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Por
Roberto Marra
Patricia
de nombre y “patricia” de orígen. Bullrich, por el repartidor de
tierras robadas a los indios, distribuidor de fortunas asesinas entre
los que comenzaban a conformarse como la elite oligárquica
argentina, rematador de ganados, inmuebles y obras de arte,
“emprendedor” de alta gama, predecesor de los desmanes
inmobiliarios de una Buenos Aires que convirtieron en ámbito de
negocios casi exclusivos.
Finalmente,
Pueyrredón, por el lado materno, deshonrosa herencia heráldica de
quien ejerciera de Director Supremo solo para apoyar a los
terratenientes y perseguir a los auténticos patriotas como Artigas y
San Martín.
Nutrida
de tan “honrosa” prosapia, luego de desandar mil caminos
ideológicos, falseando una historia “militante” que nunca pudo
comprobarse más que por sus dichos, terminó recalando en dos
gobiernos llamados a convertirse en los peores de la historia
nacional. Y hay que decir que cumple con creces su mandato,
esforzadamente histriónico, atravesando (literalmente) a la sociedad
con el fuego de sus desprecios de clase, heredados de aquellos que
cavaron la “grieta” original en nuestra sociedad.
Antes
bajando salarios y jubilaciones (“porque había que hacerlo”,
dijo). Ahora convertida en una especie de “generala” del
subdesarrollo militarizado al que nos envían una sarta de engreídos
convertidos en gobierno, por la gracia otorgada en blanco por una
sociedad adormecida e insuflada de odios sin sentido real. Disfrazada
como parte de las tropas que comanda, transita su derrotero
consumador de injusticias alentadas por el (menos que inepto)
presidente que la designó.
Camina
siempre por la senda del crímen disimulado por la pátina leguleya
que encubre a las fuerzas de (in)seguridad que conduce desde su
pobre ministerio. Criminalizando pobres e indios, persiguiendo
luchadores sociales, infiltrando manifestaciones pacíficas, consumó
su obra maestra del escarnio con Santiago Maldonado, a quien
convirtió en paradigma de su desprecio por la verdad, con fábulas
que no lograron esconder su repugnante responsabilidad.
Discípula
evidente de Goebbels, la multitud de mentiras es su marca de orígen.
Incansable relatora de historias inventadas para cada ocasión de sus
puestas en escena de los crímenes de las fuerzas que comanda,
envuelve sus falsedades con la miseria de su perversión, ensayando
posturas de seriedad que, si no fuera por el resultado fatal de sus
cobardes mandatos, hasta pudieran generar risa.
Ahora,
lanzada a una guerra total contra los pobres de toda pobreza,
justifica gozosa el asesinato del niño chaqueño, a quien le
atribuye ser parte de una “guerrilla” kirchnerista, tan
inverosímil como su propia pertenencia a la especie humana. La
fabricación de enfrentamientos entre miembros de una misma comunidad
forma parte de la estrategia distractiva de la realidad pauperizante
y ladrona en la que nos sumergieron estos payasescos personajes de un
dramática comedia de enredos económicos y sociales.
Su
participación “estelar” no pasa desapercibida, habida cuenta de
sus odiosas bufonadas, sus titiritescas actitudes y sus rimbombantes
apariciones televisivas, rodeadas de gendarmes armados hasta los
dientes, paquetes de drogas y dineros de orígenes siempre vinculados
a funcionarios del odiado gobierno “populista”.
Con
su ceño fruncido, su mirada inconsistente, su disfraz de gendarme y
sus palabras torpes, se alza con la voluntad de la vida y la muerte
ajena, sometiendo a la sociedad a sus instintos criminales y sus
desprecios contumases hacia las clases sociales objeto de sus odios
descendidos de su repugnante alcurnia centenaria.
No
deberá quedar impune su paso por la maldad institucionalizada. No
podrá ser solo un “regaño” el final de sus días de poderes
ilimitados. No deberá aceptarse su simple abandono de los despachos
que manchó con tanta sangre de inocentes. Deberá ser la aplicación
justa y total de las leyes que no para de ignorar y vapulear en
nombre de un odio que no puede contener. Será otra Justicia,
auténtica y renovada, prístina y soberana, la que deberá hacer
caer todo su poder sobre un ser tan oscuro, indigno de llamarse
humano y, mucho menos, mujer.
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