miércoles, 5 de septiembre de 2018

EL DELITO DE LA PIEL OSCURA

Imágen de "infobae.com"
Por Roberto Marra
Trece años. Un número. Una noticia policial más. Un “enfrentamiento”, dirán los falsos periodistas de ocasión. Nada más que unos renglones de periódicos donde el dinero verde siempre es más importante que la vida. Un breve comentario de algún “compungido” conductor televisivo. Con caras serias, tratando de expresar lo que no sienten, algunos funcionarios saldrán del freezer de la conveniencia donde congelan sus pasiones humanas, encenderán el motor de la mentira y señalarán responsabilidades en sus enemigos ideológicos. El pasado, que sobrevuela constantemente sus palabras aparecerá como culpable, aprovechando la muerte adolescente para repetir sus odios de clase.
Pobres contra pobres, dicen los periodistas, justificando, de alguna forma, la muerte temprana de quienes poseen un grado más bajo de esa condición social. Mágicamente, las responsabilidades se diluyen, el asesino alivia su preocupación carcelaria, las autoridades encuentran una salida fácil a sus ineficiencias y desidias, complicidades autoras de los crímenes diarios que, sin casualidad alguna, sufren siempre los mismos marginados de la sociedad, los autores del peor de los delitos en el capitalismo salvaje: ser pobre y de piel oscura.
Se aleccionarán entre sí los vecinos defensores de sus miserables propiedades. Apoyarán sin dudarlo al “valiente” autor de los disparos. Hablarán desde sus blancuras contra los “indios” a los que sus antepasados también mataban con igual saña y desprecio racial. Serán secretamente palmeados en la espalda por algún comisario de piel oscura como el muerto de ocasión, interpretando el acto final de este drama sin aplausos, donde la adolescencia jóven nunca vale nada más que un puñado de billetes.
Reaparecen gobernantes hasta ahora escondidos bajo las sábanas calientes del Poder, después de largos meses callados ante el camino endeudador de generaciones que domina nuestras existencias. Con poses de oposición “seria”, y discursos vacíos de sentimientos reales, alentarán las investigaciones “hasta las últimas consecuencias”, procacidad verbal que esconde la impunidad segura de autores y cómplices, con jueces peores que actúan en consonancia con los únicos intereses que les importan, los de los dueños de las tierras y las finanzas.
Transcurren tiempos difíciles para la sociedad argentina. Se opacan las salidas, se enturbian las calles con gases y metrallas. Se apuran los ladrones de nuestras esperanzas para llevarse hasta el último dólar de la deuda sin destino mejor que sus guaridas fiscales. Nada podrá interrumpir su sangría programada desde las oficinas del diablo del norte y sus esbirros. Se repartirán el botín manchado con la sangre de los más débiles, de los ahuyentados de las calles a fuerza de palos y balazos, de los maestros volados por los aires, de las aulas vaciadas de enseñanzas, de los hospitales sin medicinas y los jubilados sin posibilidad de júbilo alguno.
Insistirán todavía muchos con la ceguera del odio, del contrasentido de la realidad, de la afirmación de certezas imposibles sobre lo que nunca pudo suceder. Habrán de sentir, tal vez, que se cumplen sus asquerosos objetivos de venganzas contra los que ellos mismos empujaron al abismo de la miseria desesperante. Se alegrarán, puede ser, de la muerte inocente de un mendigo de panes y polenta. Y se acostarán, por las noches, a sufrir el escarnio de sus conciencias oscuras, construidas por aquellos que admiran por sus riquezas y blancuras.
Lejos de los contubernios mediáticos, alejados de las decisiones de los poderosos, aplastados contra la tierra que les pertenecía hasta que se las robaron, bajo el cobijo miserable de ranchitos sin paredes; nacen, se crian y padecen los que serán la carne de cañón de algún otro asesino de ocasión. No vivirán, solo morirán desde el mismo instante de ver la luz. Oscuras sus pieles y oscuros sus destinos, caminarán entre miradas de desprecio, empujados sin remedio a las peores calamidades, para terminar otra vez contra el suelo, abonando con su sangre, tan roja como la de los blancos, el camino de una redención que ya se está cobrando un precio demasiado alto.

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