jueves, 20 de septiembre de 2018

LAS FIESTAS MISERABLES

Por Roberto Marra
Mucho más que un sistema económico, el capitalismo se revela como una doctrina que organiza no solo el aspecto material de una sociedad, sino el sentido mismo de su existencia, generando métodos para su disciplinamiento. Las profundas diferenciaciones entre clases, que son el resultado de la aplicación de sus reglas, van generando también una estructura de pensamiento acorde con ellas, reflejadas en las extrañas actitudes de quienes resultan los perdedores en estas sociedades regidas por la meritocracia hipócrita y el consumismo extremo.
No podría concebirse el largo devenir histórico de este sistema sin la construcción de valores que produzcan una imaginaria pertenencia a lo que no se puede pertenecer nunca. Con comunicadores acordes a los niveles de embrutecimiento social que necesitan, van penetrando en las conciencias populares con elementos que aleccionan a la población a admirar los lujos de los poderosos como sus propios paradigmas, despreciando sus orígenes y pertenencias reales, incluso hasta el paroxismo del odio a sus iguales.
Entonces aparecen, con la regularidad y la difusión que cabe a los intereses distractivos que les dan orígen, esas pantagruélicas fiestas de “ricos y famosos”, donde la tilinguería pulula con placer y se hunden los ignorantes admiradores de sus propios verdugos sociales. Artistuelos de dudosas virtudes escénicas, empresarios de prosapias embusteras, periodistas (de alguna forma hay que llamarlos) que extienden al máximo sus sonrisas chupamedias y alaban sin cesar las vanaglorias oligarcas, esos especímenes vegetales con formas humanas que solo se referencian en los espejos de la soberbia de clase.
Los comunicadores pasan revista a esos acontecimientos exhibicionistas, mostrándolos como ejemplos de “buen gusto”, inculcando deseos incumplibles para las mayorías idiotizadas con ellos, desarrollando un “natural” sentido de sometimiento a los que reconocen como superiores, solo por su acumulación de poderes dinerarios. Estos reporteros del placer ajeno, se regodean admirando los brillos de lujos repugnantes, arrastrándose ante sus amos para transmitir la ignominia en vivo y en directo.
Mientras en esos fastuosos palacetes se multiplican las nauseabundas muestras de opulencias, a poca distancia se acurrucan familias enteras sobre colchones desvencijados, tapados con frazadas prestadas y alimentadas con un lavado mate cocido casi frío. Con otras luces, muy opacas, se alumbran estos restos humanos que resisten la muerte cotidiana. Con nada, sobreviven en una sociedad que los tapa, pero no los abriga. Con vergüenza transcurren sus miserias acumuladas por la descomunal muestra de desprecio de los fiesteros cercanos.
Quienes los miran, hacen como que no los ven. Quienes se conduelen, solo atinan a arrojarles alguna moneda lavadora de conciencias. Quienes tanto admiran a los productores de todos los males, los señalarán como vagos y ladrones, como resultados de sus faltas de méritos, como el peligro sobre sus pretenciones de parecerse a los ricachones de banquetes inmorales.
Las fiestas nunca parecen tener fin. A las locales, se les suman las transmitidas desde el paraíso capitalista, donde los hollywodenses actorzuelos se exhiben como ganado de feria, bajo luces enceguecedoras de las realidades que sostienen con sus malas actuaciones y corruptas formas de vidas. Y la pobreza solo es una palabra para generar la dádiva fácil e hipócrita de quienes se enriquecen gracias a ella.
Gobernados por esta raza de malévolos asaltantes de conciencias populares, estamos transitando derecho al matadero de la República. Aleccionados por semejante sarta de inútiles con micrófonos, vamos aceptando la cobardía como método de sometimiento. Arrastrados por miserias ideológicas, retardamos la reacción ante tanta injusticia, postergando de generación en generación la rebelión final contra la opresión de estos cínicos fabricantes de miserias, oscuros anfitriones de los brillosos banquetes del horror capitalista.

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