiso fatídico. Al objeto de compensar el estancamiento de los ingresos, se disparó la deuda privada, y los propietarios de viviendas y los consumidores recurrieron al crédito extendido por las instituciones financieras desreguladas. La deuda pública se contrajo (los Estados unidos tenían presupuestos equilibrados a finales de los 90). Tras el derrumbe de 2008, se ha invertido esa dinámica: en todas partes los gobiernos asumieron la deuda que sus ciudadanos ya no podían afrontar por medio de la financiación con déficit, al objeto de contrarrestar la Gran Recesión.
Ahora contraatacan los mercados. Napoleón no pudo conquistar toda Europa, pero aún puede ser que Standard & Poor's, sí. Están surgiendo conflictos entre capitalismo y democracia por todos lados. Y puede que los europeos -y hasta los estadounidenses- tengan pronto que encarar una pregunta que no han considerado desde hace muchísimo tiempo, si es que alguna vez lo han hecho: ¿de qué lado están?
Notas del t.:
[ 1] La decisión del Tribunal Supremo norteamericano vino a autorizar indirectamente el gasto sin tasa de empresas y grupos de presión en sus aportaciones a las campañas políticas.
[2] Wolfgang Streeck, "The Crises of Democratic Capitalism", New Left Review, 71, sept-oct 2011. El artículo puede leerse en www.newleftreview.org .
[ 1] La decisión del Tribunal Supremo norteamericano vino a autorizar indirectamente el gasto sin tasa de empresas y grupos de presión en sus aportaciones a las campañas políticas.
[2] Wolfgang Streeck, "The Crises of Democratic Capitalism", New Left Review, 71, sept-oct 2011. El artículo puede leerse en www.newleftreview.org .
*Harold Meyerson es un columnista semanal de The Washington Post .
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