Imágen de "Taringa!" |
Por
Roberto Marra
¡Yo
no fuí, señorita!, gritan casi desesperados los pibes asustados por
las “represalias” que se ven venir por las travesuras que saben
que han hecho. Así es en el mundo de la escuela primaria, donde en
esa relación de sencillas responsabilidades, las sanciones se
corresponden simplemente con las dimensiones de los actos y las
edades de los alumnos. Una especie de aprendizaje de los valores a
tener en cuenta en el futuro, cuando se conviertan en ciudadanos
plenos. Una socialización que intenta marcar caminos virtuosos para
el desarrollo de personas honestas y solidarias, capaces de evaluar
la importancia de sus actos y su relación con la sociedad.
Entonces
aparecen los Macri. O los Caputo. O las Carrió. O las Vidal. O los
Dujovne y tantos similares. Peores todavía, aparecen los Magneto,
los Mitre, los Videla, los Etchecopar, y sigue la lista. Perversión
en grados similares, más profundamente asesina en algunos, igual de
maldita en todos y todas. Homínidos elevados a la categoría de
seres humanos, paradójicamente, por sus propias víctimas. Resaca
putrefacta de una sociedad amnésica, que es obligada a olvidar sus
propias felicidades para hacer posible el saqueo de los poderosos
dueños de las vidas y los bienes de la ciudadanía por decisión
superior del imperio que los sostiene y los alienta.
No
se trata, simplemente, de algunas políticas erróneas o que, al ser
derivadas de ideologías conservadoras, provocan “daños
colaterales” en la sociedad. No resultan ser sencillos métodos
financieros que retarden el desarrollo general de la Nación. Es todo
eso, pero aplicado con la saña despreciable de sus autores y
ejecutores, que nada entienden de la palabra “solidaridad”,
término que aborrecen, tal y como a las palabras educación, salud o
industria, sobre todo si van acompañadas por otras como “pública”
o “nacional”.
Nada
de lo que hagan podrá tener un sentido beneficioso, salvo para ellos
mismos. Autoasumidos como seres superiores, nos distraen con sus
discursos vaciados de humanidad y sentido social, nos retan por
nuestros “derroches” energéticos, nos persiguen con sus tarifas
estratosféricas, nos amargan con sus promesas a cien años, nos
matan con los “sacrificios necesarios” para sus enriquecimientos
infinitos.
Solía
suceder muy de vez en cuando en aquellas inocentes travesuras
escolares, que había algunos que señalaban, traicioneramente, a sus
compañeros. Estaban los “buchones”, los “alcahuetes” del
“poder”. A esa categoría perteneció, con seguridad, el “ortiba”
que oficia de presidente, siempre presto a señalar culpas ajenas de
los actos que él realiza. ¡Yo no fuí!, parece repetir el iletrado
de la Rosada cuando la economía estalla frente a su cara de piedra.
¡Yo no fuí!, grita impostando su expresión lastimera, guionado
hasta para reir.
Tiró
la piedra y escondió la mano. Nos llevó al abismo y se prepara para
huir a su guarida fiscal. No lo hará hasta acabar con cada uno de
los objetivos que le imponen, aliado con lo peor de la miseria
politiquera pseudo-opositora. La mentira es su método. El hambre
ajena no le hace mella. La muerte temprana de los niños de las
calles no le estremece. El trabajo esclavo es su paradigma
productivo. La destrucción de la República es su camino. La
disgregación territorial es su contribución con el imperio. Y el
fin de la soberanía y la independencia será su éxito final.
Si
lo dejamos...
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