Desde su exilio madrileño a comienzos de
1972, Juan Domingo Perón difundió un “Mensaje Ambiental a los Pueblos y
Gobiernos del Mundo”, con una serie de enérgicas puntualizaciones
ecológicas que para nada figuraban en las agendas de los principales
políticos de aquella época, salvo dos singulares primeros ministros,
Olof Palme de Suecia e Indira Gandhi de India. Una copia fue dirigida al
flamante Secretario General de Naciones Unidas, el austríaco Kurt
Waldheim.
Perón sabía que en el seno de la ONU se aceleraban los preparativos de la primera eco-cumbre mundial, llamada Conferencia sobre el Ambiente Humano, que se llevó a cabo en junio de ese año en la ciudad de Estocolmo. Decía el veterano líder argentino: “Creemos que ha llegado la hora en que todos los pueblos y gobiernos del mundo cobren conciencia de la marcha suicida que la humanidad ha emprendido a través de la contaminación del medio ambiente y la biosfera, la dilapidación de los recursos naturales, el crecimiento sin freno de la población y la sobre estimación de la tecnología y la necesidad de revertir de inmediato la dirección de esta marcha, a través de una acción mancomunada internacional.”
Perón sabía que en el seno de la ONU se aceleraban los preparativos de la primera eco-cumbre mundial, llamada Conferencia sobre el Ambiente Humano, que se llevó a cabo en junio de ese año en la ciudad de Estocolmo. Decía el veterano líder argentino: “Creemos que ha llegado la hora en que todos los pueblos y gobiernos del mundo cobren conciencia de la marcha suicida que la humanidad ha emprendido a través de la contaminación del medio ambiente y la biosfera, la dilapidación de los recursos naturales, el crecimiento sin freno de la población y la sobre estimación de la tecnología y la necesidad de revertir de inmediato la dirección de esta marcha, a través de una acción mancomunada internacional.”
No se trató de un cónclave global, pues participaron solamente 113 naciones: la Unión Soviética y sus satélites (excepto Rumania) repudiaron la conferencia pues los Estados Unidos habían vetado la participación de Alemania oriental, dado que –dentro de los parámetros de la Guerra Fría– solamente reconocía la existencia jurídica del occidente germano. Palme y Gandhi fueron los dos únicos jefes de Estado que se hicieron presentes en esa magna reunión.
Por encima de tales vaivenes geopolíticos, Perón señalaba que “hace casi treinta años, cuando aún no se había iniciado el proceso de descolonización contemporáneo, anunciamos la Tercera Posición en defensa de la soberanía y autodeterminación de las pequeñas naciones, frente a los bloques en que se dividieron los vencedores de la Segunda Guerra Mundial… Abordo el tema como dirigente político, con la autoridad que me da el haber sido precursor de la posición actual del Tercer Mundo y con el aval que me dan las últimas investigaciones de los científicos en la materia.”
Con neta claridad, Perón sostenía que en el siglo
precedente la humanidad había saqueado continentes enteros y le habían
bastado un par de décadas para convertir ríos y mares en basurales, y el
aire de las grandes ciudades en un gas tóxico y espeso. Y agregaba que,
si bien había inventado el automóvil para facilitar su traslado, ello
había erigido una civilización del automóvil asentada sobre un cúmulo de
problemas de circulación, urbanización, inmunidad y contaminación en
las ciudades, agravando las consecuencias de la vida sedentaria.
La conferencia en Estocolmo fue particularmente promovida por Olof Palme, a partir de un serio problema que devastaba masivamente los bosques y los lagos europeos: la llamada “lluvia ácida”, o sea, las precipitaciones recargadas con agentes químicos emitidos por la expansiva civilización industrial. El Consejo Nórdico, organismo creado en 1952 e integrado por representantes de los cinco países escandinavos (Suecia, Noruega, Finlandia, Dinamarca e Islandia), cuestionaba particularmente al Reino Unido, dado que sus gases industriales viajaban hacia el mar del Norte con sus óxidos de nitrógeno y dióxido de azufre emitidos por centrales eléctricas, fábricas, maquinarias y autos impulsados por derivados del petróleo, que reaccionan al contactarse con la humedad del aire y se transforman en ácido sulfúrico, ácido nítrico y ácido clorhídrico.
Perón
se anticipaba a las luchas ecologistas de varias décadas después, y
sostenía en su mensaje que las mal llamadas sociedades de consumo “son,
en realidad sistemas sociales de despilfarro masivo, basados en el
gasto, por el que el gasto produce lucro. Se despilfarra mediante la
producción de bienes necesarios o superfluos y, entre estos, los que
deberían ser de consumo duradero, con toda intención se les asigna
cierta vida porque la renovación produce utilidades. Se gastan millones
en inversiones para cambiar el aspecto de los artículos, pero no para
remplazar los bienes dañinos para la salud humana, y hasta se apela a
nuevos procedimientos tóxicos para satisfacer la vanidad humana. Como
ejemplo, bastan los autos actuales que debieran haber sido remplazados
por otros con motores eléctricos, o el tóxico plomo que se agrega a las
naftas simplemente para aumentar el pique de los mismos.”
Naturalmente, tras asumir Perón por tercera vez la presidencia de la Argentina, el 12 de octubre de 1973, creó la primera Secretaría de Recursos Naturales y Ambiente Humano de la Argentina, decisión que resultó fundacional en toda Latinoamérica. Puso a su frente a la tucumana Yolanda Ortiz, apasionada doctora en Ciencias Químicas. Ella recuerda que al aceptar el puesto, le dijo al presidente: “Voy a tratar de prevenir para que no tengamos que salir a apagar incendios.” Y recibió como respuesta: “Usted habla mi mismo lenguaje, nos vamos a entender muy bien…” Y ella agrega: “Recuerdo que entre las primeras medidas decidimos poner el ojo en las industrias instaladas en torno a focos de contaminación y se había dispuesto que, para habilitar nuevas, estas deberían asumir un compromiso ambiental consistente en declarar qué manejo harían de sus desechos.”
En su carta de 1972, Perón iba más allá del mundo material
y enfatizaba tres puntos, con necesidad y urgencia: “una revolución
mental en los hombres, especialmente en los dirigentes de los países más
altamente industrializados; una modificación de las estructuras
sociales y productivas en todo el mundo, en particular en los países de
alta tecnología donde rige la economía de mercado; y el surgimiento de
una convivencia biológica dentro de la humanidad y entre la humanidad y
el resto de la naturaleza.”
Y proféticamente concluía: “el llamado progreso debe tener un límite, e incluso habrá que renunciar a alguna de las comodidades que nos ha brindado la civilización.”
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