A lo largo de nuestra construcción como Nación, las relaciones entre
saber y poder fueron frecuentemente tematizadas a través de los
distintos tipos de vínculos que establecían la ciencia y los
intelectuales con lo popular. Si bien en cada país o región estos ejes
adquirieron una densidad específica, en más de una oportunidad esta
articulación ambivalente alcanzó a darles sentido a las prácticas y a
los relatos de amplios sectores de la sociedad.
Por ejemplo,
“civilización o barbarie” funcionó por décadas como ordenador en la
disputa cultural doméstica, dos concepciones que aparecían como
antagónicas e irreconciliables y que, sin embargo, por sus capacidades
multidiscursivas permitían paralelamente ser leídas y resituadas por
actores diversos, en diferentes contextos y con propósitos bien
disímiles.
Tampoco éste fue un fenómeno propio de la Argentina. En sus
memorias, León Trotsky cuenta que de regreso a Ianovka, su ciudad natal,
después de haber cursado el primer año de sus estudios secundarios en
Odessa –todavía en la Rusia zarista–, él no entendía cómo allí aún se
seguían complicando para medir las dimensiones de un terreno en forma de
trapecio. “Una tarde –dice– apliqué el método de Euclides y a los dos
minutos había sacado las medidas que tanto desvelaban a mi padre y a
algunos vecinos. Pero los resultados de mi cálculo no coincidieron con
los de ‘la práctica’ y no me creyeron. Fui a buscar un libro de
Geometría, juré sobre él en nombre de la ciencia, pero más allá de mi
indignación, lo que más me desesperaba era ver la imposibilidad de
convencer a aquellos hombres de la razón del saber.” El episodio
concluye cuando uno de esos hombres se le acerca y le espeta: “Los
libros son una cosa y la realidad, otra...”.
Probablemente, en los últimos años, muchas de estas cuestiones hayan
empezado a convertirse en híbridos, sobre todo por la capacidad que
tienen los nuevos formatos tecnológicos para dialogar simultáneamente
con distintas audiencias. Con habilidad, el neoliberalismo oculta
tenazmente las relaciones entre el saber y el poder detrás de los restos
de los enfrentamientos dialécticos entre propios y extraños, relegando
cualquier intención de desarrollos más colectivos o comunitarios.
Así, la consolidación de un nuevo paradigma comunicativo que
profundice los sentidos y los procesos de planificación y gestión
necesitará de la construcción de otras avenidas principales desde donde
reposicionar los debates y las reflexiones.
Acá se imponen dos preguntas principales: ¿cuáles son las
herramientas más propicias para resolver las urgencias pendientes y los
sueños aún no realizados? y ¿cómo se hace para consolidar una
naturalización estratégica de aquellas nociones que nos hermanan –a
pesar de los ruidos– con otras concepciones cercanas o similares?
Sin embargo, las dificultades que muestra nuestro presente para la
suscripción a otro tipo de coordenadas tienen explicaciones de distintos
órdenes. Entre ellas –al solo efecto de la mención– cabe distinguir
cuatro:
1. Los medios masivos de comunicación que aparecen poniendo en juego
su propia cadena de significaciones en un recorrido desigual y
asimétrico entre los mandatos de las corporaciones y las potencialidades
de los diferentes dispositivos técnicos.
2. El abandono de las otras
conceptualizaciones populares de sus matrices originarias; aquellos
relatos que alguna vez tuvieron puntos de contacto con una idea de país
común con lo nacional y popular o de izquierda y que hoy muchos de ellos
aparecen con un manifiesto desorden topográfico, con esquemas dudosos
de alianzas e inscriptos en las lógicas del coyunturalismo más
previsible y elemental.
3. Los problemas que exhiben los
neoconservadurismos y las derechas políticas y comunicacionales
–especialmente las urbanas– para sostener un modelo alternativo de
Nación, más allá del consignismo repetitivo.
4. El todavía incipiente
diseño del oficialismo para ampliar el campo de interpelación hacia
otros actores y sectores en lo social-comunicativo, más acorde con los
propósitos y con la legitimidad electoral que abre este nuevo ciclo que
acaba de comenzar el 10 de diciembre.
La Argentina que viene espera que ese escenario se termine de
conformar con viejos y nuevos planteos, dando cuenta de las miradas
regionales, particulares y singularidades, pero entendiendo que su
complejidad no puede favorecer la fragmentación; que sin tener presente
el modelo, las totalidades y los proyectos globales y colectivos no es
posible derrotar las inequidades y desigualdades que aún nos miran,
todavía belicosas, desde sus elitistas trincheras.
Publicado en Página12
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