Imágen "MinutoUno" |
Por
Roberto Marra
El
arrepentimiento es una noble actitud. Muestra que la conciencia le ha
ganado a los intereses que pueden haber estado en juego en los hechos
de los cuales ahora se lamentan los arrepentidos. Es una virtud que
enaltece a la persona, que acepta sus errores y los pone a
consideración de los afectados por sus acciones. Todo eso, en caso
que sea producto de un afligimiento real y no simulado, lo que lo
convertiría en algo mucho peor de aquello que le dio orígen a esa
retractación sin sustento.
Con
medias verdades y profundas mentiras, se construye una realidad
paralela, un universo “justiciero”, para borrar del mapa de la
memoria popular los caminos construidos con tantos esfuerzos, ahora
inútiles frente a las maquiavélicas y canallescas elucubraciones de
quienes no temen atropellar leyes y constituciones, porque se
consideran dueños de ellas, propietarios de las vidas y los bienes
de quienes se atrevan a hacerle tan solo “cosquillas” al Poder.
Los
embobados televisivos, sordos y ciegos ante lo evidente de la falsía
judicial, prefieren continuar en ese limbo idiota que les provee la
seguridad de “tener razón”, acompañando a la que los jueces
corruptos manifiesten, para solaz y beneficio de sus mandantes
imperiales y sus proles locales.
Odiar,
se sabe, es un sentimiento sencillo de provocar. Lo saben los
poderosos y los medios que utilizan para lograrlo en las mayorías.
Mantenerlo en el tiempo es un poco más difícil, porque la avaricia
oligárquica se extralimita en sus acciones depredadoras, avanza con
tanta ceguera como sus obtusos votantes de ocasión, y termina por
ponerse en evidencia ante la poca conciencia que les queda a los
obnubilados que comienzan a despertar del sueño de brutalidades sin
sentido al que los condujeron.
Los
apócrifos “arrepentidos” siguen desfilando por la sucursal del
infierno que abrió el Diablo en Argentina. Oscuros personajes
escribientes de cuadernos que no existen, testigos de hechos que solo
se fabrican para empujar a la cárcel a los opositores, empresarios
poderosos que aceptan ser delincuentes (¡vaya novedad!) para
colaborar en borrar de la memoria a la justicia social, junto a
funcionarios del gobierno anterior convertidos en dolientes
retractados de sus sucias conciencias traidoras, desfilan ante el dúo
“justiciero” para asentir lo que le pidan.
La
comedia continuará hasta borrar del mapa electoral a la candidata
que odian. Tal vez, incluso, obtengan su máximo premio,
encarcelándola. Pero no será más que un tropezón en la historia,
un retardo más en la construcción de una sociedad justa, un
retroceso innecesario pero que ahora servirá para lograr mayor
impulso y regresar con la fuerza incontenible de la conciencia
recuperada y la sabiduría acrecentada.
Entonces,
cuando la Soberanía vuelva al Pueblo, cuando el horizonte se despeje
de miserables y traidores, cuando el arrepentimiento sea la honesta
manifestación de quienes se alejaron de la verdad a fuerza de
olvidos y rencores sin sustento, regresarán las viejas utopías a
llenar de esperanzas los corazones y convertirnos en obreros de
nuestro propio destino. Y la Justicia, entonces, volverá a
escribirse con mayúscula.
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