martes, 4 de septiembre de 2018

¡YO NO FUÍ!

Imágen de "Taringa!"
Por Roberto Marra
¡Yo no fuí, señorita!, gritan casi desesperados los pibes asustados por las “represalias” que se ven venir por las travesuras que saben que han hecho. Así es en el mundo de la escuela primaria, donde en esa relación de sencillas responsabilidades, las sanciones se corresponden simplemente con las dimensiones de los actos y las edades de los alumnos. Una especie de aprendizaje de los valores a tener en cuenta en el futuro, cuando se conviertan en ciudadanos plenos. Una socialización que intenta marcar caminos virtuosos para el desarrollo de personas honestas y solidarias, capaces de evaluar la importancia de sus actos y su relación con la sociedad.
La mayoría adquirimos esas capacidades, con sus más y sus menos. Pero hay otros, pocos en cantidad, que nunca varían sus conductas negativas. Por el contrario, el correr de los años los convierte en seres que abominan de los valores que algún día alguien se los ofreció para sus evoluciones bienhechoras. Otro aprendizaje, el familiar y el del estrato social del que derivan, les fue trasladando sentidos diferentes, egoismos extremos, pasiones oscuras y desprecios absolutos hacia quienes no pertenecen a su clase social.
Entonces aparecen los Macri. O los Caputo. O las Carrió. O las Vidal. O los Dujovne y tantos similares. Peores todavía, aparecen los Magneto, los Mitre, los Videla, los Etchecopar, y sigue la lista. Perversión en grados similares, más profundamente asesina en algunos, igual de maldita en todos y todas. Homínidos elevados a la categoría de seres humanos, paradójicamente, por sus propias víctimas. Resaca putrefacta de una sociedad amnésica, que es obligada a olvidar sus propias felicidades para hacer posible el saqueo de los poderosos dueños de las vidas y los bienes de la ciudadanía por decisión superior del imperio que los sostiene y los alienta.
No se trata, simplemente, de algunas políticas erróneas o que, al ser derivadas de ideologías conservadoras, provocan “daños colaterales” en la sociedad. No resultan ser sencillos métodos financieros que retarden el desarrollo general de la Nación. Es todo eso, pero aplicado con la saña despreciable de sus autores y ejecutores, que nada entienden de la palabra “solidaridad”, término que aborrecen, tal y como a las palabras educación, salud o industria, sobre todo si van acompañadas por otras como “pública” o “nacional”.
Nada de lo que hagan podrá tener un sentido beneficioso, salvo para ellos mismos. Autoasumidos como seres superiores, nos distraen con sus discursos vaciados de humanidad y sentido social, nos retan por nuestros “derroches” energéticos, nos persiguen con sus tarifas estratosféricas, nos amargan con sus promesas a cien años, nos matan con los “sacrificios necesarios” para sus enriquecimientos infinitos.
Solía suceder muy de vez en cuando en aquellas inocentes travesuras escolares, que había algunos que señalaban, traicioneramente, a sus compañeros. Estaban los “buchones”, los “alcahuetes” del “poder”. A esa categoría perteneció, con seguridad, el “ortiba” que oficia de presidente, siempre presto a señalar culpas ajenas de los actos que él realiza. ¡Yo no fuí!, parece repetir el iletrado de la Rosada cuando la economía estalla frente a su cara de piedra. ¡Yo no fuí!, grita impostando su expresión lastimera, guionado hasta para reir.
Tiró la piedra y escondió la mano. Nos llevó al abismo y se prepara para huir a su guarida fiscal. No lo hará hasta acabar con cada uno de los objetivos que le imponen, aliado con lo peor de la miseria politiquera pseudo-opositora. La mentira es su método. El hambre ajena no le hace mella. La muerte temprana de los niños de las calles no le estremece. El trabajo esclavo es su paradigma productivo. La destrucción de la República es su camino. La disgregación territorial es su contribución con el imperio. Y el fin de la soberanía y la independencia será su éxito final.
Si lo dejamos...

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