Existe
aún el convencimiento general que el cargo de ministro de Economía debe
ser ocupado por un “profesional”, como se autodefinen los economistas
de la vertiente ortodoxa, forma de descalificar al resto de sus colegas
que no piensa como ellos. Técnico, con conocimientos académicos, y
abundantes credenciales de aprobación del establishment es el perfil de
seriedad aceptado por el sentido común.
Ese tipo de especialista sería
el que sabe cómo conducir la economía a la prosperidad en un sendero de
estabilidad. Una referencia inmediata de esa descripción la ofrece hoy
la Europa en crisis, al ocupar ese lugar, entre otros, Mario Draghi,
nuevo titular del Banco Central Europeo, Lucas Papademos, primer
ministro griego, y Mario Monti, premier italiano que reemplazó a Silvio
Berlusconi. Como antecedente, a ellos tres los une una misma correa de
transmisión: Goldman Sachs. Draghi fue vicepresidente para Europa de ese
banco de inversión estadounidense de 2002 a 2006; Papademos fue
gobernador de la banca central griega de 1994 a 2002 y desde ese cargo
participó en el maquillaje de las finanzas helenas que facilitó la
colocación de deuda por parte de Goldman Sachs; y Monti fue empleado de
esa entidad como consejero internacional en 2005.
Si se hiciera un listado de los candidatos a ministro de Economía
preferidos del establishment, los mismos economistas que circulan por
gran parte de los medios, se encontrará también correas de transmisión
semejantes. Esa experiencia fue vivida en Argentina en varios momentos
históricos pasados: el alquiler del manejo de la economía al mundo
empresario y de las finanzas. Por el Palacio de Hacienda transitó un
equipo liderado por un delegado de la Fundación Mediterránea (Domingo
Cavallo), otro de la ultraortodoxa CEMA (Roque Fernández), uno de la
liberal FIEL (Ricardo López Murphy), de un grupo económico (Miguel Angel
Roig y Néstor Rapanelli, de Bunge & Born) y un conspicuo miembro de
la Sociedad Rural y director de Acindar (José Alfredo Martínez de Hoz).
La existencia de un poder paralelo en Economía ha significado uno de
los principales disciplinadores del área política de los gobiernos. La
irrupción del kirchnerismo implicó un cambio sustancial en la lógica de
la designación del encargado de ocupar ese cargo.
Los ministros de Economía han tenido históricamente un lugar
relevante en los gabinetes nacionales. Las crisis periódicas los
colocaban por encima de sus colegas de la administración, hasta llegar a
niveles de compartir espacios de poder con el mismísimo Presidente de
la Nación. Esta distorsión ha sido una manifestación más de los
profundos desequilibrios que se expresaban en las variables de la
economía. A la vez, el poder político reflejaba su debilidad al aceptar a
los “profesionales” que le ofrecían diversos grupos de presión. La
labor de esos economistas quedó asociada a la de un técnico insensible,
preocupado fundamentalmente en congraciarse con el poder económico. La
de una persona que habla de cosas que a la mayoría no le interesa ni
entiende. Se erigieron en voceros de intereses del poder económico y de
empleados calificados que proclaman lo que los bancos y grupos
económicos quieren que diga y haga. Se constituyeron en una sociedad de
cuentapropistas con diploma de licenciados en Economía reunidos en un
centro de estudios financiado por grandes empresas para influir en la
sociedad y en gobiernos.
Una de las contribuciones más relevantes del kirchnerismo ha sido el
desplazamiento de los centros de decisión de la administración central
de ese “economista rey”, que establecía qué es lo que se podía hacer y
no hacer en materia económica, con un supuesto saber técnico pero
eminentemente político e ideológico conservador. Esto no significa que
variados lobbies no busquen tener influencia ni que no haya empresarios
cortesanos del poder siempre bien posicionados para conseguir
oportunidades de negocios. Pero ese cambio conceptual sobre lo que
significa la economía y el ministro a cargo, espacio donde se dirimen
intereses y poder, y la acción política, como ordenador del rumbo
económico, es lo que permite comprender con mayor complejidad las
diversas iniciativas de estos años. También cómo se ha organizado y
funcionado la estructura del gobierno de Néstor Kirchner, del primer
mandato de CFK y de su segundo que comienza hoy. Si se entendiera esa
forma de gestión se podría captar con más precisión las resistencias que
provoca la actual experiencia política.
Una expresión de esa incomprensión es la reiteración de
observaciones de politólogos y formadores de opinión que indican que los
ministros no tienen autonomía del Poder Ejecutivo para tomar
decisiones. Esa evaluación es de una rusticidad asombrosa, mostrando más
las limitaciones analíticas de quienes la exponen que las de los
propios funcionarios en la gestión. La pretensión de independencia de
colaboradores directos de la presidencia es una contradicción de por sí.
Su enunciación es un acto-reflejo de lo que desean sobre cómo debería
funcionar un gobierno: políticos subordinados a ministros-técnicos que, a
la vez, deben ser representantes de facciones del poder económico. El
kirchnerismo ha ubicado al ministro de Economía al nivel del resto de
sus colegas de gabinete, e incluso ha distribuido entre otros
funcionarios áreas de su influencia y, si se mide por resultados, no
parece haber sido una estrategia equivocada.
El vínculo del saber técnico con el ejercicio político no implica
desconocer lo primero, sino colocarlo en un lugar adecuado sin
menospreciarlo, pero sin que sobrepase el necesario espacio de aportes.
Las soluciones técnicas a problemas económicos no sirven si no están
subordinadas a un programa global dominado por la orientación política
de un gobierno. El largo conflicto con un sector del campo brindó un
aprendizaje práctico sobre esa dinámica. Los derechos de exportación
móviles a cuatro cultivos claves eran una medida favorable para el
sector agropecuario (hoy las retenciones serían más bajas), pero no pudo
superar los límites que emergieron desde la política. Por eso lo
relevante son las decisiones estratégicas, el rumbo que se define y la
acumulación de fuerzas para implementarlas más que el aporte
tecnocrático de los economistas. Estos no están en condiciones de
definir las políticas centrales de un gobierno. Deben ser técnicos
sometidos a esos objetivos. La clave es que en esa tarea deben ser lo
suficientemente capaces para colaborar con iniciativas efectivas, al
tiempo de contar con sensibilidad para moverse en el laberinto de la
política.
En estos años ha habido otros acontecimientos que en manos
tecnocráticas habrían provocado más daño político que el supuesto
bienestar económico prometido. Ante cada movimiento brusco de la paridad
cambiaria de la moneda brasileña o de la cotización de la soja, no
pocos economistas aseguraban que la respuesta adecuada debía ser una
devaluación del tipo de cambio. Lo siguen afirmando pese a que el real
recupera rápidamente posiciones y el poroto estrella sube en el mercado
internacional. Insisten con el gaseoso concepto “el dólar está barato”.
Si así fuera, la evolución del precio del billete en operaciones en el
circuito informal no hubiera descendido a 4,55 pesos por unidad, una
diferencia de apenas 5 por ciento respecto a la paridad oficial.
La competitividad del tipo de cambio y de la producción local es
bastante más compleja que la cotización nominal de la paridad
peso-dólar. Del mismo modo que con el manejo del mercado cambiario, la
gestión política ha sabido resistir el canto de sirena de economistas,
propios y extraños, que sugieren con respaldo técnico revestido de
oportunidad política la necesidad de regresar al mercado voluntario de
crédito para colocar deuda pública. La experiencia de estos años
indicaría que el kirchnerismo, abanderado del desendeudamiento y crítico
del funcionamiento de las finanzas globales, no morderá la manzana del
pecado de financistas locales e internacionales. Es un fruto tentador,
además de facilista, ante un escenario económico global de menor
crecimiento. La capacidad de resistencia a esa seducción será uno de los
grandes desafíos del segundo período de gobierno de CFK que hoy se
inaugura.
*Publicado en Página12
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