martes, 5 de agosto de 2025

EL ASCO INFINITO

Por Roberto Marra

En tiempos en que las imágenes anteceden siempre a las palabras, donde se dice muy poco y se ve demasiado, cuando el poder de lo visual atraviesa con particular crudeza las reacciones de los receptores, se ha hecho costumbre, para la amplia mayoría de las personas, observar sin ver, tanto como oir sin escuchar. Alegrarse, estimularse, dolerse, compungirse, lamentarse o apesadumbrarse, son reacciones esporádicas, toda vez que importa mucho más la rapidez de lo que se pueda ver y oir, que lo que se pueda extraer de esos actos que pasan frente a nuestros sentidos visuales y auditivos sin que quede demasiado de ellos en nuestras neuronas, cansadas de recibir informaciones casi sin solución de continuidad.

Quienes manejan a su antojo las comunicaciones de manera casi hegemónicas, saben lo que hacen. Las casualidades, en estos paradigmáticos dueños de las estéticas y tergiversadores de la realidad, no son nunca las variables utilizadas para engendrar la monstruosa manera de destruir los últimos rasgos éticos de la sociedad. Por eso aplican esos métodos derivados de los clips musicales, donde casi no se alcanza a ver una escena que ya pasó a otra, llenando las mentes de fogonazos de lo que ni siquiera se puede llegar a ver del todo.

Con la misma metodología, es tratado el genocidio sobre el pueblo palestino. Con la desaprensión propia de los imperios y sus siervos más abyectos, poco se puede registrar de los horrores cometidos por los ejecutores de semejantes masacres diarias, salvo que se opte por ver señales de comunicadores alternativos, siempre atacadas por el imperio y sus periodistas lacayos, de cuyos ejemplos abundan en demasía en nuestro País.

Las explosiones son las únicas visiones de los interesados en que no se sepa la verdad. De lo que suceda después, poco y nada se verá. Las mutilaciones, las desesperaciones de las madres y los padres, las miradas perdidas de chiquitos que apenas pueden caminar, el hambre en las facciones destruidas de los sobrevivientes, los amontonamientos desesperados para conseguir un mendrugo y los fusilamientos que en ellos se suceden, pocos lo registrarán, más ocupados en saber el último precio del dólar o el resultado del último clásico de fútbol.

El desprecio de los valores humanísticos, otrora sostenidos como virtudes inconmovibles, es la moneda corriente entre los “espectadores” de los dramas cotidianos de los perdedores de la sociedad. Nada importa si no genera afectaciones personales directas. Nada es trascendente, si no deriva en beneficios para el observador siempre desatento de los contextos. Nada producirá conmoción, a menos que signifique perder algún privilegio. Ejemplos repugnantes de ello, resultan las reuniones festivas de habitantes del Estado genocida cerca de las murallas que los separan de Gaza, para ver como sus soldados asesinan niños ante sus miradas de odios incomprensibles, mientras tragan sus enésimas hamburguesas, esas que les niegan a los del otro lado.

El asco en el último escalón del último infierno del Dante. El horror sin destino salvador de millones de seres humanos convertidos en blancos móviles para divertimento de enajenados armados hasta los dientes, siempre en nombre de un Dios elaborado en algún focus group, para solaz de los propietarios de todos los bienes materiales del Planeta, que bendicen semejante atrocidad para seguir llenando sus alforjas de Poder infinito. Y de la sangre de todos los inocentes sacrificados, que nadie se acordará que existieron...



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