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Entre
los problemas urbanos que más afectan a los rosarinos, están
aquellos que se refieren a los que tienen que ver con el uso del
suelo y la degradación del ambiente. Son soslayados muchas veces por
los intereses que se tocan cuando se intenta modificar ciertas
conductas que, lo saben autoridades y beneficiarios, afectarán tarde
o temprano a toda la población.
Está
el caso de las permanentes excepciones al Reglamento de Edificación
y el Código Urbano, que rigen el uso del suelo en los distintos
sectores urbanos, de acuerdo a las características que se pretenda
dar a cada barrio. Sin ningún prurito, los emprendedores
inmobiliarios solicitan esas alteraciones reglamentarias con los
pobres argumentos de sus pretensiones de mayores ganancias por las
inversiones realizadas.
Pero
lo peor está en el rápido tratamiento y aprobación que,
generalmente, le da el Concejo Municipal a esos pedidos de
excepciones que solicita el Ejecutivo, con explicaciones falaces que
desandan el camino de sus previas decisiones.
Otro
tema que nunca termina por resolverse, en esto del cuidado del
ambiente, es el del arbolado público. Se continúa con decisiones
porfiadas en la elección de los árboles, se sigue con las podas a
destiempo y mal ejecutadas, se tardan tiempos increíbles para la
tala de árboles peligrosos y no se implantan nuevos ejemplares. Se
le suma la falta de control y estímulos para promover una cultura
del cuidado de los árboles que, en general, el ciudadano rosarino no
tiene.
La
basura es otra cuestión más que importante para una urbe del tamaño
y población de Rosario. Y si bien se realizan algunas experiencias
de reciclado, estas resultan irrelevantes frente a la continuidad del
sistema de enterramiento que perjudica el ámbito donde se realiza y
anula las posibilidades de aprovechamiento de los subproductos y la
energía que esos residuos poseen.
Son
temas urbanos que se recitan ante cada elección, pero que terminan
olvidados en los cajones de la desmemoria gubernamental. Son
necesidades que involucran al futuro y, como siempre, este resulta
poco atractivo para generar expectativas en los electores, ávidos de
soluciones rápidas. Son despreciadas formas de hacer política de
verdad, esas que permitirían alcanzar, algún día, ese “buen
vivir” que construya una Rosario más justa.
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