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Por
Roberto Marra
Cada
año, en septiembre, se concentra el Mundo entero en un solo lugar.
La Asamblea de las Naciones Unidas se convierte en el único ámbito
de expresión transversal de los representantes de los países que la
conforman, a pesar de las evidentes diferencias que existen entre
ellos. Todos pueden hablar para manifestar sus posiciones ante la
situación de sus propias naciones, las relaciones interestatales y
los problemas planetarios.
Pero
también se pueden observar a quienes no se manifiestan proclives a
aceptar el status quo que imponen los (por ahora) dueños del Mundo.
Allí, la dignidad suele aparecer con tanta fuerza, que transforma la
monotonía discursiva en luminosa visión de realidades que se
ocultan detras de hipocresías pusilánimes, conveniencias miserables
y cobardías infinitas. Ahí es cuando se ponen sobre la mesa el
valor de las palabras que vienen a mostrar lo que todos saben y
callan con temor reverencial ante el “amo internacional”.
Entonces,
aparece Evo Morales. El extraño estadista del que fuera, hasta no
hace demasiado, el más pobre país de Sudamérica, con su hablar
pausado, con su castellano atravesado por su orígen aymara,
explicando la realidad con fascinante seguridad. Ahí está, con su
sencillo modo y sentida pertenencia, asegurando lo evidente, lo que
no se quiere ver, iluminando esa Asamblea timorata con razones
ancestrales, demostrando que no hay vallas para ejercer las razones y
no hay poder que pueda callar a los pueblos libres.
En
la cara misma del jefe del imperio, pone negro sobre blanco, muestra
las razones de las desigualdades, las mentiras que sublevan, las
inmoralidades que suprimen la justicia, las invasiones que aniquilan
pueblos enteros, las hambrunas provocadas por ambiciones perversas,
los ataques a las democracias reales y la destrucción de la
naturaleza.
Honesta
y coherente, su voz retumba en los oidos amilanados de los
representantes alcahuetes del “emperador”. Saben que están
escuchando lo irrefutable, pero callan convenientemente para no
enojar al capataz de sus pobres gobiernos. Ninguno de ellos quedará
en la historia, salvo el propio Evo. Nadie podrá hacer sentir en sus
pueblos el orgullo de ser representados con el honor que lo hace
Morales. Jamás serán capaces de elaborar una frase, aunque más no
sea, con la profundidad preclara que él lo realiza.
Impávido,
el pretendido dueño de nuestras almas, el “diablo en persona”,
al decir del gran Hugo Chávez, no puede sino enrojecer de ira
contenida ante semejante demostración de Poder popular expresado por
una persona que se anima a decir lo que sienten miles de millones en
el Planeta. Saldrá de esa reunión dispuesto a acabar con el odiado
“indio” que supo ponerlo en evidencia, tal y como han hecho desde
siempre por sus engreimientos, sin otro fundamento que la fuerza
bruta de sus armas.
Bolivia
ya se puso a caminar. Casi como un tren, acelera su crecimiento
atravesando ríos de dificultades y generando montañas de enemigos
de dentro y de fuera. Con el poder de su modestia y la sabiduría de
sus ancestros, Evo encabeza, junto al intelecto brillante de García
Lineras, esa revolución diferente y provocativa, capaz de elevar a
su pueblo del postergamiento sufrido desde su colonización.
Bolivia
será atacada de mil maneras. Será el blanco seguro de un imperio
cuya decadencia arrastra a la humanidad a los peores escenarios. Pero
es imposible que semejante experiencia la puedan aplastar
definitivamente. Nada ni nadie podrá ya borrar de la memoria
colectiva de su Pueblo y de todos los luchadores del Mundo, las
palabras y la acción de este hombre, que ha sido capaz de
demostrarle al Mundo que los patriotas, todavía existen. Y que la
Patria, tarde o temprano, será Grande.
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