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Por
Roberto Marra
El
esfuerzo por parecer más democráticos, suele convertir a algunos
opositores en ovejitas sumisas y esperanzadas en lograr cooptar la
voluntad de futuros votos, para cuando llegue la hora de las urnas.
Hacia ese objetivo se dirigen cuando mencionan la “gobernabilidad”,
el “no poner palos en la rueda”, “acatar los tiempos
institucionales” y cosas por el estilo, frente a los desmanes que
el autovanagloriado “equipo de la champions league” gobernante
está produciendo en la economía y, lo que es peor, en nuestra
sociedad.
Como
un insulto a la razón, proponen que el “respeto” a las
instituciones pasa únicamente por una cuestión burocrática
temporal, desatendiendo lo que ese tiempo arrastra con su devenir en
la sociedad que lo soporta. Si así fuera, si nada podría hacerse
frente a los resultados de las depredaciones económicas,
productivas, sanitarias y educativas (entre tantas otras) que se
suceden desde el mismo día que esta runfla pisó la Rosada, nuestro
destino debiera ser aceptado como faquires que duermen sobre clavos,
sufriendo, sin hacer otra cosa que esperar hasta el último pinchazo
mortal.
Un
año más o menos, puede parecer cosa poco importante para quienes no
están soportando los balazos de la miseria. Puede ser algo superfluo
pasar algunos meses sin suficientes alimentos, sin vacunas, sin
escuela, sin remedios, sin trabajo. Puede significar poco y nada que
los comedores y ollas populares proliferen mucho más que los
comercios de comestibles, donde cada vez entran menos clientes.
Seguro que ni ven a los hambrientos revolviendo los contenedores de
basuras, ni a los pibes envueltos en el humo pérfido de las drogas.
Entonces
aparece la foto de cuatro representantes de eso que denominan
“peronismo racional”. “Peronismo democrático” le llaman,
ridículamente, ellos mismos. Massa, Schiaretti, Pichetto y Urtubey,
siempre tan “institucionales”, con sonrisas tan falsas y vacuas
como la habitación que los contiene, se reúnen para asegurar esas
corporaciones vaciadas de sentido, como preámbulo a lo que seguro
harían si les tocara gobernar. Es decir, nada. O, al menos, nada que
cambie de verdad lo que vienen sosteniendo hasta ahora. Gatopardismo
a la máxima expresión, seguidismo oligárquico temeroso, asociados
ocultos del imperio, miserable oportunismo de conciliábulos de
cúpulas sin Pueblo.
No
son acciones inocentes. No les falta inteligencia, sino moral. No
transgreden sus orígenes por error, sino por convicción. Se asocian
a los enemigos del Pueblo, porque son sus enemigos. Se apoderan de
frases de líderes que no respetaron jamás, para decir lo que nunca
podrían sentir. Se apuran a mostrarse como muro de contención del
“populismo”, para asegurarse el respaldo de los corruptos
empresarios que los sostendrán mientras les sean útiles.
La
espera parece haber sido ya demasiada, ante tanta arrogancia
antipopular. La calma y la paciencia, siempre buenas consejeras,
pueden estallar cuando desde las instituciones de la “democracia”
se sobrepasan los límites de la burla y el desdén.
La
justicia social, ese caballito de batalla que muchos utilizan sin la
menor convicción de su necesidad, espera la reacción unificada de
los buenos, de los sanos miembros de una sociedad martirizada, de los
esclarecidos observadores de la realidad sin las tinieblas del manto
mediático, antes que los planes diabólicos del enemigo y sus
cómplices sin Patria, acaben con los últimos vestigios de nuestra
soberanía y devuelvan la independencia a los colonizadores.
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