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Por
Roberto Marra
Tipo
raro Sarmiento. Personaje extraño por donde se lo mire, se convirtió
en el paradigma de la educación en nuestro País, gracias a la
ímproba labor de los historiadores que el propio Poder generó para
crear una Nación que sirviera a sus intereses y los del imperio de
turno. No es que no tuviera virtudes el tal “maestro inmortal”,
sino que ellas estaban al servicio de la construcción de un ideario
profundamente elitista y antinacional, generador de una población
sometida a las decisiones “eternas” de los ladrones de tierras y
asesinos de sus dueños, que ese hombre promovía con curioso desdén.
Aunque
pudiera parecer imposible, sus bestialidades han quedado
profundamente inculcadas en el inconciente colectivo, tanto como las
frases para escolares para “gloria y loor” de su memoria
educacional. La idea de superioridad de los inmigrantes rubios que
vendrían a convertir a esta Nación en potencia, aunque le falló
(por el orígen que tuvieron quienes llegaron en definitiva), quedó
impregnada en las generaciones que se formaron bajo esas ideas, que
se convirtieron en la base de una población estigmatizadora y
racista.
El
desprecio a lo popular, entendido como representación de los
sectores poblacionales más postergados económicamente, fue calando
hondo en las conciencias, aún de aquellos que asomaban un poquito
sus cabezas de la pobreza que los hacía parte de los estigmatizados.
La escuela formó y forma parte ineludible de ese proceso de
preparación de odios y rencores a los diferentes. Claro que no es
uniforme el resultado, porque tampoco lo son los docentes y sus
concepciones ideológicas.
Pero
ahí está la sociedad del “algo habrán hecho” y de los
“derechos y humanos”. Esta es la base que hace posible la
aparición de matones y torturadores apañados por la otra pata
imprescindible de la mesa donde se sirven los “manjares” del
rencor de clase: el poder judicial. Permanece escondida durante
algunos períodos, para reaparecer cuando las circunstancias ameritan
que lo hagan, merced a la “ímproba” labor de los medios de
comunicación, los grandes aliados de los fabricantes de las grietas
sociales.
No
puede sorprender, entonces, aunque sí horrorizar, el secuestro y
tortura a una maestra del conurbano bonaerense. No es posible que
sucediera sin una sociedad que mire las luchas ejemplares de docentes
pauperizados como si fueran ajenas a sus propias pobrezas. No resulta
extraña la obscena impunidad con la que actúan los esbirros del
Poder, atemorizando a los débiles representantes de los restos de
dignidad que sobreviven al neoliberalismo apátrida que avasalla con
la muerte cotidiana del hambre y la miseria.
La
parábola sarmientina parece estar llegando a dar su giro completo.
El paradigma de la educación junto al de la postergación clasista,
se unen para conformar esta sucia realidad que mata de mil maneras la
esperanza de convertirnos en una Nación soberana y con justicia
social. Los sueños de millones son tirados al basurero de la
pobreza, revolcados en el lodo del desprecio y el odio sin sentidos.
Y el futuro es convertido, simplemente, en un relato utópico de
idealistas cuyo exterminio vuelve a ser la “sangre que no hay que
ahorrar”, para purgarlos de esta tierra convertida, ahora, en el
paraíso de los malditos traidores a la Patria.
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