Imágen de "La voz del Pueblo" |
Por
Roberto Marra
Un
día les dijeron que era necesario sincerar la economía. Que la
razón por la cual no tenían mayores haberes era porque había
demasiados iguales a ellos. Que los que “no habían aportado” no
tenían derecho a cobrar nada. Que era imprescindible parar la
“fiesta” consumista de los pobres, para que ellos pudieran
alcanzar ese famoso ochenta y dos por ciento. Que se estaban quedando
con su plata, la de un fondo de reserva que el Estado no debía
manejar. Que era tiempo de acabar con tanto subsidio al pobrerío,
que lo son porque no se esforzaron demasiado. Y que de todo eso
provendría, por fin, la hora de los jubilados.
Así
lo hicieron y lo hacen los politiqueros encargados de esta
representación de “democracia” falseada, convertida en reducto
de amenazas a la subsistencia y la regresión a los peores tiempos,
cuando jubilarse era un privilegio, y comer, la posibilidad de los
menos. Recostados en la misma brutalidad, también aparecen otros
asociados al festín de la mentira, esos pretendidos “defensores de
los abuelos” televisivos, llorones y lloronas que desfilan por
programas donde solo se miente para asegurar la incompresión
absoluta de la realidad.
Los
“abuelos” terminan así por despreciar los mejores días de sus
vidas de jubilados, convencidos de hechos que nunca sucedieron y
adhiriendo gustosos a quienes los conducen a sus desapariciones
tempranas. Imposible ser honesto sin ser agradecido. Imposible tener
honor sin la nobleza de reconocer a quienes les han posibilitado
mejores momentos. Imposible ser respetados, si no lo hacen con sus
propias historias.
La
verdad, como el agua, porfía su paso por las rendijas que no pueden
taparse ni con mentiras edulcoradas. Los sobornos miserables de
dádivas que ofenden, no debieran alcanzar a obturar lo evidente. Las
promesas repetidas y los saltos al vacío de futuros inexistentes, no
pueden ya aceptarse como disculpas que le den continuidad al robo que
están sufriendo a ojos vista. Ni siquiera la ignorancia puede ser
suficiente excusa para admitir tanta estupidez.
Se
dice que los años traen experiencia y, con ella, sabiduría. Con esa
base, pareciera improbable el engaño tan fácil a los añosos
representantes de las generaciones que sufrieron varias veces los
mismos embates antisociales que ahora padecemos. Pero, loca condición
de los humanos, suele tropezarse varias veces con la misma piedra,
así haya un cartel que lo prevenga, aunque a los gritos se les avise
del abismo que se acerca, o cuando cayendo se les ofrezca una mano
para evitar el golpe fatal.
Poderoso
caballero no es solo “don dinero”. La palabra, utilizada como
moneda de cambio de la mentira organizada, resulta ser mucho más
fuerte. El mensaje deliberado de atrocidades que no se sufren y
esperanzas sin sustento en construcciones colectivas, acarrean a esos
millones de miopes de la historia hacia el cadalso de la necedad
programada. Relatos de fantasías pasadas y futuras emboban las
miradas de supuestas erudiciones nunca alcanzadas. Y odiando sin
saber por qué, despreciando sin conocer razones ciertas, suscriben
el pacto diabólico con quienes, con perversión repetida, acabarán
con sus vidas. Y los sueños de sus propios nietos.
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