sábado, 23 de agosto de 2025

LA URGENCIA DE LO IMPOSTERGABLE

Por Roberto Marra

Vivir es mucho más que sólo ser espectadores del paso del tiempo. Es ser partícipes de ese período, protagonizándolo. “Activistas”, esa palabra utilizada como denostación de quienes se animan a poner el cuerpo y el alma para cambiar la realidad que nos agrade cada minuto de existencia en este sistema perverso en el que transcurrimos, debiera ser, por el contrario, un elogio hacia quienes las practican. Poner en actos las rebeldías semánticas, es el deber de quienes pretendan modificar las condiciones de sobrevivencias de las mayorías de nuestros pueblos.

Trasladar las palabras a los hechos, evadir la retórica pauperizante de las consciencias, postergar las nimiedades politiqueras, saldar las diferencias entre quienes no se diferencian demasiado, es mucho más que una actitud condescendiente; es una manera de convertir los repetidos mensajes de “unidad”, en certezas en la búsqueda de criterios que se eleven por encima de las excusas irracionales, retardataria forma de emprender los procesos de cambios imprescindibles.

Sin embargo, poco de eso parece formar parte de los objetivos primordiales de las “dirigencias” del espacio nacional y popular en Argentina. Sólo cuando la desesperación por la proximidad de los actos eleccionarios, tales propósitos parecieran empezar a ser tratados, aunque evidenciando siempre una metodología poco transparente, con nula participación de quienes resultan ser los más perjudicados por el sistema soportado.

Empujados por las circunstancias, arrinconados contra la pared de lo evidente, arrollados por las desgracias desatendidas cuando debieron hacerlo, despiertan tarde del letargo elegido como metodología política. Una manera obscena de dejar que transcurra el tiempo, ese que afecta mucho más, inequívocamente, a los abandonados, a los desahuciados, a los descartables de una ciudadanía aplastada por las promesas incumplidas y las falsedades emitidas para erigirse en “representantes” de quienes ni siquiera conocen de verdad sus desgracias cotidianas.

Actúan como desempleados privilegiados del Poder Real, al que nunca enfrenta de verdad. Aislados de la realidad de la miseria que provocan, enarbolan banderas que no sienten como propias, pero que les sirve para “tirar” un poco más en sus largas permanencias institucionales, un modo oscuro de ganarse la vida prebendaria que se auto-construyen con astucia procaz. Presumiendo capacidades inalcanzables para otros seres humanos, asumen roles para los que no están capacitados, pero en los que actúan como “mastroianis” de segunda mano.

Pretenden lidiar con los embusteros colocados por el Poder en la conducción del destino de la Nación, poniéndose a su misma y enana altura intelectual. Contestan las perfidias de esos personajes, en vez de dedicar su valioso e impostergable tiempo en elaborar un proyecto de futuro que enamore a las multitudes de desencantados. Colaboran así, con la mediática estupidizante de las masas empobrecidas de dineros y de almas, carne de cañón de las hipocresías lanzadas al viento de la desesperanza que las subsume, como un ácido mortal que recorre sus venas subalimentadas.

Vanidades y desprecios, puestos al servicio de la nada misma. Carreras de embolsados (¿o ensobrados?) con sonrisas de cartón para convencer a quienes ya ni registran sus mensajes. Promitentes de tiempos nuevos que, temerosos de herir a los que mandan de verdad, sólo serán nuevas postergaciones populares. Sólo se animan a lanzar consignas sin programas, frases descontextualizadas de la historia, destinos apocados de lo que pudieran hacer si la cobardía no los atravesara.

Pareciera la hora de la fama superflua, el tiempo de las palabras desangeladas, el momento de las obviedades a flor de labios, las frases de ocasión, los grititos animosos, las risas de cemento y la cartelería millonaria. Justo cuando debiera ser la hora de la rebeldía inacabable, el tiempo del deber revolucionario, el momento de la semántica reparadora de sentidos, las palabras señeras, los gritos ahunados con las mayorías abrumadas por el espanto cotidiano, la militancia con alegrías jauretcheanas, con la seguridad del triunfo de la verdad irrefutable de un Pueblo que no puede postergar un minuto más su presente, y mucho menos su futuro.

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