Mucho
más que un sistema económico, el capitalismo se revela como una
doctrina que organiza no solo el aspecto material de una sociedad,
sino el sentido mismo de su existencia, generando métodos para su
disciplinamiento. Las profundas diferenciaciones entre clases, que
son el resultado de la aplicación de sus reglas, van generando
también una estructura de pensamiento acorde con ellas, reflejadas
en las extrañas actitudes de quienes resultan los perdedores en
estas sociedades regidas por la meritocracia hipócrita y el
consumismo extremo.
Entonces
aparecen, con la regularidad y la difusión que cabe a los intereses
distractivos que les dan orígen, esas pantagruélicas fiestas de
“ricos y famosos”, donde la tilinguería pulula con placer y se
hunden los ignorantes admiradores de sus propios verdugos sociales.
Artistuelos de dudosas virtudes escénicas, empresarios de prosapias
embusteras, periodistas (de alguna forma hay que llamarlos) que
extienden al máximo sus sonrisas chupamedias y alaban sin cesar las
vanaglorias oligarcas, esos especímenes vegetales con formas humanas
que solo se referencian en los espejos de la soberbia de clase.
Los
comunicadores pasan revista a esos acontecimientos exhibicionistas,
mostrándolos como ejemplos de “buen gusto”, inculcando deseos
incumplibles para las mayorías idiotizadas con ellos, desarrollando
un “natural” sentido de sometimiento a los que reconocen como
superiores, solo por su acumulación de poderes dinerarios. Estos
reporteros del placer ajeno, se regodean admirando los brillos de
lujos repugnantes, arrastrándose ante sus amos para transmitir la
ignominia en vivo y en directo.
Mientras
en esos fastuosos palacetes se multiplican las nauseabundas muestras
de opulencias, a poca distancia se acurrucan familias enteras sobre
colchones desvencijados, tapados con frazadas prestadas y alimentadas
con un lavado mate cocido casi frío. Con otras luces, muy opacas, se
alumbran estos restos humanos que resisten la muerte cotidiana. Con
nada, sobreviven en una sociedad que los tapa, pero no los abriga.
Con vergüenza transcurren sus miserias acumuladas por la descomunal
muestra de desprecio de los fiesteros cercanos.
Quienes
los miran, hacen como que no los ven. Quienes se conduelen, solo
atinan a arrojarles alguna moneda lavadora de conciencias. Quienes
tanto admiran a los productores de todos los males, los señalarán
como vagos y ladrones, como resultados de sus faltas de méritos,
como el peligro sobre sus pretenciones de parecerse a los ricachones
de banquetes inmorales.
Las
fiestas nunca parecen tener fin. A las locales, se les suman las
transmitidas desde el paraíso capitalista, donde los hollywodenses
actorzuelos se exhiben como ganado de feria, bajo luces
enceguecedoras de las realidades que sostienen con sus malas
actuaciones y corruptas formas de vidas. Y la pobreza solo es una
palabra para generar la dádiva fácil e hipócrita de quienes se
enriquecen gracias a ella.
Gobernados
por esta raza de malévolos asaltantes de conciencias populares,
estamos transitando derecho al matadero de la República.
Aleccionados por semejante sarta de inútiles con micrófonos, vamos
aceptando la cobardía como método de sometimiento. Arrastrados por
miserias ideológicas, retardamos la reacción ante tanta injusticia,
postergando de generación en generación la rebelión final contra
la opresión de estos cínicos fabricantes de miserias, oscuros
anfitriones de los brillosos banquetes del horror capitalista.
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