Sin duda, una cosa es la reflexión que se puede hacer al hablar de “la Virgen María” y las devociones que la fe del pueblo se va dando a lo largo de la historia y las diferentes regiones. América Latina es muy prolífica en este sentido, y la religiosidad popular, en especial en relación a María, es particularmente rica, y además, un interesante fenómeno cultural. Pero otra cosa, bien distinta, es mirar el personaje histórico María de Nazaret, la mujer judía, madre del judío Jesús. Para ser precisos, es bien poco lo que sabemos de la “María histórica”.
Para empezar,
notemos que María es una campesina judía. Nazaret era un poblado muy
pequeño. Por lo que sabemos de la arqueología tenía 900 x 200 mts y la
población no llegaría a los 500 habitantes. Había un lugar de oración,
más tarde llamado “sinagoga”, y muchos trabajadores manuales iban a
vivir largos períodos fuera. Por ejemplo, la construcción de la ciudad
de Tiberias terminada por Antipas en el año 20 d.C., requirió muchos
carpinteros y esta quedaba a unos 20 kilómetros de Nazaret. José y sus
parientes, Jesús entre ellos, probablemente hayan trabajado en este
emprendimiento. Las mujeres campesinas solían ayudar a sus maridos con
el ganado y las cosechas, y en los patios de las casas, varones y
mujeres se mezclaban en el trabajo. El imperio romano había delegado en
Herodes y luego en su sucesor Antipas la administración, por lo que no
es improbable que el ejército romano no tuviera en la región una
presencia importante, como sí la tendrá en Jerusalén, en especial
después del año 6 d.C. Pero los impuestos abusivos, la retención de
tierras y la injusticia eran pan cotidiano. No en vano en la época
proliferan los nombres que recuerdan a los patriarcas y matriarcas de
Israel en la época de la liberación.
Otro elemento interesante es la
coincidencia de los estudiosos en que los valores del honor y su
contrapartida, la vergüenza, eran tenidos en todo el mundo mediterráneo
como valores centrales de la cultura. Jesús, sin dudas, propone valores
alternativos y queda estigmatizado por su relación con los elementos más
deshonrosos de la sociedad. Pero esto no basta: cualquiera que se
relacionara con personas deshonrosas quedaba también él o ella
deshonrado. Si Jesús tiene publicanos en su grupo, todo el grupo queda
estigmatizado. Pues, quizás luego de un primer momento de desconcierto,
María también acompañó a Jesús y su grupo en varias ocasiones, con lo
que también ella aceptaba el estigma de ser deshonrada en nombre de un
valor que se consideraba alternativo y superador: el reino de Dios.
Finalmente, desde muy antiguo se vio en María una mujer que encarnaba la espiritualidad de los pobres (anawim). Y es desde esa espiritualidad que celebra la acción liberadora de Dios en la historia. Ella canta que “Dios derribó del trono a los poderosos y elevó a los humildes, colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías”, lo que llevó a proclamar al inolvidable Pablo VI que nuestra sociedad contemporánea, precisamente por este canto “comprobará con gozosa sorpresa que María de Nazaret, aun habiéndose abandonado a la voluntad del Señor, fue algo del todo distinto de una mujer pasivamente remisiva o de religiosidad alienante”.
Con el tiempo, la imagen de María empezó
a sufrir diferentes alteraciones a causa del machismo, el
espiritualismo, o de llegar el cristianismo a ser “religión imperial”.
Pero mirando a la María judía, seguidora luego del proyecto de su hijo,
se impone una reflexión final. Ese proyecto requiere ser proclamado,
anunciado (eu-angelio, buena noticia), y para eso se requiere “memoria”.
Los términos “recuerdo-ar/ memoria” son sumamente importantes para los
judíos. Hacer memoria es traer al presente, re-cordar, re-membrar, y es
imposible vivir el proyecto de Dios sin traer al presente las obras de
Dios en la historia, y la intervención de Dios en su Hijo Jesús. Dios
recuerda su alianza y actúa en favor de su pueblo, los discípulos deben
recordar las palabras de Jesús para creer en ellas y luego
transmitirlas, o hacer memoria en las comidas y celebraciones. María es
mujer de la memoria, y por eso: el Evangelio repite que “guardaba estas
cosas en su corazón”. Pero es memoria histórica, es de los hechos
obrados en la historia de los que se hace memoria. Una comunidad como la
judeo-cristiana vive haciendo memoria de la historia. Sabiendo dónde
supo ver la presencia o ausencia de Dios en los acontecimientos, o los
momentos de fidelidad o infidelidad en el transcurso de los tiempos.
María en los Evangelios es presentada precisamente como una mujer que
sabe reconocer el paso de Dios por la historia de su pueblo, por su vida
y la de su hijo. Y eso debería invitar a quienes la celebramos, a
quienes la recordamos, a ser intransigentemente fieles a la memoria.
Saber que en algunos centros clandestinos de detención, cuando empezó a
haber menos desaparecidos, se hizo un cuartito con la imagen de la
Virgen de Luján, o saber que en comisarías donde se torturaba estaba la
imagen, nos invita precisamente a hacer memoria. Y llamar las cosas por
su nombre: eso fue blasfemia. La memoria nos invita a reconocer a María
de Nazaret en medio de los pobres, de los estigmatizados, de las
víctimas de la historia. Y nos invita a saber que allí quiere seguir
estando. Y eso es lo que celebra la fe del pueblo.
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